Vanguardia

Café Montaigne 8

THOMAS BERNHARD ESTARÍA ESCUPIENDO ÁCIDO EN ESTA VIDA DESPERSONA­LIZADA Y DE NULO VALOR CIVIL PARA EL COMBATE. HASTA EN SU MUERTE LO LOGRÓ

- JESÚS R. CEDILLO

En un mundo que premia las buenas maneras, el ser “positivo” y tener una sonrisa tatuada en el rostro eternament­e aunque se mueran los seres queridos por maneras poco ortodoxas (las decenas de suicidios) y un perro arrastre de la tráquea como trapo y trofeo, a un niño de tres años hasta matarlo, tener una visión amarga y pesimista del mundo y de la vida, suena a herejía. Los que pensamos así, estamos fuera de este mundo sonriente, positivo, pleno de luz y misericord­ioso. Caray, no somos pocos.

Sigo pensando que las obras de arte que han valido la pena en la historia de la humanidad, han nacido, se han gestado desde la dimensión de un ser humano el cual arremete contra el mundo (Thomas Bernhard); lanza dardos envenenado­s a todos, incluso a sí mismo (Karl Kraus); desesperan­zados y sin pizca de creencia y fe en el ser humano, renuncian a la totalidad de sus bienes en vida y apuestan por un estado bucólico (León Tolstoi) o de plano, presos de sí mismos, sus angustias, su melancolía y tristeza, se consumen, arden ellos mismos, pero antes de consumirse, dejaron una obra portentosa, universal y eterna (Emily Dickinson, Vincent Van Gogh, Malcolm Lowry, Silvia Plath…). No hay arte verdadero en la felicidad. Que se rían otros, el arte auténtico está ancilado en el desgarrami­ento del ser humano. No tinta, sino linfa y sangre. Así de sencillo.

Doy un sorbo a mi café y oteo el horizonte desde mi ventana. Es domingo. Un domingo cualquiera, aburrido y sin futuro. Veo pasar a un joven llevando en su correa a un perro. Tal vez cree que lo guía. ¿No es al revés? Es entonces cuando viene a mi cabeza un aforismo de un tipo amargado y arriba nombrado, Karl Kraus (1874-1936). Este lo ha escrito con una economía de palabras dignas de elogio: “Quizá resultase mejor que los hombres tuviesen bozales y los perros leyes; que se llevase a los hombres con correas y a los perros con religión”. Leo a trompicone­s a otro escritor admirable, el austriaco Thomas Bernhard, Bernhard murió a los 58 años de edad. Es decir, en ese rango que se caracteriz­a por la madurez, la amplitud de miras y una sosegada creación artística. En él, sólo al final de su vida lo fue.

Inconforme, iconoclast­a, retador, escritor pesimista sobre el género humano en general y un crítico feroz y despiadado sobre la vida social, política y cultural de su tiempo, Thomas Bernhard (1931-1989) no dejó títere con cabeza en sus escritos. En un libro suyo y perturbado­r, “Mis Premios”, lleva a niveles de delirio su posición combativa y su ácido humor corrosivo que le valieron el elogio, pero más los vituperios.

Esquina-bajan Con su país, Austria, el dramaturgo y narrador mantuvo siempre una relación de amor-odio que terminó por devastarlo. Al fallecer, en febrero de 1989 y al abrir su testamento, Thomas Bernhard dejó expresa una voluntad que sigue pesando como fardo en su país: prohibió durante la vigencia de sus derechos de autor (70 años) que en Austria se represente, se publique o se imprima ninguna de sus obras. Sus libros se publicaría­n gratuitame­nte en su país y sin pagar derechos de autor por los editores hasta el año 2059. Uf.

Y por si lo anterior fuese poco y a petición expresa del mismo escritor y sólo días antes de morir, en su tumba, en Viena, no hay inscripció­n alguna en su lápida. Es una tumba sin nombre. Bernhard estaría escupiendo ácido en esta vida despersona­lizada de internet y de nulo valor civil para el combate. Llevó su vida al límite. Hasta su muerte lo logró. Aun después de muerto, lo sigue haciendo. El autor de “Trastorno” era un nihilista obcecado. Es decir, más necio y obcecado que nadie. Preso de una ironía funesta, un pesimismo desbordant­e y una vida llevada al límite, como su literatura, sus páginas rebozan inteligenc­ia y se apuntalan con la existencia lánguida.

En el volumen “Mis Premios”, editado para Alianza, cuando el desencanta­do escritor asiste a la ceremonia de premiación del “Premio Büchner” y al compartir éste el pan y la sal en una hostería para celebrar el galardón, otro escritor merecedor del premio pero en la categoría de prosa científica, le espeta a Thomas Bernhard: “… por qué los escritores lo ven todo siempre con tanto desagrado”. Es el propio narrador quien lo resume afiebradam­ente en el mismo libro, justo en sus palabras cuando recibe otro premio, el Nacional Austriaco. Escribe, “No tenemos que avergonzar­nos, pero no somos ni merecemos más que el caos”.

Letras minúsculas Para éste, el Estado es una creación “… condenada al fracaso”. ¿El pueblo? “una creación ininterrum­pidamente condenada a la infamia y la debilidad mental.” Sin duda, es mejor que los perros tengan leyes y los hombres bozales.

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