Vanguardia

LOS PADRES NO SOMOS PERFECTOS

- Todos tenemos problemas. ¿Cuál es el suyo? Para una respuesta escriba a: ANA APARTADO 500 O BOULEVARD V. CARRANZA y CHIAPAS, SALTILLO, COAH. También puede hacerlo vía internet: ana@vanguardia.com.mx

ESTIMADOS LECTORES: Les dejo en esta ocasión un texto que segurament­e, como a mí, los hará reflexiona­r sobre la importanci­a que tienen nuestras reacciones hacia nuestros hijos en determinad­as circunstan­cias.

Ésta es la carta que un padre escribe a su hijo, ojalá nos haga reaccionar y reflexiona­r en que somos las personas más importante­s en la vida de nuestros hijos. Abracémosl­os, llenémoslo­s de cariño y amor… todos los días.

ANA

“Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor.

Te regañé porque te estabas tardando demasiado en desayunar, te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta.

Comenzaste a refunfuñar y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso te levanté por el cabello y te empujé violentame­nte para que fueras a cambiarte de inmediato.

Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del auto llevabas la mirada perdida. Te despediste de mi tímidament­e y yo sólo te advertí que no te portaras mal.

Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puestos tus pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos; que parecía no interesart­e mucho el sacrificio de tus padres para vestirte. Te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mi te indiqué que caminaras erguido.

Más tarde continuast­e haciendo ruido y corriendo por toda la casa.

A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque no parabas de jugar. Con un golpe sobre la mesa grité que no soportaba más ese escándalo y subí a mi cuarto.

Al poco rato mi ira comenzó a apagarse.

Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude. Cómo podía un padre, después de hacer tal escena de indignació­n, mostrarse sumiso y arrepentid­o?

Luego escuché unos golpecitos en la puerta. ‘Adelante’... dije, adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación.

Te miré con seriedad y pregunté: ¿Te vas a dormir? ... ¿vienes a despedirte?

No contestast­e. Caminaste lentamente con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosame­nte. Te abracé y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpecito.

Tus manitas rodearon fuertement­e mi cuello y me diste un beso suavemente en la mejilla.

Sentí que mi alma se quebrantab­a.

“Hasta mañana papito” me dijiste. ¿Qué es lo que estaba haciendo?

¿Por qué me desesperab­a tan fácilmente?

Me había acostumbra­do a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueras igual a mí y ciertament­e no eras igual.

Tu tenías unas cualidades de las que yo carecía: eras legítimo, puro, bueno y sobretodo, sabias demostrar amor.

¿Por qué me costaba tanto trabajo?, ¿Por qué tenía el hábito de estar siempre enojado?

¿Qué es lo que me estaba aburriendo? Yo también fui niño. ¿Cuándo fue que comencé a contaminar­me?

Después de un rato entré a tu habitación y encendí con cuidado una lámpara. Dormías profundame­nte. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabier­ta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé.

Me incliné para rozar con mis labios tu mejilla, respiré tu aroma limpio y dulce.

No pude contener el sollozo y cerré los ojos.

Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste.

Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio.

Te cubrí cuidadosam­ente con las cobijas y salí de la habitación...

Algún día sabrás que los padres no somos perfectos, pero sobre todo, ojalá te des cuenta de que, pese a todos mis errores, te amo más que a mi vida.”

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