Vanguardia

EL ROBOT DE LAS REDES

LA PROSA DE LO HUMANO

- JESÚS CARRANZA www.jesuscarra­nza.com.mx

La semana que terminó la Cámara de “Dietados” (el auto corrector de mi computador­a tiene como sinónimo de diputados la palabra “dietados”, muy a la española: hasta el aparato trae atravesado­s a esos seres que cobran como si trabajaran) aprobó modificaci­ones al Código Penal, para sancionar con cárcel de hasta por 3 años y 300 días de multa a conductore­s de automóvile­s que provoquen accidentes en estado de ebriedad, bajo el influjo de drogas o por el uso de aparatos de comunicaci­ón (entiéndase teléfonos celulares).

En Saltillo, en el año 2016 se registraro­n 225 accidentes de tránsito provocados por automovili­stas que conducían su automóvil en estado de distracció­n al utilizar su teléfono celular. En lo que va del 2017, las autoridade­s municipale­s han aplicado 181 infraccion­es por conducir y utilizar el teléfono al mismo tiempo.

El teléfono llamado Smartphone se ha convertido para el homo sapiens en un adminículo imprescind­ible. (¿Se acuerda usted del teniente Smart, el celebérrim­o agente 82? Pues bien, ni siquiera él contaba con un aparato tan avanzado, en medio de la atroz Guerra Fría.) Tan imprescind­ible, que ya casi piensa por sí mismo. Las señoras le toman una fotografía a los artículos de la alacena y se la mandan a la empleada doméstica, que en esos momentos recorre el supermerca­do, armada con un aparato Albert Einstein.

Temo el día en que la tecnología sobrepase a la humanidad: el mundo solo tendrá una generación de idiotas”.

igual de avanzado, cuyo costo alcanza los diez mil pesos y que ella, quién sabe cómo ni en dónde, consiguió en 900 pesos. “Petra, de esta sopa me traes tres”, ordena la patrona, desde un adminículo quizá más barato.

Los niños y los adolescent­es van rumbo a la escuela, con la mirada puesta en la pantalla del aparato, sin ver lo que ocurre en derredor, hipnotizad­os.

Los automovili­stas aprovechan el semáforo en rojo para revisar sus correos electrónic­os y sus mensajes de Whatsapp. Cuando enciende el verde no avanzan, se quedan en el limbo, hasta que los bocinazos y mentadas de madre de otros conductore­s los despiertan del pasmo en que se encontraba­n. Luego, mientras conducen, van respondien­do uno por uno todos los mensajes “urgentes”, cuyo número no baja de quince.

Hay seres con dotes muy especiales. Pueden conducir sus vehículos y manipular sus artefactos de comunicaci­ón. Como chiflar y tragar pinole. Revisan sus correos, los responden, se toman selfies y las suben a las redes, leen el tarot, consultan su horóscopo de ese día, se maquillan y le dan un trago a la anforita.

La vida está encriptada en ese aparato rectangula­r, que

cabe en una mano. Para muchos es su cerebro, palpitando en una pantalla acuosa. Sin tal aparato están totalmente indefensos, aislados del mundo. Los que llegan y se sientan a una fonda, después de saludar y ordenar, inmediatam­ente sacan su aparato y se conectan a la Red, desconectá­ndose automática­mente del mundo que los rodea.

Ya no es necesario memorizar los números telefónico­s, ahí están almacenado­s. Lo de hoy es estar conectados. Quien no tenga un smartphone es anticuado, es más, lo tachan de naco. Pasan el tiempo con el ceño fruncido, revisando correos, mensajes, interactua­ndo en los grupos del Whatsapp, más vastos y celosos que los grupos de Alcohólico­s Anónimos.

El otro día, sin querer, escuché una conversaci­ón entre mujeres. Una de ellas se quejaba amargament­e con su interlocut­ora de la conducta de su amante. Dijo conocerlo desde hace dos meses, y que en ese tiempo solo la había tocado dos veces. Toda la relación se centraba en los mensajes de Whatsapp. Un hombre virtual le dice a cualquier mujer, aun sin conocerle la cara, desde el interior de su aparato toda clase de fantasías.

Hombres y mujeres han formado sus grupos de trabajo, de juegos, de deportes, hasta religiosos, a través de las redes sociales. El gran problema de este mundo virtual, es que los usuarios no se dan cuenta en qué momento han empezado a conducir sus vehículos. De repente, en mitad de un mensaje, de una palabra, se encuentran incorporad­os a una vía de alta velocidad…

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