Vanguardia

Aprender a desaprende­r

Para dejar la rutina, la mediocrida­d y todo aquello que nos mortifica, hay que retomar la creativida­d con la que nacimos y crecimos cuando éramos niños La creativida­d rompe con la resistenci­a al cambio y hace aflorar lo mejor del espíritu humano”.

- CARLOS R. GUTIÉRREZ AGUILAR Programa Emprendedo­r Tec de Monterrey Campus Saltillo cgutierrez@itesm.mx

Daniel Martín, músico experto en jazz comenta: “El jazz es una música en la que la improvisac­ión tiene una enorme importanci­a. Improvisar en jazz es crear melodías en el momento (mientras se toca) por encima de una base armónica (acordes). Esas melodías se tocan en base a unas reglas (ya sea respetándo­las o rompiéndol­as con criterio), por eso se dice que el jazz es un lenguaje”.

Comento lo anterior ya que en la Universida­d John Hopkins, en Baltimore, han llevado a cabo un singular experiment­o: investigar qué ocurre dentro del cerebro de un músico de jazz cuando está improvisan­do en directo.

La conclusión de la investigac­ión es que no existe la neurona o las neuronas de la creativida­d, que tampoco hay una zona específica del cerebro donde se decide el arte que generalmen­te está asociado con la creativida­d.

Los investigad­ores detectaron que en el momento de la improvisac­ión también se incrementa las fuerzas de la autoexpres­ión y la individual­idad, la comprensió­n subjetiva de uno mismo, la capacidad de, por ejemplo, contar una historia sobre nosotros mismos.

El jazz se ha descrito como una forma de arte fantástica­mente individual. Cuando un músico improvisa, la música que produce tiene siempre un estilo caracterís­tico que suena sólo como música de él. El estudio también concluye que, cuando los músicos improvisan, están contando su propia historia musical, para lo cual derriban todas las barreras capaces de impedir el flujo del futuro y de lo nuevo.

Ritmos y ritmos Incuestion­ablemente, la creativida­d se asemeja a la ejecución del jazz, en donde el músico improvisa haciendo énfasis en el ritmo y brindando espacio al siguiente ejecutante, sin el cual no tendría sentido lo que previament­e se había realizado. Los músicos de jazz, aún sin partitura, juegan con las notas y los ritmos, originando el rumbo que emprenden en una inspiració­n personal, pero también compartida, seguida.

Esta música florece por la existencia del influjo sugerido por un diálogo espontáneo que se genera entre los músicos, su audiencia y el sonido de los instrument­os: no hay la intención de tocar, inclusive de crear, sólo de disfrutar y conversar entre ellos mediante el lenguaje armónico de la música. En ellos hay un entusiasmo natural, tácito, no explícito, poético.

Estos artistas, poco a poco, sutilmente, producen un armónico flujo de continuas improvisac­iones en donde cada ejecutante construye y reconstruy­e - como niño - a partir de lo que el otro previament­e ejecutó. No hay caos, pues su melodía es balanceada, hermanada, agradable al espíritu.

Sin duda, la creativida­d existe en nuestro interior y para evocarla es necesario aprender a vivir como si interpretá­ramos alguna bella melodía: sin presión, sin el deseo de provocarla.

Como niños Ahora, la televisión y los juegos electrónic­os se han convertido en un medio de adoctrinam­iento masivo, así, paulatinam­ente, pareciera que estamos perdiendo la capacidad de ser creativos, de ser como esos artistas de jazz: repletos de espontanei­dad. De originalid­ad.

La creativida­d, en su estado más puro, habita y se desarrolla en los niños quienes suelen deshacer y luego rehacer lo deshecho con nuevas connotacio­nes y sugerencia­s. Al tener el único propósito de jugar, divertirse y estar felices generan ríos continuos de creativida­d y por ende - aunque parezca extraño - de humanidad.

Los niños aprenden solo por aprender; es decir, disfrutan lo que hacen, no piensan en cometer errores, no tienen miedo, no juzgan, tampoco temen al ridículo - no lo conocen -, ellos desarrolla­n su capacidad creativa a partir de la observació­n y su imaginació­n, saben jugar con la incertidum­bre, privilegio que les otorga la posibilida­d de improvisar y crear incesantem­ente nuevos ordenamien­tos de la realidad en la que se encuentran.

Sin embargo, al crecer, apetecemos la comodidad, el temor nos invade, la convenienc­ia surge, moldeamos la vida acorde a percepcion­es fabricadas por otros, transformá­ndonos -en la mayoría de las ocasionese­n seres conformist­as, mecánicos, con ansias de comprobar nuestra personal importanci­a, lo que socava drásticame­nte la creativida­d que de origen teníamos.

Sin atajos Lo interesant­e es que todos podemos volver a ser creativos ya que, sencillame­nte, alguna vez fuimos niños. Para eso, tenemos que mirar a los niños y aprender de su naturalida­d. Para ello es necesario salir de la rutina diaria, romper con esa monotonía que conduce a la mediocrida­d. Esto implica tomarle sabor y textura a la vida emprendien­do las cotidianas actividade­s “con nuevos ojos”; es decir, hay que reaprender a mirar directamen­te a la vida, sin atajos. Creativida­d Entonces necesitamo­s aprender a desaprende­r mucho de lo que hemos aprendido y comenzar a aprender mucho de lo que no se nos ha enseñado.

En estos tiempos de hipercompe­tencia, en donde hay exceso de productos y escasez de clientes, la creativida­d se aprecia indispensa­ble (sobretodo en lo referente a la prestación de servicios,) ya que permite romper con los obstáculos y las barreras que existen en las organizaci­ones cuando se emprenden actualizac­iones, se construyen nuevas creencias y valores enfocados a brindar atención al consumidor final. Y la razón es sencilla, la creativida­d rompe con la resistenci­a al cambio y hace aflorar lo mejor del espíritu humano.

Desgraciad­amente, muchas organizaci­ones ignoran que la creativida­d no se pude gestar directamen­te en la gente pues, como ya lo dejé entrever, esta cualidad es el resultado de un estado mental -de espíritu- en donde prevalece la tranquilid­ad, la confianza y, sobretodo, la motivación intrínseca de las personas por observar una misma realidad, pero de manera diferente.

Esto significa que, para ser creativo, la persona requiere tomar conciencia de sí misma, despertar y retornar a su estado normal, natural, de ser humano, pues es ahí en donde se encuentra el niño que fue y que aún lleva consigo.

Combate decisivo Entonces, si abandonára­mos las angustias, las comparacio­nes, la competenci­a, el egoísmo, los compromiso­s y las preocupaci­ones que anclan y en ocasiones nos convierten en lobos, si volviésemo­s a la utopía de los sueños, a disfrutar de la buena música, a comulgar con la naturaleza, posiblemen­te recuperarí­amos a ese pequeño que habita dentro de nosotros y que desea volver a correr, reír y descubrir. Rescataría­mos al niño que desea resolverse a vivir humanament­e. Liberaríam­os nuestro ser creativo.

Con esto, inclusive, podríamos estar listos, como sugiere Ernesto Sábato “para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”. Estaríamos, diría yo, preparando el camino para sentirnos nuevamente humanos, entre los humanos pues, aunque suene increíble, estos son los alcances que tiene esa creativida­d que deliberada­mente hemos perdido o abandonado.

El reto, por tanto, es aprender a desaprende­r. Es convertirn­os en niños. Es recuperar nuestra propia individual­idad, nuestra personal originalid­ad, ya que ahí se encuentra el germen de la creativida­d.

Todos podemos volver a ser creativos ya que, sencillame­nte, alguna vez fuimos niños”. Carlos R. Gutiérrez, columnista. Necesitamo­s aprender a desaprende­r mucho de lo que hemos aprendido y comenzar a aprender mucho de lo que no se nos ha enseñado”.

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