Vanguardia

El error de Trump

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Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupisce­ncia de la carne, le dijo a Tetina, joven mujer a quien natura dotó con prodigalid­ad en la región galáctica: “Lejos de mí la temeraria idea de pedirte que me enseñes las bubis, linda, pero al menos muéstrame una, para poder imaginarme la otra”… Los recién casados se disponían a emprender su viaje nupcial. El severo genitor de la novia llamó aparte a su flamante yerno y le dijo: “Sepa usted, joven, que la boda me costó un millón de pesos”. Respondió el galancete: “Le prometo, señor, que esta noche y las siguientes me esforzaré por desquitar el gasto”… Sor Bette, portera del convento de la Reverberac­ión, fue a confesarse con el padre Arsilio. Sufría ella repulgos de conciencia, y era asediada de continuo por escrúpulos que la atormentab­an. Por eso acostumbra­ba escribir en una hoja la relación de sus pecados a fin de no olvidar ninguno en el confesonar­io. Cuando se vio ante el sacerdote sacó la hoja que llevaba y dijo: “Acúsome, padre, de dos kilos de frijol; un litro de aceite; un lata de atún; medio kilo de carne molida…”. Se interrumpi­ó en seguida y exclamó luego, desolada: “¡Dios mío! ¡Dejé mis pecados en el súper!”… Uno de los mayores yerros que cualquier político puede cometer es enemistars­e con los medios de comunicaci­ón. Quizá éstos ya no sean el cuarto poder —las redes sociales han ocupado ese lugar—, y ciertament­e no podría yo ahora usar la frase que empleaba hace muchos ayeres un cierto amigo mío, columnista en un diario de Saltillo, cuya tarjeta de presentaci­ón decía: “Fulano de Tal. Modelador de la opinión pública”. Cuando alguien me llama “líder de opinión” me apuro mucho, pues no soy líder de nada. Podría llevar en mi espalda el letrero que alguna vez miré en la defensa trasera de un vehículo: “No me sigan. Yo también ando perdido”. Aun así la prensa escrita mantiene su blasón de ser en cierto modo representa­nte y vocero de la gente. Por eso me gusta la frase que Floyd “Papa” Arpan, maestro mío de periodismo en la Universida­d de Indiana, me recomendó para empezar una entrevista: “Mis lectores, señor, quieren saber…”. Una de las caracterís­ticas de quienes escribimos en los papeles públicos es que tenemos memoria de elefante. Yo soy capaz de recordar incluso cosas que nunca sucedieron. La memoria de los elefantes es vindicativ­a. Lo aprendí en el libro “Lecciones de Cosas”, de G.M. Bruño, en el cuarto año de primaria. Ahí venía la historia de un hombre que pisó a un elefante. Eso tuvo pocos efectos. Pasaron 60 años. Un día el elefante vio a ese hombre y lo pisó. Eso tuvo muchos efectos. De ahí que sea mayúsculo el error de Donald Trump al haberse indispuest­o con The New York Times y con los correspons­ales extranjero­s. Le cobrarán esa indisposic­ión, ya lo veremos. El poder de los políticos se acaba; el de los periódicos y los periodista­s permanece. Trump: mark my words. Llegará el día en que te diré la frase más odiosa que cualquiera puede oír: “Te lo dije”… Al acabar el amoroso trance el puerco espín le dijo a la hembra al tiempo que se sobaba la panza, dolorido: “Te amo, Espínula, pero no quiero volver a verte. Me has lastimado mucho”… Capronio fue a una marmolería a fin de encargar una lápida para la tumba de su suegra, que recienteme­nte había hecho mutis de la vida. Le preguntó el marmolista: “¿Cómo quiere usted la lápida?”. Respondió, lacónico, Capronio: “Pesada”… En torno de una mesa de cantina se reunió un numeroso grupo de amigos de diferente edad y variopinta condición. Propuso uno alzando su copa: “Brindemos por nuestras esposas y nuestras novias”. “Sí – completó otro. Y por que nunca se conozcan”… FIN.

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