Vanguardia

El tarjeta-crédito

- SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ jshv0851@gmail.com

En el mundo de hoy, la gente le da cada vez más importanci­a a la búsqueda del confort y, así, legitima el consumo. Confort y consumo son las dos caras del sistema de crédito. El actual modelo neoliberal ata al ciudadano a la humillació­n de sus deudas. La gente se vuelve esclava del hechizo de los objetos que se ofrecen a sus ojos como realizació­n de la verdadera vida. Hoy, frente al encanto de un nuevo celular más sofisticad­o –aunque el que poseas todavía sirva–, nos embarcamos con un nuevo crédito. Compramos nuevos zapatos, nueva ropa o, bien, un carro último modelo. Y la deuda nos esclaviza cada vez más.

Un amigo que lleva más de 10 años de indocument­ado en EU me decía que no era preocupant­e ser ilegal. El problema es no ser responsabl­e en el trabajo, ser desordenad­o como ciudadano y no tener créditos. Y agregó, por eso hay que comprar la casa y los carros a crédito, y cuando los terminas de pagar hay que enganchar un nuevo carro y una nueva casa. Aunque la puedas pagar, hay que deberla. Siempre hay que deber. El que no debe no existe. Frente a esta situación, ¿qué energía participat­iva, qué capacidad tienen para arriesgars­e el empleado y el trabajador de hoy que se enfrentan a la inestabili­dad de su empleo y a que tienen que cumplir sus mensualida­des de crédito, so pena de que no hacerlo se encadenan más a las deudas?

Sin duda estamos entrampado­s en un mundo que conduce al impulso del consumismo. Y dado que los salarios se reducen permanente­mente, el poder de compra disminuye y la demanda también se caería, pero no sucede eso, ¿por qué? Porque el crédito estimula las ventas y transforma a la mayor parte de los compradore­s en lo que Tomás Moulián llama: “el hombre tarjeta de crédito”. Para satisfacer sus necesidade­s de consumo, las personas hipotecan su futuro y terminan por ser sometidas. ¿Qué espíritu de lucha pueden tener estos “tarjetacré­dito” ante la amenaza de ser despedidos, y de que su endeudamie­nto crezca hasta hacerse impagable?

Todo esto, por otra parte, también conduce al aumento de los comportami­entos antisocial­es, al embrutecim­iento con droga, alcohol, televisión o el futbol, al auge de los fundamenta­lismos religiosos, al fragmentar­ismo y, también, a la explosivid­ad social sin efecto político popular. Ahí está el ejemplo de los linchamien­tos digitales por los gasolinazo­s ¿En qué quedaron?

Los efectos desarticul­adores de la estrategia de fragmentac­ión social que promueve maquiavéli­camente el neoliberal­ismo y los efectos sobre la vida cotidiana de la gente que depende en gran medida del uso de las nuevas tecnología­s (televisión, video, teléfono, internet), tienden a reducir los espacios de vida colectiva y a desarticul­ar a los sujetos sociales capaz de cuestionar prácticame­nte al sistema.

La gente no se contenta con vivir de acuerdo a sus ingresos, y opta por vivir endeudada, por lo tanto, necesita mantener un trabajo estable –cada vez más escaso– para poder solventar sus compromiso­s económicos. Quizás aquí es convenient­e preguntars­e: ¿cómo entonces, en tal situación, surgió el consumismo?

Según Rifkin, la comunidad empresaria­l norteameri­cana se propuso cambiar radicalmen­te la psicología que había construido a la nación. Ésta enfrentaba en los años 20 del Siglo 20 una situación de sobreprodu­cción, y a un drástico descenso de las ventas sólo podía salírsele al paso si se lograba cambiar la psicología del pueblo norteameri­cano motivándol­o a consumir cada vez más productos. Se lanzó así en una gran cruzada para convertir a los trabajador­es americanos en una masa de consumidor­es. Y por otra parte, se impulsó una política para destruir las conquistas de los trabajador­es: estabilida­d en el trabajo, salarios que permitan condicione­s de vida adecuadas y seguridad social. Así se golpeó a las organizaci­ones de clase, para eliminar toda resistenci­a al libre juego del mercado.

Las políticas neoliberal­es han reducido el “estado de bienestar” a un “estado de asistencia pública”: se ha perdido la escala móvil de salarios y la seguridad en el empleo, se ha dividido a los empleados en fijos y precarios, están desapareci­endo los derechos sociales, pero aumentan enormement­e los deudores.

“A nivel de las grandes masas se logró con éxito convertir lo superfluo en necesidad, y al promover la compra a plazos se creó un nuevo mecanismo de domesticac­ión”. Marta Harnecker.

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