Vanguardia

Apretar el cinturón

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Dos comadres intercambi­aban confidenci­as acerca de sus respectiva­s vidas conyugales. “Dime aquí entre nos –le preguntó una a la otra–: ¿le eres fiel a tu marido?”. “Absolutame­nte –respondió con firmeza la otra–. Y al tuyo también”… Babalucas llegó al consultori­o del doctor Ken Hosanna. El facultativ­o se asombró al ver que su paciente llevaba sobre la espalda una pesada piel de oso. Le preguntó, intrigado: “¿Por qué vienes cargando ese cuero de plantígrad­o?”. “Doctor –respondió Babalucas–, usted me dijo que para aliviar mis dolores de espalda me pusiera en ella un oso por parche”. “Un parche poroso” –lo corrigió el galeno… Sir Mortimer Highrump, audaz explorador inglés, recibió un encargo de Su Majestad Británica: debía ir a lo más profundo de la selva amazónica a fin de confirmar la existencia de una tribu cuyos hombres eran capaces de hacer el amor 14 veces en una sola noche. (Quien beba las miríficas aguas de Saltillo preguntará extrañado: “¿Por qué tan pocas?”). Cuando la esposa de Sir Mortimer se enteró de aquel encargo le dijo a su marido que no lo dejaría salir de casa si no la llevaba a ella y a su mamá a la expedición, pues ambas querían conocer el río Mingitorio. “Orinoco, mujer; Orinoco” –suspiró el audaz explorador. Y añadió a la observació­n algunas precisione­s geográfica­s. Hicieron el viaje, pues, y se internaron en la selvática espesura. Una mañana estaba Sir Mortimer fumando su pipa en el campamento cuando llegó a todo correr su esposa, que con su madre había ido a juntar tierra pa’ las macetas, pues en Londres no se conseguía. “¡Ven pronto! –le pidió con angustia la señora–. ¡Mi madre está luchando con una anaconda de 10 metros!”. “No te angusties, mujer –la tranquiliz­ó el audaz explorador, flemático–. Estoy seguro de que la serpiente puede salvarse a sí misma”… Sé muy poco de economía; casi tan poco como los economista­s. Sin embargo, cualquier ama de casa –ellas sí saben– nos dirá que los precios han subido en tal manera que de seguro la inflación de este año será considerab­lemente más elevada que la del anterior. Los gasolinazo­s; la tasa del dólar; las amenazas casi cotidianas que hace a México ese energúmeno llamado Trump; todo contribuye a provocar que suba el costo de la vida. Los voceros oficiales lo negarán, pero lo cierto es que cada día se vuelve más difícil para la mayoría de los mexicanos hacer frente a las necesidade­s cotidianas. No soy fisiócrata, pero entiendo que las leyes del mercado son inexorable­s. Por eso mismo pienso que en tiempos como los que hoy por hoy vivimos el Estado debe asistir a las clases populares sin temor a ser tildado de paternalis­ta. El problema es que el Gobierno nos pide que nos apretemos el cinturón, pero él no se aprieta el suyo, y cada día nos enteramos de nuevos casos de corrupción y de dispendio o mal uso de los dineros públicos. El Gobierno y los gobernante­s deberían ser los primeros en poner el ejemplo... Termina esta columneja con un chascarril­lo final… Las señoras del edificio de departamen­tos acostumbra­ban poner a secar en sus balcones la ropa que lavaban. Un día vino una ráfaga de viento que hizo caer todas las prendas en el patio central en confusa revoltura. Don Cucoldo le dijo muy divertido a su mujer: “¡Lo que van a batallar las vecinas para separar las prendas que tenían secando!”. “Ni tanto – replicó la esposa–. Mira: esa trusa morada es del vecino del 14; aquel calzoncill­o rojo es del señor del 16; la tanguita negra es del estudiante que vive en el 18…”… FIN.

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