Vanguardia

Con Gales

‘Catón’ Cronista de la Ciudad

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Me valí de una trampa, lo confieso. Este artículo trata de las casas de mala nota de Saltillo, pero como aparece en un periódico apto para toda la familia poner como título: “Congales” se habría visto feo. En cambio “Con Gales” sugiere un tema inglés, de la nobleza, y eso sí puede pasar. En 1956, si no recuerdo mal, desapareci­ó la zona roja de la calle de Terán. Estaba a tres cuadras escasas de la Catedral, de modo que las suripantas regían sus horarios por las campanadas del reloj catedralic­io, que se oían muy bien, sobre todo con viento favorable. Nadie decía entonces “Vamos a Terán”, pues también se oía muy feo. Decían todos: “Vamos a Tiricuas”. Había ahí insignes cabarets como “El vaivén” y “El columpio del amor”. Otro, más pretensios­o, se llamaba el Royal. Una noche no había orquesta para que bailaran los parroquian­os con las daifas. A la madama del establecim­iento se le ocurrió encender el radio, y con su música danzaron las parejas. Pero dieron las 12 de la noche, y se escuchó el Himno Nacional. Sin inmutarse, las parejas bailaron también las marciales notas compuestas por don Jaime Nunó.

A Terán iban los de clase media y baja. Para los ricos había otros lugares. Dos de ellos eran regenteado­s por señoras de gran fama, llamada Santa una, y Concha la otra. Sitio de gente adinerada era también “El egipcio”, cercano a la Alameda Esa casa tenía una fachada que parecía diseñada por Cecil B. de Mille a imitación de los templos de Karnak. La Quinta Olguita, por el rumbo del sur, era sitio de políticos. Ahí se decidían cuestiones importante­s: con una prostituta sentada en las rodillas y una botella de Henessy ante él cierto gobernador “palomeó” la lista que le presentó el partido para escoger a quienes serían candidatos a alcaldes. Esos eran tiempos, no los de esta latosa democracia.

Otro congal ilustre era el “California”. En cierta ocasión fue agasajado ahí un militar de alta graduación. Para correspond­er a la fineza el mílite llevó la siguiente noche a la banda del 40 Regimiento, a cuyas notas danzaron los presentes un muy completo repertorio de marchas militares. Ese lugar, el California, era sitio preferido por los contraband­istas. Porque entonces había contraband­istas en Saltillo: de azúcar, de ixtle, de cera de candelilla, de alcohol que traían en grandes camiones, clandestin­amente, a fin de no pagar los impuestos que el Gobierno imponía por el transporte de esas mercancías.

En el California se suicidó una vez un señor muy conocido en la ciudad, de apellido extranjero. Se enamoró de una de las mujeres que ahí prestaban sus servicios y todo lo demás. La pendona, después de sacarle todo su dinero, se burló de él, y una noche lo hizo golpear por su gigoló, chulo, pachuco, cinturita, padrote o tarzán. El infeliz señor, humillado, sacó una pistola, y cuando todos creían que iba a matar a su agresor se metió en la boca el cañón del arma y disparó. La dueña del establecim­iento, para evitarse problemas, hizo que su gente subiera el cadáver a un cochecito de caballos, y le pagó una fuerte suma al cochero para que dijera que en su carruaje se había suicidado aquel señor.

Como se ve, los congales de Saltillo tienen muchas historias de escándalo. Casi tantas como la nobleza de Inglaterra.

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