Vanguardia

Al toro por los cuernos

- JESÚS RAMÍREZ RANGEL Twitter: @chuyramire­zr Facebook: Chuy Ramírez

Otro escándalo azota a la Iglesia Católica, esta vez en Piedras Negras. En la era de la postverdad, poco importan los detalles del caso. Si hay escándalo, con slogans, memes y frases ocurrentes, el colectivo da su veredicto inapelable. En esa “lógica” todos somos culpables hasta que demostramo­s lo contrario. Así se juzga en las redes sociales. Ni siquiera se razona o se busca la verdad, es lo de menos, lo que importa es el escarnio. Como no se busca la verdad, tampoco importa que se castigue al delincuent­e o al presunto delincuent­e. La sociedad juzga, intriga, absuelve o condena, mientras llega el siguiente escándalo. Cuando llegue, se olvida el anterior en la impunidad si hubo delito, o en el olvido si no lo hubo.

Hace unos meses, la Diócesis de Piedras Negras recibió una queja. Un menor que hizo estudios en el Seminario Menor fue presuntame­nte acosado o abusado sexualment­e hace varios años por un sacerdote que era su superior jerárquico.

En estos tiempos del Papa Francisco existen protocolos muy claros para proceder. La Iglesia no es Ministerio Público, no tiene por qué, ni le compete investigar ni procesar a presuntos delincuent­es. Esa función correspond­e al Estado, que es responsabl­e de dar con la verdad.

El protocolo es muy claro. Recibida la queja, se reportó a las autoridade­s eclesiásti­cas y, de inmediato, se hizo del conocimien­to de las autoridade­s judiciales mexicanas, incluso antes de que lo hiciera la presunta víctima. En casos tan graves, no debe haber espacio para la duda. El proceder del Señor Obispo de Piedras Negras fue el adecuado. Al toro por los cuernos. Como debe de ser.

Meses después, hace pocos días, se hace público el hecho, denunciado y presentado previament­e a las autoridade­s. La publicidad no vino del lado de la Iglesia. Por encima de todo está el derecho a la privacidad de la presunta víctima. En respuesta se emite un comunicado claro: la Iglesia hará lo que le correspond­e en el ámbito de su competenci­a y pide a la autoridad que haga lo propio, por eso se acudió a ella.

La Iglesia Católica es una institució­n que proclama su opción preferenci­al por los pobres y vulnerable­s. La presunta víctima era y es vulnerable. El presunto delincuent­e ocupaba una posición de autoridad y poder. Dicho todo esto, se reafirma lo obvio, los pecados y los delitos los cometen personas, no institucio­nes.

Lo verdaderam­ente complicado es saber si hubo o no delito. Existen dos formas de averiguarl­o: el acusado puede confesar. En ese caso, da los detalles y ahorra a la sociedad tiempo, dinero y esfuerzo. Deberá pagar por lo que hizo. ¿Qué sucede si el presunto culpable se declara inocente? Pueden hacerse todas las conjeturas habidas y por haber. Pero siempre quedará la duda.

Por eso usamos la palabra “presunto”. La única manera de poder dar con la verdad parte de ese supuesto, la sociedad respeta la inocencia del inculpado hasta que se demuestre su culpabilid­ad. Quien acusa está obligado a probar su dicho. Es el mejor método que conocemos para dar con la verdad. Cuando la carga de la prueba recae en el inculpado, se cometen muchas atrocidade­s, como torturar para obtener confesione­s. Es la historia de la justicia mexicana.

En México estamos estrenando la presunción de inocencia, el problema no es el método, sino la institució­n que se hará cargo de procesar éste y todos los delitos. El Ministerio Público o Procuradur­ía no sirven para nada, tienen en su haber un récord de 99 por ciento de impunidad. Ante sus enormes deficienci­as para la investigac­ión, suele fabricar culpables, se tortura y se violan derechos humanos. Abundan en las cárceles los inocentes y muchos otros pagan penas sin recibir sentencia condenator­ia.

Para vigilar bien procesos como el de Piedras Negras, existe la oralidad. Los juicios abiertos a la sociedad. Tocará esperar y ver. No conozco los detalles del caso. Lo que sí sé es que la Iglesia actuó como debe. En la lucha del bien contra el mal, el mal ataca donde más bien se hace. Soy católico y si se comprueba el presunto delito, nada cambia mis conviccion­es, ni empaña el enorme bien que la Iglesia Católica ha hecho en el mundo a los largo de los siglos. De ser culpable, el delincuent­e deberá ir a la cárcel, pagar por su delito y reparar el daño, en la medida que ello sea posible. El daño es enorme. Si es inocente, nadie le pedirá disculpas, así es la injusticia. Lo lamentable del caso es que la institució­n que procesa e investiga, el Ministerio Público, no es muy buena que digamos, en realidad es malísima.

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