Al toro por los cuernos
Otro escándalo azota a la Iglesia Católica, esta vez en Piedras Negras. En la era de la postverdad, poco importan los detalles del caso. Si hay escándalo, con slogans, memes y frases ocurrentes, el colectivo da su veredicto inapelable. En esa “lógica” todos somos culpables hasta que demostramos lo contrario. Así se juzga en las redes sociales. Ni siquiera se razona o se busca la verdad, es lo de menos, lo que importa es el escarnio. Como no se busca la verdad, tampoco importa que se castigue al delincuente o al presunto delincuente. La sociedad juzga, intriga, absuelve o condena, mientras llega el siguiente escándalo. Cuando llegue, se olvida el anterior en la impunidad si hubo delito, o en el olvido si no lo hubo.
Hace unos meses, la Diócesis de Piedras Negras recibió una queja. Un menor que hizo estudios en el Seminario Menor fue presuntamente acosado o abusado sexualmente hace varios años por un sacerdote que era su superior jerárquico.
En estos tiempos del Papa Francisco existen protocolos muy claros para proceder. La Iglesia no es Ministerio Público, no tiene por qué, ni le compete investigar ni procesar a presuntos delincuentes. Esa función corresponde al Estado, que es responsable de dar con la verdad.
El protocolo es muy claro. Recibida la queja, se reportó a las autoridades eclesiásticas y, de inmediato, se hizo del conocimiento de las autoridades judiciales mexicanas, incluso antes de que lo hiciera la presunta víctima. En casos tan graves, no debe haber espacio para la duda. El proceder del Señor Obispo de Piedras Negras fue el adecuado. Al toro por los cuernos. Como debe de ser.
Meses después, hace pocos días, se hace público el hecho, denunciado y presentado previamente a las autoridades. La publicidad no vino del lado de la Iglesia. Por encima de todo está el derecho a la privacidad de la presunta víctima. En respuesta se emite un comunicado claro: la Iglesia hará lo que le corresponde en el ámbito de su competencia y pide a la autoridad que haga lo propio, por eso se acudió a ella.
La Iglesia Católica es una institución que proclama su opción preferencial por los pobres y vulnerables. La presunta víctima era y es vulnerable. El presunto delincuente ocupaba una posición de autoridad y poder. Dicho todo esto, se reafirma lo obvio, los pecados y los delitos los cometen personas, no instituciones.
Lo verdaderamente complicado es saber si hubo o no delito. Existen dos formas de averiguarlo: el acusado puede confesar. En ese caso, da los detalles y ahorra a la sociedad tiempo, dinero y esfuerzo. Deberá pagar por lo que hizo. ¿Qué sucede si el presunto culpable se declara inocente? Pueden hacerse todas las conjeturas habidas y por haber. Pero siempre quedará la duda.
Por eso usamos la palabra “presunto”. La única manera de poder dar con la verdad parte de ese supuesto, la sociedad respeta la inocencia del inculpado hasta que se demuestre su culpabilidad. Quien acusa está obligado a probar su dicho. Es el mejor método que conocemos para dar con la verdad. Cuando la carga de la prueba recae en el inculpado, se cometen muchas atrocidades, como torturar para obtener confesiones. Es la historia de la justicia mexicana.
En México estamos estrenando la presunción de inocencia, el problema no es el método, sino la institución que se hará cargo de procesar éste y todos los delitos. El Ministerio Público o Procuraduría no sirven para nada, tienen en su haber un récord de 99 por ciento de impunidad. Ante sus enormes deficiencias para la investigación, suele fabricar culpables, se tortura y se violan derechos humanos. Abundan en las cárceles los inocentes y muchos otros pagan penas sin recibir sentencia condenatoria.
Para vigilar bien procesos como el de Piedras Negras, existe la oralidad. Los juicios abiertos a la sociedad. Tocará esperar y ver. No conozco los detalles del caso. Lo que sí sé es que la Iglesia actuó como debe. En la lucha del bien contra el mal, el mal ataca donde más bien se hace. Soy católico y si se comprueba el presunto delito, nada cambia mis convicciones, ni empaña el enorme bien que la Iglesia Católica ha hecho en el mundo a los largo de los siglos. De ser culpable, el delincuente deberá ir a la cárcel, pagar por su delito y reparar el daño, en la medida que ello sea posible. El daño es enorme. Si es inocente, nadie le pedirá disculpas, así es la injusticia. Lo lamentable del caso es que la institución que procesa e investiga, el Ministerio Público, no es muy buena que digamos, en realidad es malísima.