Vanguardia

No convencen

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Elmar, lleno de urgencias masculinas, le pidió un beso a Colchona. “¿Cómo te atreves a pedirme eso? –se indignó ella–. Soy una mujer casada. ¡Ni siquiera debería estar follando contigo!”… Hoganio, ávido golfista, fue a un hotel de lujo a la orilla de la playa y que tenía campo de golf. Grande fue su decepción cuando se enteró de que el precio de la habitación era de 15 mil pesos diarios, qué él no podía pagar. Se dirigió al hotel de enfrente, que igualmente era de lujo y también tenía campo de golf. Se alegró mucho al conocer el precio del cuarto: 30 pesos diarios. Se registró, pues, y de inmediato fue a jugar. Le pidió al encargado del campo que le vendiera una pelotita de golf. El hombre le dio una y le dijo: “Son 15 mil pesos”. “¿15 mil pesos por una pelota de golf? –se escandaliz­ó Hoganio–. ¡En el hotel de enfrente cuestan 30 pesos!”. “Sí –repuso el otro–. Ahí donde te cogen es en el precio de la habitación”… ¿Existe el destino? Y si el destino existe, ¿cuál será su destino? Esas trascenden­tes considerac­iones se iba haciendo en su interior don Augurio Malsinado al salir esa mañana de la casa en compañía de su esposa. Ella, por su parte, se preguntaba a cómo estaría el jitomate, pues iba a recibir a sus papás y quería agasajarlo­s con un rico gazpacho, platillo muy idóneo para los días de calor. En ese preciso instante una paloma que pasó volando soltó una deyección que le cayó en pleno rostro al señor Malsinado. “¡Qué barbaridad! –exclamó consternad­a su mujer–. ¡Déjame traer un rollo de papel higiénico!”. “¿Para qué? –acotó don Augurio, resignado–. La paloma ya va muy lejos… El sargento irrumpió en la barraca donde dormían los soldados y gritó con voz de trueno: “¡Levántense, hijos de p…!”. Todos saltaron de la cama, menos uno. El sargento le dirigió al remiso una mirada inquisitiv­a. Dijo el soldado sin dejar el lecho: “Son muchos, ¿verdad, mi sargento?”… A mí no me convencen las doctrinas del espiritism­o postuladas por Allan Kardec. A mí no me convence la teoría de los fisiócrata­s, que sostienen que las leyes económicas son leyes de la naturaleza. A mí no me convencen los principios del positivism­o de Comte y de Barreda. A mí no me convencen los alegatos del fiscal que llevaron a Mata-hari a ser fusilada por espía. A mí no me convence el sistema de tenencia de la tierra en que se finca la existencia del ejido. A mí no me convencen las argumentac­iones de los enemigos del libre mercado. A mí no me convence la afirmación según la cual hay vida inteligent­e en el planeta Marte. Tampoco me convence la afirmación según la cual hay vida inteligent­e en el planeta Tierra. Por último, a mí no me convence el horario de verano… Se celebró un concurso de inteligenc­ia para bebés de un año y medio de nacidos. Quedaron de finalistas dos pequeños y una pequeñita: Pierrot, de Francia; Maggie, de Inglaterra, y Pepito, de México. El presidente del jurado le preguntó a Pierrot: “¿Eres niño o niña?”. “Soy niño –contestó sin dudar el francesito–. Lo sé porque traigo calcetinci­tos de color azul”. Un sinodal le hizo la misma pregunta a Maggie, la bebé representa­nte de la Gran Bretaña: “¿Eres niño o niña?”. “Soy niña –respondió con la misma seguridad la inglesita–. Lo sé porque traigo calcetitas color de rosa”. Le llegó el turno a Pepito el mexicano, que había llegado tarde a la prueba porque sus papás pensaron que era hasta el siguiente día. Le preguntó el director del concurso: “Y tú ¿eres niño o niña?”. “No lo sé exactament­e –vaciló Pepito–. Pero supongo que soy niño, porque tengo tan grandes los éstos que no me dejan ver si traigo calcetinci­tos azules o calcetitas color de rosa”… FIN.

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