Vanguardia

¡AH, ESAS SALAS DE REDACCIÓN!

- JESÚS PEÑA

Curiosas son las redaccione­s de los periódicos, casi como las guardias de las estaciones de bomberos, de la Policía o de la Cruz Roja. Casi, dije. Un día te llega un viejito con una red para el mandado, cargada de mandado, que dice que tiene la cura maravillos­a contra el cáncer; otro un esquizofré­nico con delirio de literato, que lo único que quiere es que lo escuches: otro un inglés que dice que su mujer cubana le pega y quiere que le compres la historia; otro un tipo que dice que la lideresa de su cuadra lo agarró a cuchillada­s porque no se quiso acostar con ella, y etcétera, etcétera.

Locos así me ha tocado atender en la recepción de VANGUARDIA a lo largo de los casi 15 años que llevo de trabajar aquí.

En fin, que al que nace pa martillo, del cielo le caen los clavos.

Pero oiga, nunca me había pasado lo que me pasó una mañana, que estaba yo muy campante tratando de escribir una crónica en mi cubículo de diario.

Había un señor en la recepción del periódico y urgía que lo atendiera, me dijo mi editor.

Se trataba de un muchacho con finta de vecino de colonia popular.

Apenas me vio se lanzó sobre mí con una perorata que ni chance me dio de meter las manos: que estaba enfermo de piedras en los riñones y que en el Seguro no lo querían atender, dijo

Después sacó, no sé de dónde demonios, un frasquito, de esos como los del Gerber, con un líquido amarillo en el que flotaban unos como terroncito­s de algo café.

Eran los orines del hombre aquel con las piedras renales que había arrojado en el baño, mientras se cansaba de esperar a que lo atendieran en el IMSS.

Ya se imaginará: yo me quise ir de espaldas cuando el hombre puso aquel frasco ante mi vista.

De inmediato me presenté con el jefe de informació­n llevando el susodicho frasquito e hice lo mismo que hombre: se lo puse delante sin más ni más.

Cuando le dije de lo que se trataba, hizo una cara de horror, mezclama con reproche, que salí casi corriendo de su oficina.

“Imbécil”, me dijo carcajeánd­ose días después de que platicamos la anécdota en el café.

Mire si sucede cada cosa en las redaccione­s de los periódicos, pero qué cosas caballero, que uno se deleita y se goza.

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