Vanguardia

PLANETA PERSONAL

- CLAUDIA LUNA FUENTES

“Mi padre nunca habló en la cena / sin embargo / yo escuchaba un rumor de trenes / un constante martilleo de polvo / y veía sus cicatrices orgullosas sobre el mantel / sus brazos levantando los muros de su llanto / y lo que yo escuchaba era la voz de mi sangre / cada tarde / en la misma mesa”. Edgar Rincón Luna.

Editado por “Los libros de la calle muertos”, el poemario “Puño de whisky”, cumple lo que promete de una manera sombrosa, es literalmen­te un golpe poderoso y cristalino, en la nebulosa y en el dolor que saca a través de esa líquida luz ambarina.

Tuve la fortuna de conocer a Edgar Rincón Luna gracias al escritor Diego Ordaz, en el Literatura en el Bravo, Encuentro Internacio­nal de Escritores 2017, realizado en Ciudad Juárez, Chihuahua.

Es uno de los poetas que inició estos encuentros de literatura en el Bravo para establecer diálogos entre quienes escriben. Pero es también poeta que sabe que Ciudad Juárez es una moneda al aire. Balazos y desaparici­ones, vidas perdidas por unos cuantos pesos.

Así, Edgar abrió junto con su esposa Verónica y sus hijos la Biblioteca Comunitari­a Hoja de Ruta, espacio que ha sido un préstamo de la familia de su esposa y que ha sobrevivid­o a granizadas en una parte de su techo translúcid­o. Allí hay libros y más libros, lápices, crayolas, cajones, mesas y sillas que muestran un gran uso.

Quiso que niños y jóvenes tuvieran otra alternativ­a a la soledad y las prebendas de grupos delictivos. Desde 2011 inició el trabajo y gestiones del espacio, y de allí hasta hoy, funciona sábados y domingos. Gracias al apoyo de voluntario­s, también es posible abrir algunos días entre semana. Allí se tan talleres, se gestan lecturas, dibujos, sesiones de cine y trabajo comunitari­o diverso. Durante varios años, con sus propios fondos y a veces con donativos, repartió la famosa “Hoja de ruta” en los camiones públicos. Los usuarios podían también escuchar los textos, pues había una lectura de quien repartía dicha hoja.

Ahora Edgar vive con su familia en El Paso, Texas; la violencia local fue sido un factor decisivo para migrar. Aun así, cada fin de semana vuelve a su biblioteca, donde Verónica lleva la voz cantante. La vi organizand­o a los voluntario­s y celebrando una reunión con sus visitantes que son de edades tiernas hasta jóvenes maduros. Aquí llegan corriendo con júbilo, o en bicicleta en espera de la siguiente actividad.

Aquí va con autorizaci­ón de Edgar, otro poema de Puño de whisky: “El pequeño Julio que le disparó a un ladrón / no tuvo más remedio que convertirs­e en policía / Vicente el tartamudo / feo como una moneda vieja / fue el primero el casarse / Javier el que me golpeaba / un día se estrelló el cráneo a los nueve años / y desapareci­ó para siempre de esta historia / Víctor el gran peleador / fue rechazado en un ejército extranjero / Meño el contador de chistes / fue asesinado frente a su hermano / saliendo de un bar / / veo las mañanas en el cine después del catecismo / el parecido infantil que los hermanaba / a Víctor el siempre vencedor y al cobarde de mí / recuerdo el río, las bicicletas // nunca estaremos juntos nuevamente / jamás sobre una calle de New York / nunca veremos las luces de esa ciudad desconocid­a / nunca desde el mismo cielo / nunca desde este infierno”.

Puño de whisky, qué gran libro carajo. Y Edgar, qué hermoso ser humano. Me uno a su poema final, titulado Ciudad Juárez Unplugged del que extraigo un fragmento “de la infancia solo guardo el miedo / a que un extraño aprovechan­do la oscuridad / entre a casa / de ahí mi amor por los relámpagos / a esa luz perseguida por el ruido / a ese abrazo fracturado de la muerte / que nos descubre las vértebras del cielo”. claudiades­ierto@gmail.com

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