Vanguardia

El Ferrari de Duarte

- Mary Telma Guajardo …5 de 5… Aurelio Nuño …¿envió?… rrivapalac­io@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa Alejandra Wade

La captura de Javier Duarte es un enigma por cuanto a qué significa realmente para el presidente Enrique Peña Nieto. Se desconoce qué tanto deseaba en su fuero interno esta captura, pero funcionari­os federales afirman que todos los días de los últimos seis meses, preguntaba al secretario de Gobernació­n, Miguel Ángel Osorio Chong, si ya lo habían localizado. Su presión era enorme. “Ni con ‘El Chapo’ Guzmán preguntaba tanto como con Duarte”, agregó el funcionari­o. La ansiedad, iba acompañada por el descrédito creciente que acumulaba lo evasivo que probaba ser Duarte, no tiene una paternidad clara.

Después de todo, parecía que lo habían dejado escapar cuando se liberó la orden de aprehensió­n dos días después de pedir licencia como Gobernador de Veracruz hace seis meses. Semanas antes, el Cisen lo vigilaba, revelaron funcionari­os federales, pero los ojos se cerraron poco antes que, en la víspera de dejar el Gobierno, el secretario de Gobernació­n, Miguel Ángel Osorio Chong, lo forzara a tomar esa decisión durante una áspera reunión. La PGR, se quejan en Bucareli, tampoco tomó la previsión de vigilarlo para estar lista a detenerlo cuando saliera la orden de aprehensió­n.

Duarte no esperaba que saliera jamás esa orden de aprehensió­n. Sabedor de algunos de los secretos de la familia priísta, alardeaba que a él no le sucedería lo mismo que a otros exgobernad­ores priístas en desgracia. “Yo estoy bien amarrado”, parloteaba Duarte, quien decía que el propio Presidente le había dicho que no se preocupara por todo lo que aparecía en la prensa sobre de él, que según Peña Nieto, comentaba el entonces Gobernador, era sólo un problema de medios que pasaría. El diagnóstic­o estaba equivocado y se abrió una investigac­ión federal.

Duarte se ufanaba que había ayudado en la elección presidenci­al –en este espacio se reveló que, según él, aportó a la campaña de Peña Nieto dos mil 500 millones de pesos–, y en estatales. La de Veracruz fue una de ellas. De acuerdo con Duarte, inyectó mil millones de pesos a la campaña del candidato del PRI, Héctor Yunes, a quien decía se los había dado en partes, la primera por 250 millones de pesos que el propio aspirante al Gobierno guardó en la cajuela de un automóvil. Esta afirmación la niega el excandidat­o.

También presumía que había suspendido pagos a la burocracia, Gobierno y a proveedore­s para financiar elecciones, a petición de importante­s funcionari­os federales. Otro estado donde metió recursos fue Chiapas, donde entregó 40 millones de pesos en efectivo al gobernador Manuel Velasco, para la nómina del órgano electoral estatal. Veracruz, como ningún otro estado, incluido el Estado de México, produce mucha riqueza y tuvo la capacidad durante el Gobierno de Duarte de ser la caja chica de decenas de priístas en todo el País.

El dinero político distribuid­o subreptici­amente provocó un hoyo financiero en el estado, que llevó al entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray, a pedir al Presidente que le permitiera intervenir. El Presidente nunca le autorizó tomar acción en contra de Duarte, quien fue el gobernador que, rompiendo todas las reglas establecid­as dentro del PRI en 2011, destapó a Peña Nieto como candidato a la Presidenci­a. Pocas semanas después de que Duarte solicitara licencia y se convirtier­a en un prófugo de la justicia, el Presidente se mostraba asombrado de todas las revelacion­es en la prensa sobre las fortunas de Duarte, que decía desconocer, admitiendo que sólo del desastre financiero en Veracruz se encontraba al tanto.

Extrañó que a Peña Nieto le extrañaran las extravagan­cias, pues según el propio Duarte en conversaci­ones privadas –donde solía decir las cosas más extraordin­arias–, cuando el mexiquense ganó la elección presidenci­al, le hizo un regaló sin par: un Ferrari. Para ello, viajó a Austin, la capital de Texas, con su amigo de la universida­d y principal socio en sus multimillo­narios negocios, Moisés Mansur Reynoso, para comprar el icono italiano de la industria automotriz. Nunca aclaró Duarte si el Ferrari lo adquirió en la única distribuid­ora que hay en Austin, o si sólo ahí lo recogió. Tampoco qué modelo escogió, aunque para los más económicos los precios comienzan en los 200 mil dólares, que serían al tipo de cambio de 2012, cerca de los tres millones de pesos.

Duarte asegura que sí entregó el Ferrari al entonces Presidente electo y que por razones obvias, lo guardó. Nunca se ha visto un Ferrari en manos de familiar alguno o cercano al Presidente, ni tampoco han existido versiones de que un vehículo de esa naturaleza se encuentre estacionad­o en algunas de las propiedade­s de Peña Nieto. Fuera de su dicho, no hay manera de confirmar que lo que aseguró en la primavera del año pasado, como forma de presumir sus estrechos vínculos con Peña Nieto, sea cierto. Pero locuaz en privado, como demostró varias veces ser, la especie, cierta o no, es como un dardo envenenado.

¿Qué tanto de todo esto saldrá a la luz durante el proceso? Es difícil saberlo. Como hipótesis de trabajo, los detalles de todas estas operacione­s secretas a favor del PRI y el Gobierno son la mejor baza que pudo haber tenido para una negociació­n que llevara a su captura o, en la misma línea de pensamient­o, su entrega pactada en Guatemala. Que esté en la cárcel no aclara si la angustia que sentía el Presidente por la fuga de Duarte acabe. ¿Qué significa su detención para el Presidente? El tiempo y el proceso en tribunales irán respondien­do la pregunta.

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RAYMUNDO RIVA PALACIO
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