Como los olmos
Alguna vez, hace ya 15 años, en visita a Arteaga, quedé sorprendida de la emoción que despertaron sus árboles a un extraordinario paisajista nacido en la Ciudad de México: Nicolás Moreno. Él, que documentó con su paleta y su pincel el cambio de lo rural a lo citadino en la capital del País, también había escuchado hablar de los árboles de Arteaga y tenía inmensos deseos de conocer la población.
Su emoción radicaba en la fuerza de los troncos. Viendo los árboles de la acequia, en la calle principal de la población, señalaba entusiasmado los muchos brotes que tuvieron, producto del renacimiento luego de seguras heladas en el pasado reciente. Ésa era una de las características más acusadas de su trabajo como pintor: retratar a la Naturaleza en su siempre permanente esfuerzo de salir adelante, de lograr sobrevivir frente a las condiciones adversas, hostiles, provocadas por los caprichos del clima.
La mayoría de los árboles que vio don Nicolás y que tanto lo exaltaron siguen ahí. Se observa uno que, seco, quedó asido a la tierra, sin vida. Sin embargo, muy cerca de él, florece uno más que da la nota de esperanza para el resto.
Resulta sumamente triste es que, por estos días, por la acequia no corre el agua. A lo largo de ella, por extraña razón, aparecen vagos espejos lodosos que permanecen encharcados. No sólo en ella, sino a lo largo de la población, los días santos vieron crecer exponencialmente la basura acumulada. Basura y áreas grises donde debiera haber jardín, es uno de los signos distintivos. Eso y anuncios de ser Pueblo Mágico simplemente no se llevan de la mano.
Aún es posible respirar el aire puro de las montañas; y hacia las siete de la tarde, el ambiente refresca, como antaño ocurría en Saltillo, un airecillo helado incluso. Las sierras ofrecen una vista inigualable, si por un momento dejamos de observar los huecos hechos por los fraccionadores, a quienes no importa violentar la sierra si son capaces de seguir construyendo en lugares imposibles (y riesgoso para las tres ciudades de la región: Ramos Arizpe, Arteaga y Saltillo).
¿Por qué somos incapaces de conservar los tesoros que nos acompañan por un determinado tiempo? Viendo la manera en que van creciendo nuestras ciudades, resultará inevitable una crisis en pocos años. Crisis ecológica, crisis de mantenimiento de los grandes centros urbanos que, sin embargo, se pretenden seguir alentando. ¿Habrá un momento en que a alguien se le ocurra, de los que tienen en sus manos la decisión legal de hacerlo, de parar el desbordado crecimiento? ¿Y seremos capaces los habitantes de estas comunidades de detener el deterioro, de cuidar nuestro medio ambiente, de mejorar nuestro entorno?
Sí es cierto que son muchos más los puntos verdes en la mancha urbana. Los antiguos visitantes a nuestro territorio se referían a ojos de agua y a algunas huertas que eran únicamente manchones en la ciudad. Hoy, se extienden por todos los rumbos de nuestra ciudad capital. Sin embargo, la necesidad de cuidar de esos espacios se vuelve un imperativo si deseamos que nuestras poblaciones no colapsen a causa de su incontrolable crecimiento. Arteaga, un lugar al cual se llega para relajarse, por esa atmósfera rural que todavía conserva. Es un deber de todos cuantos lo visitan y de todos cuantos en ella viven protegerlo. Si conserva su categoría de Pueblo Mágico, sus recursos debieran destinarse al embellecimiento general, a su cuidado permanente. No así, definitivamente, como se encuentra ahora, sumido como está, en un descuido y en un abandono evidentes.
Idea romántica que los pueblos conserven su esencia, para justamente ofrecer a los visitantes su identidad. Pues sí. Así que sea, pero que el mantenimiento, cuidado, respeto por el entorno casen con lo que esperamos de esa belleza idílica.
Hoy, un Nicolás Moreno se volvería a sorprender de la fuerza de los árboles que vio. Y esperemos que muchas generaciones más sean capaces de seguir reconociendo en ellos su capacidad de aferrarse y de seguir viviendo, como el olmo de don Antonio Machado: “…olmo quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida. / Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”.