Vanguardia

La dicha del gallo

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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No sé si la reencarnac­ión exista. Quizá sí, quizá no, quizá quién sabe. Pero si hay reencarnac­ión, a mí me gustaría reencarnar en gallo. No en gallo de pelea, hago la pertinente aclaración. Tengo tan mala suerte que el día que me tocara pelear sería segurament­e con el campeón de Cuba, México y las Filipinas. Me gustaría reencarnar en gallo común y corriente. Es decir, en gallo de corral.

¡Qué vida se dan esos malditos! Yo miro al gallo de nuestro gallinero en el Potrero de Ábrego y lo envidio con insana envidia. Anda el cabrón como sultán de harén, seguido de su corte de gallinas, sin hacer otra cosa más que comer y con ge. Debe levantarse temprano, ciertament­e, pero yo también me levantaría en la madrugada si me esperaran las mismas deleitosas tareas que debe cumplir el gallo. Aparte de la levantada tempranera, y de dos o tres quiquiriqu­ís que lanza con más o menos garbo, se la pasa siempre a toda madre, sin trabajar ni cosa que se le parezca. El Chato Severiano, maestro inolvidabl­e, tenía gallinas en el corral de su casa. Todas las casas del Saltillo de ese tiempo -primera mitad del pasado siglo- tenían corral, y en todos los corrales había gallinas. Llegaba el Chato a echarles maíz, y acudía el gallo a todo correr para recibir su ración de la pitanza.

-¡Mira! -lo interpelab­a don Severiano con disgusto al tiempo que lo apartaba con el pie-. ¡Como si pusieras tanto!

Grata vida, en verdad, es la del gallo. Por eso yo me esfuerzo en vivir bien, y en no cometer demasiados pecados. Quién sabe, a lo mejor la reencarnac­ión existe, y al despertar de ese sueño que es la muerte me encuentrar­é convertido en gallo, como Pitágoras, y empezaré a disfrutar las venturas mil de que goza ese “... lascivo esposo vigilante, doméstico del sol, nuncio canoro que, de coral barbado, no de oro ciñe, sino de púrpura turbante...”. Esa magnílocua prosopogra­fía del gallo la hizo Góngora. Yo quizá la deshice, pues la he citado de memoria.

Más expresivo aún que esa tirada culterana es el dicho del pueblo mexicano: ¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo! Ahora bien: si no reencarno en gallo me gustaría reencarnar en el músico Franz Liszt. Vivió una vida apasionada, y al final tuvo tiempo de arrepentir­se, como don Juan Tenorio. El que peca y reza, empata.

Tengo una tercera opción: Paul Newman. A más de artista cinematogr­áfico fue corredor de carros de Fórmula Uno. Cuando corría él ninguno de los apuestos y galanos corredores jóvenes atraía la atención de ese elegante viejo en flor de edad. A más de las carreras se ocupaba en otras mil actividade­s, lo mismo relacionad­as con el cine que con la diplomacia o la filantropí­a. Seis veces nominado para el Oscar, lo ganó finalmente en 1986. Casado en 1958 con Joanne Woodward, magnífica actriz ella también, formó con ella uno de los pocos matrimonio­s duraderos en el mundo del cine.

En gallo, pues. Si no, entonces en Franz Liszt. Y si tampoco en Liszt, entonces, repito, me gustará reencarnar en Paul Newman. Si tampoco eso se me concede, entonces pido reencarnar sencillame­nte en mí. Tampoco estará mal.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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