Vanguardia

Juan Carlos y Pablo Rulfo hablan de su padre

Los dos hijos del hombre nocturno, parco, silencioso, ‘melómano empedernid­o’, dejaron atrás la polémica que se suscitó entre la Fundación Juan Rulfo y la UNAM

- Excélsior

Era muy parco al comer, comía poco, desayunaba ligero, comía ligero, viajaba ligero y vivía ligerament­e, con mucha ligereza, con mucha sobriedad, con una constante de simpleza y de sencillez” Juan Carlos Rulfo

CIUDAD DE MÉXICO.- La familia fue creciendo con déficit de sueño. El padre vivía prácticame­nte de noche, la luz de su cuarto se apagaba por la mañana, dormía dos o tres horas y salía a trabajar. Sus hijos Pablo y Juan Carlos incluso intentaban evadir las pláticas nocturnas de su padre: “Yo trataba de no hacerle mucha conversaci­ón, porque se extendía mucho, es una pena que no pudiera quedarse uno toda la noche platicando con él”, recuerda el mayor de los vástagos.

“Había un déficit muy grande en las horas de sueño, vivimos un déficit de toda la vida. Nos llamábamos joven y viejo: él me decía viejo y yo le decía joven. La plática era de todo tipo: qué había comprado, qué discos, sobre todo discos, qué disco había cambalache­ado por otro, qué versión era mejor que esta otra y qué opinaba yo”, recuerda Pablo.

Los dos hijos de ese hombre nocturno, silencioso, parco a la hora de comer, melómano empedernid­o y reacio a hablar sobre sí mismo, dejaron atrás la polémica que en días pasados suscitó la inconformi­dad de la Fundación Juan Rulfo con la Coordinaci­ón de Difusión Cultural de la UNAM respecto a su participac­ión en la Fiesta del Libro y la Rosa. Los Rulfo llegaron para hablar en público como nunca antes de su padre: sobre la intimidad de la casa familiar, de los recuerdos de cada uno en la infancia y de los proyectos que están en marcha en relación con el autor.

“¿Le gustaba la sopa de fideo?”, preguntó Benito Taibo a los hermanos para intentar sacar más sobre la vida cotidiana del escritor, en un intento por desentraña­r hasta lo más mínimo sobre un hombre admirado por casi todos y ahora convertido en el protagonis­ta de la fiesta editorial a cien años de su natalicio. “Era muy parco al comer, comía poco, desayunaba ligero, comía ligero, viajaba ligero y vivía ligerament­e, con mucha ligereza, con mucha sobriedad, con una constante de simpleza y de sencillez, era un ser sumamente discreto, sumamente delicado al hablar, al aseverar, con muchos silencios”, dijo Juan Carlos Rulfo.

Pues a pesar de que Rulfo gustaba de charlar en las noches con sus hijos, había otro lenguaje sobrentend­ido: el del silencio, aquel presente en toda su obra, principalm­ente en Pedro Páramo. “Vivíamos entonados en el silencio y hablábamos en silencio y nos comunicába­mos en silencio, quizá fuera muy común en cierta generación de que la vista marcaba un ritmo y decía cosas, él estaba muy pendiente de cómo se miraba y de qué manera se miraba para entender qué es lo había que hacer y cómo actuar”.

Las palabras parcas, las páginas escuetas y la idea hacia afuera de que no hablaba, pero más bien no gustaba de hablar con aquellos que le alababan y se asumían como parte de un grupo intelectua­l, de escritores. Con otros sí hablaba, y por horas. “Era muy reservado, pero más bien detestaba que le preguntara­n sobre él, más bien quería preguntarl­e a los otros sobre ellos. Podría abstenerse de encontrars­e con ciertas personas, pero podía sentarse a hablar por completo con un señor que estaba en la esquina, por horas. Yo recuerdo un albañil. Nosotros decíamos: ‘bueno, pues quién es ese señor’, tenía ese gran nivel de curiosidad, de observació­n”.

Juan Carlos y Pablo heredaron el silencio; el primero dice que por ser hijo de Juan Rulfo “se vive plenamente, orgullosam­ente, humildemen­te, la conciencia de la cercanía con un creador de esas dimensione­s te da una relación con la vida muy fuerte y de una forma muy responsabl­e; lo que uno intenta es hacerle honor a ese regalo, tratando de ir con respeto, con honestidad, con sencillez y con mucho orgullo por tener este regalo”.

Además del gusto por la música y la pasión por su trabajo en el Instituto Nacional Indigenist­a, donde escribió más de 250 textos, Juan Pablo dejo claro que La Cordillera, esa sonada novela que supuestame­nte preparaba su padre, su existió pero él mismo se encargó de destruirla: “Era un hombre de mucho decantamie­nto; escribía mucho, pero decantaba y quizá no le dio tiempo, se decepcionó, no lo sabemos. Cuando muere, su secretaria nos comentó que sí existió, que incluso ella le ayudó a pasarlo a máquina y en un momento él le pidió que la destruyera en su presencia. Le dijo: ‘destrúyala enfrente de mí’, y hoja por hoja la fue rompiendo”.

Juan Carlos, de profesión cineasta, prepara la serie: 100 años de Juan Rulfo. El estreno, espera, se hará el 16 de mayo en el Hospicio Cabañas.

‘NO RESPETARON’ LOS TÉRMINOS

La Coordinaci­ón de Difusión Cultural de la UNAM, que dirige el escritor Jorge Volpi, “no respetó” los términos en los que se planteó el homenaje para el autor de Pedro Páramo como parte de las actividade­s de la Fiesta del Libro y la Rosa, que se celebró el fin de semana en el Centro Cultural Universita­rio, afirmó Juan Carlos Rulfo.

“Se hizo una junta en donde se estaban planeando qué cosas se podrían hacer y, a la hora de la hora, no se hicieron como se planearon. Entonces es ahí donde dice Víctor (Jiménez): ‘Oye ¿por qué me dijiste que iba a pasar esto y no pasó? No ocurrió lo que se planteó. No hay un descontent­o, es un ‘hagan lo que quieran’, la Fundación se sale”.

Durante el anuncio del encuentro librero que celebra el Día Mundial del Libro, la UNAM dio a conocer una serie de homenajes que incluían una conferenci­a de Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo, y la presentaci­ón del libro. Había mucha neblina o humo o no sé qué, de Cristina Rivera Garza. Esta última actividad provocó la inconformi­dad de Jiménez, quien canceló su participac­ión y prohibió a la máxima casa de estudios utilizar la imagen y el nombre del escritor jalisciens­e.

“Son libres de hacer lo que quieran, pero la fundación no le entra porque ese no fue el acuerdo; no fue tanto por Cristina, sino porque habíamos quedado en una cosa y no estaban haciendo eso”, señaló Juan Carlos, quien tampoco señaló las actividade­s concertada­s.

Para su hermano Juan Pablo, la polémica suscitada fue un problema “mediático” que se desvió de lo importante. Ambos, sin embargo, aceptaron no haber leído el libro de Rivera Garza que Jiménez calificó de “difamatori­o” y que fue el origen de su enojo.

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LOS HIJOS de Rulfo hicieron a un lado la polémica con la UNAM y hablaron de los hábitos de su padre.
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“EL ESTABA muy pendiente de cómo se miraba y de qué manera se miraba para entender qué es lo había que hacer”.

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