Optemos: insensibles o fraternos
Son tantos los males y tan intensa la circulación de noticias que resulta fácil y tentador enconcharnos o endurecernos ante el dolor ajeno. Resistir tamaña tentación es una responsabilidad insoslayable. “Nada humano me es ajeno”, dijo Terencio y así es y debe ser.
Nuestros hermanos de Reynosa vivieron un fin de semana de terror. Se dice que la Marina abatió a varios líderes del crimen organizado. ¿Se trata de una noticia atrasada o nueva? Es algo tan común como la proliferación de criminales que, tarde o temprano, asumirán el liderato de sus organizaciones. Ése es el fenómeno noticioso, porque ya no somos capaces de percibir la angustia y el temor de más de un millón de personas que viven en ese puerto fronterizo.
En Venezuela la guerra civil parece inminente. El Ejecutivo se vale del Judicial parta disolver al Legislativo. La presión internacional obligó a dar marcha atrás, pero el dictador se impuso a la autoridad electoral para obstruir el refrendo revocatorio constitucional, que no conviene a Nicolás Maduro. Los millones de personas que salen a la calle son la imagen externa de un pueblo con hambre y sed de justicia. Venezuela es un pueblo hermano que carece de lo básico, mientras la criminalidad y las fuerzas de seguridad aterrorizan a la población.
La semana pasada, una mujer embarazada con riesgo de su vida caminó desde Nicaragua hasta Oaxaca; como millones de personas, soñaba llegar a los Estados Unidos. Ignoramos su nombre, pero sabemos que perdió a su bebé después de ser detenida por agentes del Instituto Nacional de Migración en Tapanatepec. Nada sabríamos si el padre Alejandro Solalinde no lo hubiera publicado en su cuenta de Twitter y si Reforma no hubiera sacado una pequeña nota en la parte inferior izquierda de la página cinco.
¿Qué es más grave? Que estas notas nos pasen de noche o que sean las notas más importantes y ni siquiera caigamos en la cuenta del alud de acontecimientos cotidianos marcados por el sufrimiento que produce esta era de egoísmo. Sea nota o deje de serlo, las tragedias humanas empiezan a pasarnos desapercibidas. Las personas están tan metidas en buscar riquezas materiales, que olvidan la verdadera riqueza humana y la invaluable herencia del Creador: nuestra casa común, la Madre Tierra, la Madre Naturaleza.
¿Siempre ha sido así?, quizá la diferencia consista en que disponemos de más y mejor información, tanta que a veces sobra y nos rebasa, aturde o abruma. Sea cual sea el caso, la humanidad insiste en buscar la felicidad donde no está: en el consumo, en el placer y en el egoísmo.
Acabamos de celebrar el Día de la Tierra, la única que tenemos, nuestra Casa Común. Reconozcamos que la solución a tantos problemas radica en la solidaridad fraterna, que es lo opuesto al egocentrismo. El Papa Francisco lo advierte de esta manera “Si nos concentramos en nosotros mismos, corremos el riesgo de ser egocéntricos. Y el agua estancada se pudre”.