Vanguardia

Magisterio infantil

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El niño se lastimó una rodilla en el juego.

Se acercó la hermanita al verlo quejarse y se inclinó para darle un besito en la rodilla.

Y aquellos niños platicaban cerca de la escalera. ¿Quién inventó a las mamás? –No sé respondió su amiguito… ¡yo creo que las inventó Dios! El bolsillo del niño, grande para el tamaño de su pantalón, tenía un dulce ya chupado, un pequeño superhéroe de plástico, dos monedas, una llave de su caja de herramient­as, un reproducto­r de videos, una medalla de la Virgen y una fotografía de su mascota.

Esta niña tiene muchos juguetes, pero está jugando con periódico. Lo desdobla, lo extiende, lo toma por una esquina y lo va colocando en el suelo una y otra vez. Llega el papá y lo recoge para leer las noticias del día. La niña se queja de que le quitaron su alfombra.

Tiene la mamá la sillita de pensar. Cada vez que la niña se inquieta y desordena, le dice la mamá que se vaya a la silla un rato. Es algo ya habitual. Después de unos momentos llega la chiquilla con otra cara y con mejores actitudes.

Aquellos tres chicos no se sentaron durante toda la celebració­n. Estaban de pie apoyados en la pared. La explicació­n fue después que uno de ellos, por una operación, no se podía sentar. Sus dos amigos estuvieron de pie a su lado sólo por acompañarl­o y solidariza­rse.

El hermanito mayor, de vez en cuando, daba empujones y manotadas al más pequeño. “No le hace que me pegues –le decía éste–, de todos modos te quiero porque eres mi hermano”.

Contaba el corpulento arzobispo de Guadalajar­a que, en una visita pastoral, cuando la gente se acercaba a saludarlo, un chiquillo de Los Altos se le quedó viendo y le preguntó. “Oiga y ¿usted por qué está tan panzón?” Se rió el prelado, le zarandeó suavemente la cabeza y le dio algunas de las colaciones que repartía a la chiquiller­ía. “No te doy muchas para que no te pongas igual”, le dijo en carcajada.

En aquel rancho no había luz eléctrica. Ya al anochecer, en la recámara larga, encendía la señora su vela para remendar calcetines. Al fondo, en la oscuridad, estaban las chicas en sus camas. La pequeña dice, desde el fondo oscuro de la habitación, con su media lengua: “La señoda con su vela… clado… y acá, sus pobes queatudas a oscudas”.

Los dos pequeños se perdieron porque se alejaron de la hacienda. Los familiares, al ver que empezaba a oscurecer, estaban preocupado­s. De pronto, vieron venir a unos caballos trotando. Detrás de ellos venían corriendo los perdidos. Muy listos explicaron: “los espantamos para que se fueran a la hacienda y los seguimos”.

Hay un magisterio infantil en todas las familias. Lo que se aprende de los niños y niñas es una limpieza interior que destila sabiduría para la vida… ¡Un día es muy poco para celebrarlo!…

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