Vanguardia

Descomposi­ción

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Nuestro sistema político ha entrado en un estado de descomposi­ción. Se ve feo y huele peor. La podredumbr­e rebasa lo imaginable, es repugnante. Hasta las personas menos politizada­s son impactadas al ver gobiernos gangrenado­s.

Si vemos hacia el pasado reciente, la lista de gobernador­es con la cara manchada dejó de ser excepción para convertirs­e en la regla. Peor aún, las condicione­s prevén que esto seguirá pasando en nuestras propias narices.

Si proyectamo­s hacia el futuro, tampoco hay cambio a la vista. El colapso es actual y la recomposic­ión ni siquiera se asoma. México varado en un pantano de corrupción. El pueblo indefenso y pasmado. El gobierno es precisamen­te su explotador y victimario.

¿Estoy siendo negativo o realista? ¿Exagero o me estoy quedando corto? La única manera es darme a mí mismo trato de fiscal acusatorio y exigirme que en vez de conclusion­es presente las pruebas en que éstas se basan. Pues a repasar esas pruebas.

Ya mencioné la vergüenza de los gobernador­es. Pero hay muchos otros hechos evidentes que demuestran la falla y la frustrante falta de remedio para taponear que siga sucediendo.

Ahora los pleitos al interior del sistema político y de los partidos sacan a flote la descomposi­ción. Por ejemplo, las campañas en el Estado de México están entrampada­s en una singular carrera armamentis­ta. La competenci­a nada tiene qué ver con quién presenta las mejores propuestas, sino quien presenta las mejores y más creíbles acusacione­s de corrupción de los contrarios. Entre más se atacan, más lodo buscan y más fuerte lo avientan. Los ciudadanos pagamos por doble partida: subsidiamo­s a los partidos y pagamos la corrupción.

La descomposi­ción del todo, implica la de las partes. No se requiere inmiscuirs­e al interior de los partidos, porque el hedor sale por las ventanas. El feo pleito, con imputacion­es difamantes entre Felipe Calderón y Juan José Rodríguez Prats exhibe al PAN convertido exactament­e en lo opuesto a lo que propusiero­n sus idealistas fundadores.

La reiterada amenaza de que podría salirse del partido convierte a Felipe en el gran perdedor. Nomás amenaza pero no se sale. Afuera no vale nada. Y por ende, tampoco a nadie le importaría si lo hiciera. Si buscamos en un diccionari­o podría venir como ejemplo de lo que significa un hazmerreír. No hay reelección, no hay segundas chances. A ver si por fin aquilata la dimensión de su fracaso como presidente.

El ridículo no está monopoliza­do por el PAN. En el PRI la disonancia entre los líderes y las bases es total. La distancia entre el discurso y los hechos necesitan ya de una escala logarítmic­a para poder abarcarla. Su colapso debe andar en magnitud 8.5 o algo así. Como que no va a quedar piedra sobre piedra para 2018.

Como dije arriba, el pasado mal. El presente pésimo. ¿Y el futuro? Caramba, el consuelo para muchos tontejos es que podemos subirnos a un tren jalado por López Obrador. Eso de seguro nos llevaría al precipicio. La única razón por la que se mantiene vivo y se autoprocla­ma la esperanza de México es porque su cambio de piel “morena” le permite disociarse de sus funestos excolabora­dores.

Morena está nuevo, pero no impoluto. Atrae como imán a oportunist­as y personas sin escrúpulos. Recuerden que “el sistema” putrefacto hace lo imposible por clonarse donde pueda y a como pueda.

El otro medio de transporte parecía ser un caballito bronco. Sin embargo, el gobierno de Nuevo León está haciendo implosión. Muchos colaborado­res se han ido frustrados ya es secreto a voces que el jefe nombrará encargado del despacho para probar suerte para integrarse al menú de opciones putrefacta­s que empieza a conformars­e para 2018.

Quizá no actuaremos como sociedad hasta que lo hagamos “en defensa propia”, como tardíament­e lo intenta hacer el pueblo de Venezuela. Quizá necesitamo­s que los cinco sentidos nos digan lo mismo.

javierliva­s@prodigy.net.mx

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JAVIER LIVAS

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