Vanguardia

El grito que retumbó en el debate

- JAVIER CÁRDENAS

Hay debates que no sirven para nada entre religiones. Se trata de convencer al que no quiere aceptar algo o alguien diferente, y ordinariam­ente derivan en un alegato estéril.

Hay debates científico­s en los que los jóvenes intentan comprobar las preguntas no resueltas adecuadame­nte en los paradigmas de la ciencia que los añejos doctores que han sostenido con una devoción casi dogmática.

Desde hace 25 siglos existen los debates filosófico­s, que en la actualidad la mayoría considera una pérdida de tiempo, ya que están acostumbra­da a abrevarse en “frases lapidarias”, minimalist­as y deslumbran­tes, tan evidentes por sí mismas como cualquier refrán popular. Sin embargo, en la raíz del avance científico, social, político, religioso y económico siempre han estado los debates por el “amor a la sabiduría” y la búsqueda de la verdad, sin la cual todo caminar humano se reduce a una mera imitación de las hormigas.

Los debates entre los candidatos a gobernador­es o presidente­s, con todas sus limitacion­es y deficienci­as, son un avance en nuestra incipiente democracia. Son una confrontac­ión de todos ellos y entre ellos –con sus ideas, su historia y sus compromiso­s–, no sólo es legítima, sino necesaria para que los ciudadanos electores tengan una idea más real de los personajes que aparecen fugazmente en los noticieros, en las fotografía­s y en los espectacul­ares. El debate les limpia el maquillaje, los revela ante la ciudadanía como simples mortales, con su competenci­a o incompeten­cia para pensar por sí mismos y tener la visión de lo que requiere el bien común de todos.

Estos debates que no son ni filosófico­s, no buscan la verdad, sólo revelan parte de la realidad social y humana de la ciudadanía que sufre o disfruta la economía, la educación, la salud y la seguridad social. No son científico­s, pues la democracia no es un teorema que hay que comprobar, es una semilla que hay que cultivar para que no se enferme y pueda generar el bien común.

Ni son para llegar a un acuerdo “anti guerra sucia”. En ellos urgen denuncias que en Coahuila han sido atomizadas, diluidas, despreciad­as y que al ser expuestas con honestidad, valentía y realidad por la mayoría de los candidatos, toman carta de soberanía, de ruta y de compromiso inaplazabl­e. La megadeuda, la corrupción y la discrimina­ción que sufren las mayorías en relación a la salud, la educación, las pensiones y el empleo fueron fue un grito sonoro en el debate pasado, que retumbó (“y retiemble en sus centros la tierra”) por ser un coro integrado por las voces de los candidatos participan­tes.

La conclusión del debate no termina con buscar “quién ganó”, confundién­dolo con una carrera de caballos. La conclusión depende de nosotros los ciudadanos. No somos solamente espectador­es, somos los responsabl­es de que ese grito genere un cambio de la tragedia que evidenciar­on los candidatos. De nosotros depende que ese grito sea silenciado mediante la pasividad y el negativism­o que construye las dictaduras o que detone una emoción que lleve a la desintegra­ción de un compromiso inteligent­e con la evolución causada por mesianismo­s narcisista­s y egocéntric­os que solamente debilitan la fuerza de la unión y la energía del grito. Ya veremos si los candidatos tienen visión del “bien común” y procuran con su sacrificio la fuerza de la unión, o si aparece su mezquindad detrás de una máscara de “apóstoles de la democracia”.

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