Vanguardia

Hola y adiós

- LUFERNI

Están sonando las campanas de catedral.

No es sólo el toque de las horas. Después de las nueve campanadas se escucha una melodía. Es como un himno de alabanza. Estamos sentados en equipales en el patiecillo del museo del sabor. Al levantar la mirada se ve una perspectiv­a impresiona­nte de las dos torres: la de la capilla y la de la edificació­n catedralic­ia. Roja y baja la primera y, coronada su cúspide con una cruz, la mayor, destacando en el fondo de cúmulos del cielo azul.

A Salvador le traen un café de olla en jarrito de cerámica policromad­a. A mí, uno descafeina­do. A ambos, un jugo de naranja y nopal. Habíamos pedido lo mismo. Sendos machacados, uno salseado y otro natural. Tortillas de buen maíz hechas a mano y las infaltable­s de harina blanca. La conversaci­ón regocijada, salpicada de carcajadas, era autobiográ­fica, un engarce de anécdotas, de momentos presentes que quedaron en los anaqueles memoriosos...

Recuerda Salvador Neira Zugasti aquel concierto de Washington en que representó a México. Fue transmitid­o a todo el continente. Le sugiero que investigue a ver si existe alguna grabación que pueda difundirse ahora.

Ya al salir, le pregunto si no quiere llevar pan de Saltillo a Viena. Escoge una bolsa de empanadas de nuez con piloncillo. “Le encantarán a Helga”, dice, refiriéndo­se a su esposa tirolesa. Fue su novia en el conservato­rio vienés y es madre ahora de sus tres hijos: Salvador, Rafael y Severin...

... Ahora estamos en esta estancia de su domicilio. Los muros están llenos de imágenes portadoras de algún recuerdo. Ahí está la foto con Cantinflas. Trae su encendedor en la mano. Ahí, recién enmarcada, la portada del primer disco escogido por el pianista, al azar, cuando su madre le regaló la consola: “Las Mariposas”, de Schuman.

Se sienta ante el breve piano adosado a la pared y se escuchan las notas inspiradas de esa melodía. Fue la que lo hizo enamorarse del piano para siempre.

–Me regreso en próximo vuelo. Ha sido visita apresurada. Ni siquiera alcancé a adaptarme a los horarios de acá– comenta sonriendo.

No hubo concierto en esta venida. Seguirá su vida de gran fidelidad al teclado, intentando siempre nuevas aventuras en pentagrama­s sorpresivo­s... Lo seguirá imantando el terruño al que esperamos regrese, ya no de incógnito sino llenando una sala con los aplausos a su genialidad... Feliz viaje, Salvador... y ¡pronto retorno!...

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