Vanguardia

Crematísti­ca

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En aquel tiempo, Bill Clinton era el presidente de los Estados Unidos. Tirilita, la pequeña vecina de Pepito, le dijo a su mamá: “Pepito me invitó a jugar en su casa”. “Qué bueno, hijita –se alegró la señora–. ¿A qué van a jugar?”. Contestó la niña: “A la casita blanca”. “¡Qué lindos! – se enterneció la señora–. Y ¿cómo se juega eso?”. “No lo sé –respondió Tirilita–, pero Pepito dice que él va a ser el Presidente, y yo una tal Mónica no sé qué”… Don Martiriano, el sufrido esposo de doña Jodoncia, charlaba con un amigo. Le dijo éste: “Conocí a mi mujer un mes antes de casarme con ella”. Replicó don Martiriano con un hondo suspiro: “Yo la conocí un mes después”… El personal de la oficina le pidió a don Algón un aumento de sueldo. A la única que se lo concedió fue a Rosibel, su curvilínea secretaria. Ella trató de explicarle­s a sus compañeros ese privilegio. Les dijo: “Don Algón me dio el aumento por dos razones”. “Ya sé cuáles –se adelantó uno–. Las tienes puestas en la silla”… Sonorosa palabra es “crematísti­ca”. Tiene que ver con asuntos de dinero, con todo aquello donde hay un interés pecuniario. Muchos se preguntan por qué las comunidade­s mexicanas en Estados Unidos celebran como su día nacional el 5 de mayo en vez de festejar el 15 o 16 de septiembre. La explicació­n –¿debo lamentar decirlo?– es puramente crematísti­ca. Sucede que muchas de esas celebracio­nes son patrocinad­as por empresas cerveceras. En septiembre reina ya el frío en numerosas ciudades norteameri­canas, de modo que el consumo de cerveza sería muy bajo si la fiesta de la mexicanida­d –que ya se ha vuelto fiesta de la hispanidad– se realizara en esa época. En mayo, en cambio, en casi todo el territorio americano la primavera ofrece ya un clima bonancible que invita a disfrutar una cheve bien helada, o dos o tres o cuatro o cinco o seis. Por eso Ignacio Zaragoza ha desplazado en el país del norte a don Miguel Hidalgo y su muy digna esposa (así dijo un locutor cuando leyó: “Miguel Hidalgo y Costilla”). Si nos pusiéramos teóricos, pensaríamo­s que esto da la razón a Marx el malo (Marx el bueno es Groucho Marx). Aquel Marx afirmaba que todo en el mundo está regido por la economía. No le doy la razón, ni se la niego. ¿Quién soy yo, que tan irrazonabl­e soy, para andar por ahí dando o negando razones? Me limito a intentar la explicació­n de algo que parece inexplicab­le. Lo cierto es que en el universo no hay nada inexplicab­le, excepción hecha del universo mismo… Un individuo de estatura procerosa y musculatur­a hercúlea llegó a la casa de citas a hora muy temprana, cuando las muchachas todavía estaban haciendo sala. Se plantó ante ellas, jactancios­o, y declaró: “Soy Jock Mccock, y me dicen El Hombre de Acero. Miren por qué. Brazos de acero… Pecho de acero… Piernas de acero…” Dijo una de las chicas: “Entonces ven conmigo, guapo. Yo soy Pandora, y me dicen La Fundidora”… Don Cucoldo era agente viajero al servicio de la Compañía Jabonera “La Espumosa”, S. A. Por razón de su trabajo debía viajar constantem­ente. Cierto día, al regreso de uno de sus viajes, el vuelo se demoró. (¿Cuándo no?). Tomó el teléfono y llamó a su casa. Respondió la criadita. Le pidió don Cucoldo: “Dígale a la señora que voy a llegar tarde, porque el vuelo está retrasado”. Preguntó la criadita: “¿Quién habla?”. “¿Cómo que quién habla? –se molestó don Cucoldo–. Habla el señor”. “Por eso –replicó la muchacha–. ¿Cuál de los señores?”… Dos niñitos sostenían la acostumbra­da discusión: “Mi papá es mejor que el tuyo”. “No. No lo es”. “Mi hermano es mejor que el tuyo”. “No. No lo es”. “Mi mamá es mejor que la tuya”. El otro hizo una pausa y luego confesó: “Ahí sí me ganas. Mi papá dice lo mismo”… FIN.

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