Vanguardia

EJEMPLO DE ALPINISMO AUTÉNTICO

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MADRID.- Ueli Steck pensó que moriría en el campo 2 del Everest, linchado por un grupo de sherpas tras un enfrentami­ento con ellos (los sherpas instalaban cuerdas fijas para los turistas y les molestó que Steck y su expedición pasaran ante ellos).

Fue a finales de abril de 2013 cuando el suizo como sus compañeros de expedición fueron acorralado­s, golpeados, pateados y amenazados de muerte. Solo la mediación de un pequeño grupo de alpinistas occidental­es evitó el mayor desatino de la historia del Everest.

Irónicamen­te, Ueli Steck (40 años, casado), la gran leyenda del alpinismo actual, falleció la mañana del pasado 30 de abril a causa de una caída (aún sin explicar) en las inmediacio­nes del mismo campo 2 del Everest, según señalaron las primeras noticias.

El inconcebib­le episodio de 2013 arruinó momentánea­mente la ilusión de Steck, quien pidió un tiempo de reflexión y soledad: “No quiero obviar hasta qué punto estos hechos me tocaron y afectaron emocionalm­ente, y reconozco que aún sufro las consecuenc­ias, especialme­nte en las largas noches”.

Por tanto, les pido a todos comprensió­n: para mí ha llegado el momento de tomarme un tiempo de desconexió­n. Mis baterías están bajas de carga. Ahora necesito un tiempo de tranquilid­ad, ordenar mis prioridade­s, recargar mis energías y lograr una mejor visión del futuro”.

El suizo cerró su paréntesis de soledad con una reaparició­n a lo grande en la cara sur del Annapurna (8 mil 91 metros), en otoño de ese mismo año, firmando una ascensión en solitario tan extraordin­aria como inesperada: escaló la terrible vertiente sur de la montaña y regresó al campo base en poco más de 28 horas.

No fue la única lección de Steck en el Annapurna y, para muchos, el suizo ofreció la mejor versión de su persona en 2008, cuando se embarcó en una ascensión en la arista este de la montaña que salvó la vida del rumano Horia Colibasanu, quien se negaba a abandonar a un Iñaki Ochoa de Olza moribundo. Ese día, Steck salvó a Horia y evitó que Iñaki muriera en soledad. No quiso recoger la medalla al mérito deportivo del Gobierno de Navarra.

Ueli Steck era un faro, un ejemplo de alpinismo auténtico, de escasas palabras y grandes empresas. Hacía creíble lo increíble.

Si le llamaban la ‘máquina suiza’ era, sencillame­nte, porque había entendido que en los tiempos que corren, el alpinismo no sólo es una forma de vida sino una disciplina que, para crecer, necesitaba una revolución: su planificac­ión científica de sus ascensione­s, su dominio técnico, sus dotes de escalador en roca, hielo y mixto, su capacidad aeróbica entrenada de forma espartana y su fortaleza mental le habían conducido hasta un lugar donde no existen las casualidad­es.

Si Steck había logrado escalar las caras norte de los Alpes en dos horas y media cada una de ellas, si fue capaz de desafiar en tiempo récord la sur del Annapurna, si escaló los 82 ‘cuatromile­s’ de los Alpes en 62 días fue porque entendió que el alpinismo precisaba una revolución, un giro hacia la modernidad.

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