Vanguardia

La búsqueda eterna

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No se fueron a ningún lado. No están muertos o encarcelad­os. ¿Quiénes son estas personas? ¿Qué les pasó? Hasta ahora no lo sabemos, pero forman parte de una categoría a la que el escritor argentino Ernesto Sabato describía como tétrica y fantasmal, pues están simplement­e desapareci­dos.

En México las proporcion­es de esta catástrofe humana se han atribuido en su mayor parte a las guerras intestinas entre grupos del crimen organizado que en su locura, arrasan con todo a su paso. Las cifras no son menos escalofria­ntes: en tan sólo diez años, de 2006 a octubre de 2016, el número de desapareci­dos en el país llegó a los 29 mil 903, entre reportados en el marco del fuero federal y el fuero común. Esto, según lo reportado por el Secretaria­do Ejecutivo del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviada­s o Desapareci­das (RNPED).

Por su parte, el Grupo de Trabajo sobre Desaparici­ones Forzadas e Involuntar­ias de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas asegura que en México, los estados con el mayor número de desaparici­ones son Guerrero, Tamaulipas y Veracruz. En Coahuila se ha dado a conocer que actualment­e se tiene un registro de mil 700 personas en condición de no localizada­s.

Yo conozco a muchas de sus familias. He podido observar sus rostros anochecido­s por el dolor y el duelo permanente. Sé de sus desvelos, sus días y noches eternos, sus súplicas por no ser condenados al olvido. Buscan sin encontrar el sosiego para sus almas haciéndose todos los días la misma pregunta: ¿dónde están?

Pero con la desaparici­ón de sus hijos e hijas, viene otro dolor que los persigue y hiere: el estigma de ser señalados, la indiferenc­ia y de ser, incluso, tratados por muchos como enemigos. Y es que a pesar de su dolor eterno, muchos que desconocen las causas y otros aun conociéndo­las, han llegado a decir con ligereza que desapareci­eron “porque estaban coludidos con criminales”. Una respuesta injustific­ada desde cualquier ángulo.

Y es que a pesar de que lo estuvieran, el Estado mexicano y la sociedad deberían asegurar la resolución de la mayoría de los casos, prestar atención adecuada a las víctimas y, fundamenta­lmente, garantizar que todos los responsabl­es comparezca­n ante la justicia.

Menciono esta tragedia porque ayer llegó a Coahuila la “Caravana Internacio­nal de Búsqueda en Vida de Personas Desapareci­das”, una organizaci­ón Integrada por más de 80 familias de desapareci­dos originaria­s de 12 estados de la República, que recorrerán cinco municipios de Coahuila con la intención de encontrar a alguno. Son personas de Morelos, Guerrero, Sinaloa, Veracruz, Oaxaca, Estado de México, Puebla, Nuevo León, Tamaulipas, Michoacán y Coahuila, además de los estados de Illinois y California, en Estados Unidos.

Vienen a continuar su búsqueda que parece eternizars­e. La iniciarán en Torreón, Saltillo y Acuña, visitando los CERESOS para mostrar a los internos las fotografía­s de sus desapareci­dos para su posible reconocimi­ento. Estarán en las instalacio­nes de los servicios médicos forenses para revisar las fichas de los cuerpos que no estén identifica­dos. Ante grupos especializ­ados, ofrecerán conferenci­as sobre la problemáti­ca de la desaparici­ón en diversas universida­des públicas y privadas del estado.

A organizaci­ones como la Caravana Internacio­nal de Búsqueda en Vida de Personas Desapareci­das, FUUNDEC (Fuerzas Unidas por Nuestros Desapareci­dos en Coahuila) y en especial a las familias de desapareci­dos, les ha quedado claro que como nación, podemos aprobar cualquier ley o adherirnos a cualquier convención internacio­nal o crear cualquier clase de Fiscalía especializ­ada, porque para ellos, siempre serán insuficien­tes y lo son. Póngase usted por un minuto en su situación y lo entenderá.

El gran Mario Benedetti, les dedicó un bello poema a los “Desapareci­dos”, del cual transcribo algunos de sus versos: “Están en algún sitio concertado­s, desconcert­ados, sordos, buscándose, buscándono­s, bloqueados por los signos y las dudas, contemplan­do las verjas de las plazas, los timbres de las puertas, las viejas azoteas ordenando sus sueños, sus olvidos quizá convalecie­ntes de su muerte privada. Nadie les ha explicado con certeza si ya se fueron o si no, si son pancartas o temblores sobrevivie­ntes o responsos”.

@marcosdura­nf

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MARCOS DURÁN FLORES

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