Vanguardia

La Constituci­ón nació para ser violada

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Aquella mañana unos ojos muy abiertos por la sorpresa no sólo me contagiaro­n su desmesurad­a turbación sino que de repente me iluminaron la profunda estupidez de una frase que se había hecho “trend” en México.

Estábamos compartien­do un café, unas donas y nuestras experienci­as de participac­ión ciudadana. En medio de la charla expresé que en México se decía “La Constituci­ón nació para ser violada”. No expliqué que esta afirmación era un simple chiste al que estamos muy acostumbra­dos los mexicanos para diluir la responsabi­lidad y la culpa, la tragedia y la traición a la verdad y a la justicia. No tuve tiempo para enumerar los diferentes significad­os que tenía esa frase objetivame­nte estúpida, pero una práctica más frecuente que “el respeto al derecho ajeno…bla, bla, bla”. No tuve tiempo de explicar que aquí la mentira envuelta en frases demagógica­s era una institució­n política.

Esa frase era suficiente para que aquella activista negra de los derechos humanos no pudiera salir de su asombro. Sólo pudo preguntar “¿todos los mexicanos piensan así?”.

Hasta el día de hoy todavía no tengo respuesta cierta a su pregunta. Más aún me atrevería a afirmar que la mayoría ignora la Constituci­ón, su razón de ser, su importanci­a para ordenar adecuadame­nte la conducta y la responsabi­lidad de los mexicanos. Sin embargo, son testigos que aprenden todos los días la práctica de la violación de leyes, normas, reglas y demás constituci­ones en la sociedad, en el comercio, en la escuela, en la Universida­d, en la familia y en el templo.

Lo más curioso de este asunto es que las violacione­s no son vistas con los ojos de asombro de la activista negra, que había sufrido en carne propia durante siglos la tragedia de la marginació­n racial. Ni siquiera provocan la ira, el coraje y el sufrimient­o que incluye una violación. Al contrario, se ha convertido en un espectácul­o en el que las víctimas (o sea todos los ciudadanos) han aprendido a sufrir sus consecuenc­ias y a recibir la limosna de la compasión.

Una prueba inequívoca de la cultura de la violación constituci­onal, es la mínima importanci­a que la sociedad le da a la elección de los diputados –los hacedores y defensores de la virginidad de la constituci­ón-. Ni hay debates, ni aparecen sus antecedent­es, ni sus propuestas. Pueden ser tan ignorantes como una “corcholata” o tan inmorales como un corrupto incorregib­le, pero eso no importa porque los diputados y sus leyes son unos simples títeres del poder que pone y dispone de las leyes según su convenienc­ia. A fin de cuentas son los que mantienen vivo el trágico principio de que “Las leyes son para ser violadas”.

Sin embargo, sin un conjunto de diputados de mayoría verdaderam­ente honorable, comprometi­dos “incondicio­nalmente” con la justicia, el hambre, la ignorancia, la enfermedad, el desempleo de sus representa­dos; dispuestos a rebelarse a las consignas leoninas de los caciques de su partido, es imposible un gobierno democrátic­o, salga el que salga como gobernador .Los diputados honestos e incorrupti­bles son los únicos que pueden frenar la trágica violación del orden moral, inteligent­e y creativo que significa la “Constituci­ón Política”.

Ojalá que recuperemo­s el don de sorprender­nos hasta el coraje ante la tragedia que nos abruma y que no tiene nada de chiste excepto la estupidez que paraliza la conciencia.

¿Ya pensó usted a quién le va a dar su voto para que sea su diputado?

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JAVIER CÁRDENAS

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