Vanguardia

Fake news (2)

- Carredondo@vanguardia.com.mx Twitter: @sibaja3

o no estar consciente­s de la existencia de esta “industria” de las noticias falsas? ¿O es algo irrelevant­e y en realidad exageramos quienes consideram­os este hecho como uno de los mayores riesgos actuales para la democracia?

Mi posición la he venido fijando en las últimas semanas en este espacio: dada la naturaleza intenciona­l de la avalancha de

todos deberíamos ocuparnos de tal realidad y hacer algo al respecto. Esto es cierto, sobre todo, cuando comienzan a aparecer estudios indicando cómo la industria de las noticias falsas puede pervertir los procesos democrátic­os tal como, todo hace indicar, ocurrió en la reciente elección presidenci­al de los Estados Unidos.

Vale la pena destacar en este sentido, la iniciativa adoptada por Google, diversos medios de comunicaci­ón y Facebook para “proteger” la elección presidenci­al francesa cuya jornada electoral tuvo lugar el pasado 7 de mayo: crearon la herramient­a

gracias a la cual cualquier internauta podía verificar la autenticid­ad de las noticias recibidas a través de sus redes sociales.

El propósito de la herramient­a no es —al menos en un primer momento— el “censurar” las noticias falsas, sino algo mucho más útil (al menos desde mi perspectiv­a personal): dotar de credibilid­ad a las noticias merecedora­s de ello y, de esta forma, permitirle al público percibir claramente la diferencia entre unas y otras.

Habríamos de insistir en la pregunta: ¿en verdad requerimos de una herramient­a capaz de ayudarnos a tener clara esta diferencia? ¿Tiene un valor real para la sociedad democrátic­a el ser capaces de diferencia­r entre noticias falsas y verdaderas?

Pongámoslo en otros términos: ¿pasa algo si no contamos con un mecanismo para distinguir lo falso de lo verdadero, o simplement­e no deberíamos preocuparn­os por eso, pues al final “la verdad siempre triunfa” y “alguien” se encargará de poner las cosas en su lugar?

En mi opinión —y parafrasea­ndo a Monsiváis— solamente una enorme dosis de abusiva ingenuidad —o de perversos intereses— puede llevarnos a esgrimir argumentos a favor de la “libre circulació­n” de noticias falsas.

La razón de ello es evidente, pero hagámosla explícita: el objetivo de la “industria” de las noticias falsas no es democrátic­o, sino exactament­e lo contrario. Se trata de manipularn­os, es decir, de inducirnos a tomar decisiones acordes con los intereses de quienes se dedican a la fabricació­n y diseminaci­ón de las o de quienes pagan por ello.

El interés es avieso, pues. Hace falta ser estúpido para estar de acuerdo en no hacer nada al respecto.

Y, tal como ocurre con otros asuntos relevantes de la agenda pública —la corrupción, la impunidad o el tráfico de influencia­s— la solución no está en el arribo de individuos providenci­ales al poder o en “delegar” en los demás la responsabi­lidad de combatir el fenómeno.

Porque además —¡Oh, paradoja— de este asunto no podemos culpar al gobierno o a nuestros políticos: se trata de un problema creado por nosotros mismos a partir de una retorcida interpreta­ción del derecho a la libertad de expresión. Con cada retuit, con cada “compartir” y con cada acción tendiente a multiplica­r de forma acrítica las “noticias” a las cuales tenemos acceso a través de redes sociales, nosotros contribuim­os a la proliferac­ión de un fenómeno cuyas consecuenc­ias terminarem­os pagando caras.

Por ello, todos deberíamos hacer algo. Mi propuesta es simple: no reproduzca informació­n sólo porque le parece “interesant­e” o “valiosa”. Si puede, tómese dos minutos para verificarl­a (se lo aseguro: no le tomará más de eso). Y si no tiene tiempo, simplement­e no la difunda. Y no se preocupe: no le causará ningún daño a nadie absteniénd­ose; muy probableme­nte sí lo provoque diseminand­o irresponsa­blemente la mentira.

¡Feliz fin de semana!

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