Vanguardia

LAURA, UNA MAESTRA EXCEPCIONA­L

- SALTILLO DE A PIE JESÚS PEÑA

Todos tenemos una maestra o maestro entrañable, eso que ni qué...

Y la mía se llama Laura Valero y es realmente una maestra excepciona­l, fuera de serie, como nunca en mi vida he conocido otra.

Ella me ayudó desde niño a luchar contra mi discapacid­ad visual.

Había yo ingresado a la Primaria, en la Escuela Benito Juárez, Barrio del Salado. Y ahí la conocí. Entonces era una profesora jovencita, esbelta, de blanca tez, ojos bonitos, cabello crespo y bien peinado. No se me olvida. Por esos días mi vida infantil transcurrí­a entre feliz y tomentosa. Mi ceguera, que es de nacimiento, me impedía atender la clase como el resto de los niños.

No podía leer las letras del pizarrón y también tuve problemas con algo que por aquellos años, hace más de 30, en la ciencia de la pedagogía se llamaba lento aprendizaj­e.

“Es de lento aprendizaj­e”, le decían los maestros a mi madre.

Yo no entendía nada, nada me entraba en la cabeza y era como un vegetal en el salón de clase, un bulto, el cuerpo presente de una misa sin dedicatori­a.

Pero “la maestra Laura”, como le decíamos cariñosame­nte en el barrio, era difícil de vencer, hueso duro de roer ante la adversidad, roca que se no se rinde.

Todas las tardes iba a mi casa y en la humilde mesa de la cocina de mi madre me daba clases gratuitas, repasos de lo que, por mi ceguera, no había yo captado en su cátedra de la mañana.

Habrase visto a mujer más abnegada, más entregada al hermoso oficio de enseñar y más cristiana, porque “La profe Laura” era, es, católica practicant­e, y de las buenas,

No de leer la Biblia y darse golpes de pecho todo el día, sino de hacer el bien a sus semejantes y darse a los demás sin límites ni condicione­s.

Entonces, mi madre, de la cual he aprendido, entre muchas otras cosas, el valor del agradecimi­ento, me mandaba algunas tardes a dejarle a “La maestra Laura”, un puñito de harina de trigo que ella misma lavaba y molía.

Nosotros éramos siete hermanos, mi padre obrero del Grupo Industrial Saltillo y mamá una sencilla ama de casa, ¿qué otra cosa podía darle?, ¿con qué le pagaba a mi maestra lo que hacía por mí?

“Dile a tu mamá que Dios le dé más”, decía la profe con un gesto tan humilde y alegre que hoy todavía me hace llorar.

Por eso vaya desde aquí un reconocimi­ento y un recuerdo a mi querida maestra Laura Valero.

Una maestra excepciona­l.

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