Vanguardia

Espíritu santo, elfos, hadas; vudú…

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Hace algunas lunas publiqué en este generoso espacio de VANGUARDIA una columna que, conforme ha pasado el tiempo, ha crecido su bola de nieve. La polvareda que ha venido levantando sigue teniendo ecos. Más ecos conforme ha pasado el tiempo, insisto. El texto fue el titulado “La casa del pene”, crónica de las andanzas del trotamundo­s de Miguel Ángel Wheelock por tres países tan extraños para uno, tan ajenos, los cuales están en el otro lado del mundo: India, Paquistán y Bután. Con respecto a este último país, entre burlas y veras, el exitoso empresario me contó de una deidad a la cual se venera en cada casa, en cada granja, en cada vecindario: el pene. Se venera su poder de fecundar, su fertilidad. El principal templo, y a donde fue Miguel Ángel, es precisamen­te uno dedicado al pene, encimado éste en un acantilado bello y peligroso en las faldas de los Himalaya.

¿Por qué allá no llegó la cruz del maestro Cristo, su sermón de la montaña y ese libro hecho de libros llamado Biblia? Pues no. A toda esa región del mundo, como a muchas otras, les es tan ajeno creer en un solo Dios o en el espíritu santo, como para nosotros creer en elfos, hadas, casas encantadas, exorcismos, en el vudú, vampiros, ángeles, zombis, los licántropo­s o de plano, en el mismo demonio…. ¿O usted sí cree en ellos, en cualquiera de todas estas entidades o sucesos atrás nombrados? Eso de que tenemos alrededor de 2750 dioses creados por nosotros mismos me trajo una retahíla de comentario­s que al día de hoy se siguen presentand­o. Yo en lo personal, usted lo sabe, soy católico/cristiano. Creo en Dios, con fe rota y harto rebelde, pero creo. Por lo cual respeto cualquier fe o creencia de cualquier ser humano. Máxime harta cantidad de gente, como los nativos de los países donde anduvo vagando el ingeniero Wheelock, ¿están errados ellos, nosotros?

Lo que va a leer le va a poner los pelos de punta como me los ha puesto a mí. Aquí voy. Para el investigad­or norteameri­cano Claude Fischer, la cantidad de estadounid­enses que cree en los espíritus ha pasado de “1 de cada 10 a 1 de cada 3.” Y añade: hoy es más recurrente que un joven diga que fue a consultar un vidente, cree en espíritus y casas embrujadas, a que lo crea una persona madura. Un estudio de la UNAM estima que hay alrededor de 30 mil brujos en México. El investigad­or Elio Masferrer Kan, antropólog­o, deja caer una cifra de espanto: hay 100 brujos por cada 3,500 ciudadanos. Más leña al fuego del debate: según la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México, elaborada por Conacyt y el INEGI, 83.6% de los mexicanos reconocen confiar más en la fe y “poco en la ciencia.”

Esquina-bajan Tome un vaso de agua, no se vaya a desmayar, lea lo siguiente: en dicha encuesta, 57.5% de los mexicanos encuestado­s considera que “debido a sus conocimien­tos, los investigad­ores científico­s tienen un poder que los hace peligrosos.” En un país como México, donde aún la población mayoritari­amente es católica y luego cristiana (alrededor del 80%), sigue predominan­do una mentalidad de fe y magia. Avanzamos, ¿entonces es igual creer en el espíritu santo, en Jesucristo, en espíritus buenos y sanadores que creer en hadas, genios, en grogoch, en los pooka, en el dullahan, en reptiliano­s, en el vudú y su proceso de “zombificac­ión”; es lo mismo entonces creer en brujas adolescent­es (guapísimas todas), vuelos de vampiros y todo esa industria explotada por Hollywood?

¿Cuánto han contribuid­o las series gringas en este proceso de adoctrinam­iento de los jóvenes? Mucho. Todo está por hacerse e investigar­se en este país de juguete (o de pandereta, como dicen en España, me ha contado entre risas el deslenguad­o columnista Luis Carlos Plata). El año pasado y en el marco del Día Internacio­nal de la Juventud, el diario defeño “El Universal” aplicó una encuesta sintomátic­a entre jóvenes para preguntar apetencias. Lo que menos les importa fue la política (24%) y la religión (38%), siendo predominan­te la familia con un 96% de votos de interés. Pero, a los que les interesaba la política, se les pedía dijeran si simpatizab­an por un partido político. Salieron tablas: PRI y PAN son los partidos de su interés. Estos y no otros son los millenials. Este es el mundo real.

¿Por qué ahora hay más jóvenes que creen a ciegas en actividade­s paranormal­es, zombis, brujas adolescent­es, exorcismos, ocultismo, limpias, ver a videntes, cartomanci­a y espíritus santos? No lo sé. Es tema para el reportero amigo del rey Juan Carlos de España, don Jesús Peña. ¿Por qué los jóvenes mexicanos no creen en la ciencia y sí en limpias para sanarse? Ahora bien y ya para terminar en este texto, aunque regresaré al tema, si la Biblia dice que hay millones de espíritus buenos (ángeles) y malos (Job 38:4), ¿debemos creer en dichos espíritus? ¿Entonces es lo mismo buscar al espíritu santo que a Belié Belcán, Agué Taroyo, dos de los “luases” del vudú?

Letras minúsculas Por ocio, vea usted algunos de los miles de videos y páginas que hay sobre el “juego” llamado “Charlie Charlie.” Son jóvenes y la verdad, lamento que este sea el “futuro” de México… vegetando en la red. www. vanguardia. com.mx/ diario/ opinion > “Malayerba” nunca muere y cuando muere rebrota > Periodista­s asesinados, impunidad 97.36% > De Tucídides a Twitter Un soldado inglés de nombre Stephen Cummins murió en el curso de los enfrentami­entos entre las tropas británicas y el Ejército Republican­o Irlandés. Tal se diría que presintió su fin, pues pocos días antes de su muerte escribió un poema. Helo aquí, en imperfecta traducción:

“No me lloren en mi tumba. No estoy aquí. Estoy en el viento que corre por el campo. Estoy en los copos de plata de la nieve. Soy el cálido sol que dora las espigas, y la callada lluvia del otoño. Cuando llega la luz de la mañana soy el ave que emprende el vuelo. Por la noche soy la estrella que en el cielo brilla. No me lloren en mi tumba. No estoy aquí. No he muerto”. Cualquiera diría que este poema habla de la muerte. En verdad habla de la vida. De la eterna vida. De la vida eterna.

¡Hasta mañana!...

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JESÚS R. CEDILLO
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