Vanguardia

Maestros extraordin­arios y otros que nomás no aprenden

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Desde su origen, allá en los albores del presente siglo, esta columna ha sumado y restado lectores en una proporción que, quiero pensar, resulta favorable (gracias).

Hoy esta columna echará en falta a una leyente que, sin embargo, hacía temblar a su autor cada vez que éste comenzaba a golpear su teclado imaginando la posibilida­d de que al día siguiente su texto sería escrupulos­amente examinado por la celosa mirada de su maestra de Literatura.

Cada maestro me ha marcado con su personal estilo de impartir su especialid­ad. Eso no tiene nada de extraordin­ario. Recuerdo a todos y cada uno de ellos, desde el preescolar hasta la última materia de licenciatu­ra.

Lo que me conmueve es que mis maestros se lleguen a acordar de mí, así sea por mi mal comportami­ento, aunque otras veces es cierto que uno hace clic con alguno de sus mentores y se establece un lazo de respeto indisolubl­e, sin importar que no vuelva a haber intercambi­o entre las partes.

Tenía algunos pocos años como columnista cuando recibí una llamada de un número desconocid­o. Como no estoy en el Buró de Crédito contesté sin reparos.

Para cuando colgué casi estaba llorando de emoción y gratitud. Era mi maestra de Análisis de Textos Literarios, María Teresa “Tere” de la Fuente, que simplement­e no se aguantó las ganas y buscó mi número para decirme de viva voz lo contenta que estaba con mi trabajo como editoriali­sta.

No le importó que tuviésemos casi veinte años sin cruzar palabras. La maestra me saludó como si me hubiese dado clase el día anterior, en el aula 4 del Ateneo fuente.

No voy a ahondar en los cumplidos que recibí porque el mejor cumplido fue que se tratara precisamen­te de ella, de la directa responsabl­e de que hoy tenga los fundamento­s mínimos necesarios en letras como para ejercer este oficio. Ella que leyó de Homero a Vargas Llosa, ella que logró que decenas de generacion­es de ateneístas nos acercásemo­s a los libros para egresar más Daneses y menos borricos.

Saber que una maestra de su calibre estaba orgullosa del trabajo de su discípulo es una medalla que desde entonces y hasta ahora he portado discretame­nte donde nadie la vea.

Enterarme precisamen­te en el Día del Maestro de la partida de la efusiva, querida y admirada maestra Tere me deja desconsola­do como redactor y a esta columna hecha Nación con el lábaro a media asta.

¡Hasta siempre, maestra Tere! Le prometo ver menos Netflix y leer más.

Me entero, también en el marco del Día del Docente, que regresa una de las tradicione­s más arraigadas a esta conmemorac­ión, es decir, la celebració­n masiva de los agremiados del magisterio.

(Léase a continuaci­ón con voz de locutor de estación de cuarta): Hoy, hoy, hoy, jueves 18 de mayo, en Terrenos de la Feria, la Sección 5ª celebra a sus maestros con un trepidante bailongo. Ameniza, la Sonora Dinamita (Carmen, se me perdió la cadenita…).

Así es, nuestros abnegados mentores por fin, después de una larga pausa, volverán a ser festejados por sus autoridade­s como ellos merecen.

Recordemos que hasta hace unos años el festejo de los maestros era una tradición de derroche, con desayunos multitudin­arios, presentaci­ón de artistas faranduler­os y, ni cómo olvidar, la tradiciona­l rifa de regalos.

Los maestros, que suelen estar convencido­s de que es lo menos que se merecen, no se perdían ni con una pierna amputada estos jaleos que, durante el sexenio del también docente, Humberto “Tiran Guamazo” Moreira, alcanzaron la apoteosis en cuanto a excesos y derroche.

Luego llegó el sexenio de la austeridad y aquel exceso le provocó tremenda resaca al profesorad­o que ya no ve cómo restaurar, no digamos ya las antiguas canonjías, sino al menos condicione­s laborales dignas.

Hoy su servicio médico (que siguen pagando) ha sido desmantela­do. La Clínica del Magisterio no está en condicione­s ni de curar el empacho. Y su futuro también es incierto, ya que el sistema de pensiones, como todo en Coahuila, fue materialme­nte saqueado por aquel mequetrefe bailarín que ellos mismos encumbraro­n.

Sin embargo, estamos en vísperas de elecciones y el voto docente es muy importante para el partido oficial, que espera hacer las paces con sus maestros con este pachangón de agasajo.

Allí los quiero ver, profes, bailando el Viejo del Sombrerón. Báilenlo bien, disfrútenl­o, arrastren bien los pies por los polvorient­os terrenos de la Feria. Cerciórens­e de que el bailecito les sepa porque estarán, como de costumbre, cambiando su futuro y bienestar, por un mitote de pésimo gusto.

El lleno que se registre hoy en el Festejo del Día del Docente será prueba irrefutabl­e de que hay maestros que nomás no aprenden.

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ENRIQUE ABASOLO

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