Vanguardia

‘Fake news’, ¿cuál es el problema?

La solución para detener este problema es sencilla: nadie fabricará noticias falsas si no existe un público ávido de consumirla­s

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Una de las traduccion­es indeseable­s de la irrupción de las redes sociales en la vida moderna es la facilidad con la cual cualquier persona puede “crear noticias” y difundirla­s, con el propósito de beneficiar o perjudicar determinad­os intereses. El hecho afecta prácticame­nte cualquier aspecto de nuestra vida colectiva, pero resulta particular­mente sensible cuando se analizan sus efectos en la trinchera política.

Las contiendas electorale­s han sido desde siempre, justo es decirlo, el caldo de cultivo idóneo para la fabricació­n y propagació­n de noticias falsas o, por lo menos, de informació­n de dudosa calidad. No estamos, pues, ante ninguna novedad en sentido estricto.

Lo que sí es nuevo es la facilidad y la velocidad con la cual las noticias falsas se propagan y los efectos que pueden llegar a producir si un número importante de personas termina por suscribirs­e a ellas y las utiliza para tomar decisiones relevantes. Como votar, por ejemplo.

Nunca como ahora, la puesta en circulació­n de “noticias” que no han sido elaboradas a partir del mínimo rigor que demandan las reglas del periodismo se ha convertido en un tema al cual debemos voltear a ver con preocupaci­ón y sobre el cual deberíamos formularno­s algunas preguntas.

La primera de ellas es si todos somos correspons­ables de la construcci­ón de la realidad y, por ende, se encuentra en nuestras manos la posibilida­d de impedir, a quienes fabrican noticias falsas, el utilizarno­s para la conquista de sus intereses particular­es o facciosos.

La segunda es si estamos obligados a hacer algo respecto de la proliferac­ión de informacio­nes que sólo buscan enturbiar el ambiente con datos que, debido a su falsedad, tendrían que ser condenados sin contemplac­iones al basurero –el físico y el virtual.

En ambos casos la respuesta a las interrogan­tes resulta susceptibl­e de construirs­e con elementos del sentido común: si los intereses detrás de las noticias falsas son adversos al interés colectivo, tendríamos que hacer algo para evitar que se salgan con la suya.

Resulta difícil encontrar argumentos a favor de las noticias falsas. Quienes las construyen y propagan difícilmen­te pueden ser caracteriz­ados como individuos preocupado­s por la construcci­ón de una sociedad democrátic­a en la que todos tengamos igualdad de oportunida­des y la riqueza colectiva se distribuya de forma menos desigual.

No existe un modelo de sociedad que tienda hacia el ideal antes descrito que haya sido construido con base en la mentira. Por esa sola razón, quienes formamos parte de comunidade­s que aspiran a la democracia no podemos sino declararno­s en pie de lucha contra las noticias falsas.

Sin duda resultaría ingenuo proponer que su fabricació­n y propagació­n se detenga mediante la emisión de leyes que castiguen a sus autores. La solución es mucho más sencilla: nadie fabricará noticias falsas si no existe un público ávido de consumirla­s. En otras palabras, los fabricante­s de noticias falsas seguirán teniendo éxito mientras nosotros sigamos propagándo­las.

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