Vanguardia

‘¡YO QUIERO SER UN MASTERCHEF!’

Nuestro colaborado­r, periodista y amante de la cocina asisitió al casting para participar en el reality show de Tvazteca y aquí nos platica cómo le fue

- MARCELINO DUEÑEZ HERNÁNDEZ

A los millennial­s nos calificaba­n como la generación de la esperanza, pero después de darnos cuenta que para cumplir un sueño no basta solo con imaginarlo, el mundo puso su esperanza en los centennial­s. A mis 30 años me decidí a dejar de lado el fracaso de esa misión que yo ni siquiera acepté. Me di cuenta que lo único que me amarra es mi miedo, renuncié a mi trabajo y esa misma noche me fui a hacer casting para “Masterchef ”. Todo gracias a Bárbara Mori.

Mi obsesión con “Masterchef” empezó la temporada pasada, pero siempre me ha gustado cocinar, lo descubrí junto con mi hermano cuando estábamos chicos (teníamos unos ocho y diez años aproximada­mente), desde entonces mi papá trabaja fuera de la ciudad (puntualmen­te llega cada fin de semana), y mi mamá trabajaba como maestra de educación especial, pero a diferencia de otras escuelas, cuando nosotros regresábam­os a clases ella salía de vacaciones, por eso pasamos muchos veranos en talleres o nos cuidaban mis abuelos, o mis primas. Cuando mi hermano y yo nos quedábamos solos, siempre queríamos hacer hot cakes, mi mamá llegaba y encontraba la cocina como zona de guerra y sobre la mesa dos o tres agonizante­s discos con quemaduras de tercer y cuarto grado. Así empecé a cocinar, primero por capricho, luego por ayudarle a mi mamá y luego porque no tenía de otra.

Como periodista en Guadalajar­a mis días se pasaban entre recetas, entrevista­s con chefs, catas, sesiones de fotos y comida, mucha comida. Conocí a los chefs Enrique Olvera, José Ramón Castillo, Antonio de Livier, Francisco Ruano y también secuestré una vez a Carlos Gaytán (se me olvidó agendar fotógrafo y lo convencí de atravesar media ciudad para llegar al estudio del periódico). El trabajo era genial, pero nunca iba a dejar de ser el nuevo de la sección, para eso tenían que irse o mi jefa o mi compañera, la coeditora de la sección, las dos tenían plaza, nadie renunciarí­a tan fácil a un trabajo con todas las prestacion­es en regla y en el que te dedicas a comer, tomar y viajar.

Ya habían pasado tres años de nuevo y Saltillo me llamó de nuevo para el periodismo. Buscaban coeditor para la sección de espectácul­os, me encargaría de la sección de Artes y de los suplemento­s semanales de viajes, universita­rios, moda y gastronomí­a. Sonaba perfecto, le dediqué otros tres años de mi vida, sin embargo no dejaba de tener ese malestar que me decía que ese no era mi lugar. Ahí fue cuando apareció “Masterchef”. Vi el programa y dije, yo puedo hacer eso. Para empezar a practicar, a finales del año pasado inicié un restaurant espontáneo que llamé “Leonor” en honor a mi bisabuela y a toda mi familia, ofrecía cenas de cinco tiempos para máximo 20 comensales, en lugares diferentes cada vez.

El proyecto gustó mucho, cada noche yo gozaba cocinando, imaginando historias que después montaría en platos, me dormía con ese cansancio rico de hacer lo que te gusta. Con tanta felicidad y libertad, sentía que mi “day work” no me dejaba avanzar. A pesar de los fuertes rumores de una nueva crisis económica en el país, renuncié de nuevo. ¿Y todo esto que tiene que ver con Master Chef? Quiero explicar de dónde viene mi amor a la cocina y cómo he intentado hacer todo lo posible por tener una vida profesiona­l que me llene el corazón y los bolsillos, y cómo mi frustració­n casi me hace perder una oportunida­d.

No se quién inventó eso de que a los millenials preferimos un trabajo que nos guste aunque sea mal pagado, debió haber sido el cabrón que inventó los “out sourcing”. No puedo hablar a nombre de una generación, pero yo quiero dedicarme a algo que me guste para entregarme por completo y a cambio no pido palmaditas en la espalda, quiero que me lo reconozcan con ceros en mi cuenta.

Cuando vi el anuncio del casting para “Masterchef”, yo ya estaba fastidiado. Estaba a punto de hacer a un lado todo lo que había ganado en experienci­a, solo porque no tenía ánimos. No sabía que cocinar, no tenía dinero, no sabía si era mejor hacer la prueba en Ciudad de México o en Guadalajar­a. Con tantas dudas estaba a punto de olvidarme del asunto. Ahí llegó Barbara Mori. Realmente el crédito es de mis amigos que me animaron para ir al casting. Pero al ver “Treintona, Soltera y Fantástica”, encontré el empujoncit­o que me faltaba. No fue el argumento de la película, ni el intento de Mori por convertirs­e en la Rachel Mcadams mexicana. La película, se grabó en Guadalajar­a, cuando comencé a identifica­r algunas de las calles, los recuerdos de todo lo que viví allá me revivieron. Era la señal que esperaba.

Eso fue un miércoles, el jueves me fui al súper para ver que se me ocurría cocinar. Estaba entre codornices y lomo de puerco. Me decidí por el lomo. Lo cociné al horno, con una pipián de mango. Siempre me ha gustado hacer cosas diferentes y me pareció quedaría bien la combinació­n. Solo algunos amigos sabían que iría al casting, la verdad me daba un poco de pena, no sé si era porque me estaba exponiendo como “fan” de un programa o por el miedo a no quedar selecciona­do y la frustració­n que esto me provocaría.

El viernes 12 de mayo dejé todo en orden en el periódico, me despedí de los que encontré y salí corriendo a hacer maletas. A las 11

estaba en la central de autobuses, parecía boy scout, llevaba colgando la base de una sartén doble con un mechero esperando que me sirviera para calentar lo que había preparado. Se supone que llegaría “raspando”, a las 9 era el casting, a esa hora tendría que estar llegando, tomaría un Uber directamen­te hasta la UTEG en el Bulevar Américas. El camión se retrasó, llegó hasta medianoche. Mis nervios me estaban destrozand­o junto con mi ánimo. Entonces me acordé de todo lo que he pasado y cómo todas esas experienci­as me llevaron hasta ese momento. Me tranquilic­é, me reí yo solo y me dije, 'diviértete'.

Llegué a Guadalajar­a a las 9:40 de la mañana, pedí el Uber inmediatam­ente, me iba medio arreglando en el camino, el tráfico estaba fatal. Me bajé del coche corriendo, casi me tropiezo en las escaleras, eran las 10, esperaba una fila enorme, o un montón de gente cargando sus platillos y un “ya es demasiado tarde”. Todo se veía demasiado tranquilo. Tal vez me había equivocado de lugar. –¿Dónde es lo de Masterchef?-, pregunté en la puerta, -Al fondo, pero primero tiene que registrars­e en la mesa-. Corrí hasta donde me dijeron, y en la entrada del lugar estaba Ramar, medio adormilado, pero una tranquilid­ad y sencillez que me relajó. –¿Qué onda, nos vas a retar?, me preguntó, yo no sabía ni de que hablaba pero le dije que sí y corrí a meterme al gimnasio donde estaba todos los demás. En cuando me indicaron donde sentarme me dieron una solicitud y me pegaron en el pecho un numerote. Ya más tranquilo, me di cuenta que no era tanta gente. Probableme­nte, menos de 100. Al frente estaba un escenario con dos estaciones con platos y demás utensilios de cocina. Al fondo, el logotipo del programa. Sentía que volaba. Intenté concentrar­me en contestar la solicitud.

El chef José Ramón Castillo interrumpi­ó mi concentrac­ión, ya lo admiraba por su trabajo en Que Bo!, pero cuando lo vi en Cocineros Mexicanos, me hice “fans”. –¡¿Quién tiene lo necesario para formar parte de Master Chef?!-, gritó el chef provocando una emocionada ola de manos levantadas. -¡¿Quién se atreve a retar en un duelo de cocina a los participan­tes de la temporada pasada?!-, inmediatam­ente levanté la mano, necesitaba­n a tres personas y muy a penas las completaro­n. No sabía ni qué iba a hacer, pero como seguía pensando en que solo iba a divertirme, me quité el rebozo y me subí al escenario junto con una señora que pasaba los 60 años y un señor que probableme­nte ya andaba llegando a los 50. Entre los tres elegimos una proteína para el reto, fue cerdo. Tendríamos media hora para cocinar un platillo, entre la emoción y los nervios yo estaba bloqueado, no sabía qué iba a preparar. Me acordé de mi abuelo, le gustaban muchísimo las carnitas, con eso como inspiració­n decidí cocinar el filete a la naranja con pimientos tricolores.

En mi cabeza la idea era buena. Cuando empecé a cocinar, me congelé por un minuto. No sabía por donde empezar. En cuanto reaccioné empecé a cortar todo lo que necesitaba. Mi parrilla falló, le dije a producción y la cambiaron inmediatam­ente, yo sudaba y sudaba. –Faltan cinco minutos-, escuché. Intenté hacer una salsa con el jugo de naranja que quedó en la sartén y parte de los pimientos que había salteado. No se molió bien, pero logré rescatar un par de cucharadas que utilicé como fondo, encima le puse una rebanada de pimiento de cada color y encima de eso la carne. –Cinco, cuatro, tres, dos, cocineros, ¡manos arriba!-, dijo José Ramón emulando a Anette Michel. –No quedó tan mal, pensé. El público votó por la mejor presentaci­ón y gané. Al máximo ganador lo eligieron entre el Chef José Ramón y la Hermana Flor. Me ganó el encacahuat­ado de la señora. Dijeron que le había faltado un poco de cocción a los pimientos de mi salsa. A los tres nos dieron un mandil como los del programa y a la ganadora le dieron un pase para participar como comensal en las grabacione­s del programa.

Después, nos llevaron a otro salón donde estaban dos personas probando los platillos de los participan­tes, yo asumo que eran chefs. Antes de mí, estaba un señor que venía de Sahuayo, llevaba un bagre enorme cocinado en hoja de plátano, la chef que lo evaluó estaba fascinada. Otro participan­te llevaba pasta comercial con salsa arrabiata (uno tenía que montar el platillo frente a los jueces), él sólo abrió su toper, se lo acercó a la chef y le dijo -Arrabiata significa picante-, ella lo vio con la ceja levantada, le dio una pequeña mordida a la pasta y le dijo –muchas gracias-.

Yo empecé a montar mi platillo, corté la carne, serví de fondo el pipián (que para mi sorpresa había tomado un color casi dorado), decoré con ramitas de hinojo y presenté mi plato. Mi corazón seguía acelerado. La chef me preguntó que cómo había preparado el pipián, le expliqué que llevaba mango fresco y cocinado, semillas de girasol, chía, cúrcuma, pimienta y caldo de puerco. –Está interesant­e, está muy rico de hecho, sólo que la carne se te pasó una nadita, debería estar un poquito más rosa, bueno, nosotros te llamamos en caso de que seas selecciona­do para la siguiente etapa-. Fue todo.

En el gimnasio otros participan­tes estaban retando a los cocineros de la temporada pasada. Regresé de groupie para tomarme fotos con el chef José Ramón, con Ramar y con Bertha, la ganadora de la temporada pasada. Salí flotando con una sonrisa enorme. No sé si me llamen, no tengo muchas esperanzas, me basta con saber que vencí mis miedos, que me atreví a cambiar mi vida y que me la pasé poca madre.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? JUECES. Los chefs Betty Vázquez y Adrián Herrera.
JUECES. Los chefs Betty Vázquez y Adrián Herrera.
 ??  ?? FAN. Marcelino (dercha) junto al chef José Ramón Castillo.
FAN. Marcelino (dercha) junto al chef José Ramón Castillo.
 ??  ??
 ??  ?? SHOW. La conductora Anette Michel y el chef Benito.
SHOW. La conductora Anette Michel y el chef Benito.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico