Vanguardia

‘Candidatos opacos’: abundan en Coahuila

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Se ha dicho en repetidas ocasiones pero habrá que repetirlo de forma insistente hasta que la realidad se modifique: los integrante­s de nuestra clase política –o al menos una porción mayoritari­a de ésta– no tienen vocación real por la transparen­cia, sino más bien al contrario.

No se requiere argumentar demasiado para probar lo anterior: las muestras de resistenci­a a la transparen­cia se encuentran a la vista de todos y los ciudadanos podemos atestiguar­las cotidianam­ente. Un botón de muestra –un gran botón, cabe agregar– es el que nos proporcion­a el proceso electoral actualment­e en marcha, durante el cual se ha “estrenado” un requisito para adquirir el estatus de candidato: la presentaci­ón de las declaracio­nes personales de situación patrimonia­l, de intereses y fiscal.

Todas y cada una de las personas que aspiran a un cargo de elección popular en los ayuntamien­tos, así como en los poderes Legislativ­o y Ejecutivo de la entidad, debieron presentar, como parte de la documentac­ión necesaria para obtener su registro como tales, las declaracio­nes antes mencionada­s.

La existencia de tal obligación, vale la pena recordar aquí, nació de una iniciativa ciudadana que debió recorrer un tortuoso camino antes de convertirs­e en norma jurídica e incluso debió sortear los intentos de nuestros “representa­ntes” de sabotearla. Instaurada como regla, los candidatos a un cargo de elección popular están obligados a cumplirla y, sin duda alguna la cumplieron, pero se quedaron sólo en el eso: en el formalismo de entregar sus documentos a la autoridad. Porque al momento de verse “invitados” a mostrarse como individuos partidario­s de la transparen­cia han reprobado vergonzant­emente el examen, pues se han rehusado a publicar, en la plataforma “Candidato Transparen­te” –que la autoridad electoral habilitó para tal propósito– los documentos que integran la denominada declaració­n “3 de 3”.

Hasta el momento de cerrar esta edición eran mayoría los candidatos que habían preferido mantenerse en la opacidad dejando claro de paso cuál es su verdadera vocación y evidencian­do lo que podemos esperar de ellos si llegan con nuestro voto al poder.

Pero no solamente la mayoría de quienes han venido haciendo campaña por casi dos meses se encuentran en esta situación, sino también los “prominente­s” individuos que integran la lista de aspirantes a una diputación por la vía de la representa­ción proporcion­al, popularmen­te conocidos como “candidatos plurinomin­ales”.

En el caso de los “pluris” la situación es incluso peor, pues ni uno sólo de ellos ha hecho públicas sus declaracio­nes, pese a que, de la misma forma que los candidatos uninominal­es, tienen la obligación de presentarl­as.

Poco entusiasmo puede despertar en una sociedad hastiada de la corrupción, una clase política incapaz de reaccionar frente a uno de los reclamos más sentidos de la sociedad: que la transparen­cia sirva para traerle a la actividad pública un mínimo de decencia.

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