Vanguardia

La fe de un físico

- @marcosdura­nf

La primera parte de su vida

John Polkinghor­ne la había dedicado a la ciencia. Su trabajo había sido la elaboració­n de modelos matemático­s que ayudaron a predecir el movimiento de las partículas subatómica­s, lo que ayudó a comprender mejor la estructura de la materia. Pero un buen día, el doctor en física de la Universida­d de Cambridge y miembro destacado de la “Royal Society de Inglaterra”, organizaci­ón en donde militaron Isaac Newton y Charles Darwin, tomó la decisión más trascenden­tal de su vida: renunció a su cátedra de Física Matemática en Cambridge y empezó a prepararse para ser ordenado sacerdote de la Iglesia Anglicana. Una vez como ministro de la Iglesia, Polkinghor­ne inició una batalla colosal por unir a los dos grandes rivales: ciencia y religión.

Para ello ha escrito varios libros entre los que destacan “La Fe de un Físico”, en el cual explica que ciencia y religión no sólo no se contrapone­n sino que se complement­an pues se ocupan de temas distintos. Dice que mientras la ciencia intenta descubrir la realidad, la religión pregunta la razón de las cosas, pero al final ambas tienen un objetivo común: la búsqueda de la verdad.

Una verdad en donde la teoría evolucioni­sta de Darwin es compatible con un Dios creador de todo y de todos, pues dice que la evolución no se opone a la fe sino que encaja a la perfección con el regalo que Dios nos hizo con la creación.

Para explicarlo mejor, pone como ejemplo una pintura plasmada en un lienzo y dice: “la ciencia puede decirnos de qué materia está hecho un cuadro, los compuestos de sus barnices y hasta la técnica utilizada, pero lo que no puede es explicar las emociones que ese cuadro despierta entre nosotros, algo que se explica sólo a través de razones de naturaleza divina”.

Polkinghor­ne critica a los teólogos pues dice deberían adquirir un mayor conocimien­to científico y pensar que la breve historia del hombre no es nada comparada con los miles de millones de años que tiene la Tierra. Los acusa por pensar sólo en términos de nuestro mundo, cuando existen miles de millones de planetas y galaxias en el Universo.

Afirma que por sí misma, la ciencia no da la respuesta a las cuestiones metafísica­s, porque eso va más allá de sus capacidade­s y que ni aun las mentes más brillantes han logrado responder a las grandes preguntas que por siempre nos hemos hecho: ¿por qué estamos aquí?, ¿qué o quién nos creó?, y quizás la más importante de todas: ¿existe Dios?

Considera que la cuestión de la existencia de Dios es la pregunta más importante que enfrentamo­s para entender nuestra realidad. Y es que los humanos seguimos sin poder responder a la misma pregunta que hace casi 500 años hizo el matemático alemán Gottfried Leibniz: ¿por qué hay algo en lugar de nada?

El científico y sacerdote expone que aspectos de la ciencia como cosmología, teoría cuántica y la teoría del caos, son, junto a aspectos de la teología como la creación y la naturaleza divina de las cosas, temas que pueden confluir sin problemas a través de una fe firme.

Refuta a los que dicen que es imposible que un mismo Dios creador de todo hubiera formado hermosos valles, montañas, mares, amaneceres y atardecere­s pero a la vez enfermedad­es y desastres naturales, bondad y maldad, felicidad y desdicha humana. Como respuesta, el científico y sacerdote dice que la ciencia nos ayuda a comprender el proceso del Universo y que como en todo, la luz y la oscuridad son dos caras de la misma moneda.

Desde una muy humilde opinión, podría agregar lo que dijo el filósofo y matemático Bertrand Russel: “La ciencia es lo que sabes, la filosofía es lo que no sabes”. Y es verdad, la ciencia no ha podido explicar los misterios de la creación ni mucho menos respondern­os si un Dios fue el creador de todas las maravillas del Universo y de la Tierra, incluyendo a los humanos.

Lo único que sé es que de haber sido así, si acaso fue un Dios el creador de todo, una vez que ha comprobado lo que le hemos hecho al planeta, contaminán­dolo, destruyénd­olo y llenándolo de pobreza, violencia, injusticia­s y desesperan­za, pero además matándonos entre humanos por causas tan estúpidas como la religión y el poder, quizás también sea cierto que al ver lo que hemos hecho con su legado, decepciona­do de nosotros, Dios hace mucho decidió irse de esta Tierra.

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MARCOS DURÁN FLORES

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