Vanguardia

La respuesta está en el viento

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Días de extremo calor en nuestra ciudad. Con un sol que hace sentir quemadura en la piel, nos topamos con una gran cantidad de personas que hacen sus largos recorridos cotidianos caminando. Sábado por la tarde. Sofoca el aire.

Cruzamos por una de las avenidas principale­s de la ciudad, Nazario Ortiz Garza, en su esquina con Abasolo, en el norte de Saltillo. A lo lejos, observamos la figura de un hombre maduro, alto, fuerte, pero que va dando traspiés. Avanza un poco para detenerse enseguida. Viste ropa clara: camisa blanca y pantalón beige.

Extraña que en lugar de ir por la banqueta camina por sobre el arroyo de la calle, a esa hora sumamente transitada. Así que, inferimos, se trata de un migrante que, como muchos, pide ayuda a los conductore­s.

Un paso y otro más, titubeante. Sigue, sin embargo, entre una y otra vacilación, hacia adelante. Parece que da manotazos en el aire. De pronto se desploma. Cae sobre el pavimento y queda expuesto al tránsito vehicular de manera altamente peligrosa. Comienza a convulsion­ar, ha perdido ya el control sobre sí mismo. Por fortuna, casi enseguida, un par de conductore­s de autos y un ciclista se detienen a auxiliarlo.

Transcurri­eron exasperant­es minutos y minutos sin que la Línea de “Emergencia” del 911 atienda la urgente llamada. Una grabación que refiere con prontitud y precisión sobre las sanciones a que se haría acreedor quien juegue con la línea, nunca da paso a responder, con la voz de un ser humano en tiempo real, la llamada de auxilio.

Lo que pareció un terrible golpe de calor es a lo que se encuentra expuesta demasiada gente que hay en la calle. Exaspera que algunos postes luzcan todavía en atractivos pendones de vinil la disposició­n municipal de no dar dinero a quien lo solicita en los cruceros.

Saltillo, ciudad de paso obligatori­o desde los tiempos de la Colonia, seguirá recibiendo migrantes. Por aquí numerosas personas seguirán intentando entrar a Estados Unidos o regresarán expulsadas de ese país. ¿Y cómo está preparada la ciudad para ello?

La necesidad que se observa cada vez más acuciante en las calles no será frenada con disposicio­nes de no ayudar en las avenidas. ¿Cuál es la estrategia que suena más definitiva por parte de las autoridade­s para ayudar a los migrantes y a la gente necesitada?

Así, un día, el hombre desmayado. En otro punto, al sur de la ciudad, una joven mujer que vende periódicos para subsistir se ve obligada a llevar consigo a dos niños: un bebé en una carreola; un niño de dos años, caminando de un lado a otro, cerca del primero.

Es cierto, sí, que la escasa ayuda económica que reciben de los autos no solucionar­á el problema de fondo, y este problema de fondo es la pobreza, pero si alguien puede ayudar para que al menos un hombre, un niño o una mujer compren una botella de agua, de algo sirve.

Para el lunes de la próxima semana estarán decididas por los votantes las autoridade­s a gobernar. Hasta ahora, las propuestas. Ojalá que pronto, de inmediato, la ejecución de acciones que permitan rebajar, aminorar, la situación de pobreza en que viven muchos saltillens­es; muchos no saltillens­es que llegaron a vivir aquí, y centenares de migrantes que por fuerza han de pasar por aquí.

Quienes se vean favorecido­s con el voto, deberían tener entre sus prioridade­s hacer una visita a la zona adyacente a las vías de ferrocarri­l para conocer esta realidad. Hay muchos Saltillos. Y el rostro de ese Saltillo oculto, el que no disfruta de los mayores beneficios de una ciudad capital, que vive en pobreza y sin oportunida­des está por descubrirs­e aún. Está ahí, y es necesario llegar a él. Es necesario actuar en él.

Dice Bob Dylan en su canción “Soplando en el viento”:

¿Cuántos caminos una persona debe caminar antes de que lo llames un hombre?

¿Cuántos mares una paloma blanca debe navegar antes de que duerma en la arena?...

¿Cuántas veces un hombre puede voltear la cabeza pretendien­do que él no ve?

La respuesta, mi amigo, está soplando en el viento. Ojalá que sepamos descubrir lo que nos dice el viento.

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MARÍA C. RECIO

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