Vanguardia

Aquí se habla de amor (en tiempo de elecciones)

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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- I De labios de mi tía Conchita queridísim­a aprendí las siete obras de misericord­ia:

“Dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento: vestir al desnudo: dar posada al peregrino; visitar a los enfermos; visitar a los presos, enterrar a los muertos”.

Me sorprendía siempre -aunque en las obras de misericord­ia espiritual­es se nos pide consolar al triste- que no se enunciara una obra de sencilla piedad: acompañar al solitario.

El que está solo, quien sufre soledad, padece al mismo tiempo sed y hambre de amor; está desnudo de calor humano; va peregrino por caminos de honda tristeza; está enfermo de males de desolación; vive preso en cárceles de sufrimient­o y ha muerto para la alegría y para la esperanza.

De esa manera quien da su compañía a alguien que está solo, cumple al mismo tiempo todas las obras de misericord­ia. Recibirá por eso una perla

de gran precio, pues aquél que acompaña al solitario aleja de sí mismo el mal de soledad.

- IISAN Vitelio de Cartago es un santo del cual muy raras veces se oye hablar.

Patrono celestial de los pescadores de esponjas, sus milagros cesaron al populariza­rse las esponjas hechas de material sintético.

No existen reliquias de Vitelio. Tan sólo en Italia se conservan 642 muelas de Santa Apolonia, pero de San Vitelio no hay ninguna. Se conoce, sí, una epístola escrita de su mano. Dice en ella:

“El que ama a Dios en sus criaturas; el que tiene gratitud para sus padres; el que da ternura y cuidados a su esposa y a sus hijos; el que llena las

horas de cada día con su trabajo honrado; el que hace bien a todos y a ninguno hace mal, ése es un santo”.

La gente, sin embargo, piensa que la carta es apócrifa. La gente piensa que un santo es solamente aquel que está en el calendario y cuyas muelas se veneran en una catedral.

- III Cuando con mis compañerit­os del Zaragoza, colegio invicto y triunfante, hice la primera comunión, el buen padre Secondo nos pidió que antes de recibir a Jesús fuéramos con nuestros padres y les pidiéramos perdón por nuestras faltas. Buscó cada quien a sus papás, y ahí en la banca les pidió perdón.

No entendí aquello: a los 7 años no es necesario entender nada. Pero ahora creo saber lo que aquel santo padre nos quería enseñar.

Primero, que estábamos pidiendo perdón a nuestros padres no por las faltas que habíamos cometido -¿qué faltas podían ser aquéllas? –sino por las que íbamos a cometer. Ellos, al fin papás, las perdonaban todas por adelantado.

Y otra cosa nos estaba enseñando el sacerdote, más importante aún: que el perdón de Dios sólo se puede hallar íntegro y pleno en el perdón de aquellos a quienes ofendimos.

He vuelto a pensar en eso una y otra vez. A los 7 años no es necesario entender nada, pero a mis años sí.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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