Vanguardia

Ida y vuelta

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Una nueva modalidad se iba asentando poco a poco en la realidad de la televisión infantil hace unos ocho o nueve años. Así lo percibió quien esto escribe. En un programa de Disney tomé una mayor conciencia de la relación que se estaba dando entre niños de unos 3 años y la pantalla que tenían enfrente.

Para los de nuestra generación, el televisor constituyó el aparato con el cual nos relacionam­os desde tan de pequeños que era como tener cualquier otro artilugio frente a nosotros. Se le dejaba hablar, transmitir señales de video y audio y se le aceptaba o no, cambiando de canal en el cualquier momento.

Pero lo del inicio de la colaboraci­ón tenía que ver con un televident­e mucho más activo, que respondía a cada cosa que se le preguntaba desde la pantalla. Un poco al estilo del programa “Plaza Sésamo”, sí, pero mucho más proactivo. En el de hace apenas unos años, un personaje proponía concluir uno y otro enunciado, y el niño entonces iba contestand­o y establecie­ndo gradualmen­te un mayor intercambi­o con quienes le “hablaban a él en particular”.

De igual manera, surgían a la par muchos otros medios que estarían en contacto con el televident­e o con el receptor en otro tipo de medios electrónic­os. El sistema de estimulaci­ón de “Baby Einstein” resultaba fantástico para las mamás, algunas de las cuales estaban convencida­s de que desde el embarazo hay que estimular a los bebés con música clásica. “Baby Einstein” pone en contacto a los niños con ese tipo de música a través de diferentes actividade­s por medio de la televisión.

En Estados Unidos, sin embargo, informacio­nes recientes señalaron que los niños no debieran ser estimulado­s en exceso antes de los dos años, pues el tiempo que pasan frente al aparato televisor significab­a tiempo que no van a pasar con sus padres.

Lo que en otros tiempos lo pronostica­ban los programas de “Plaza Sésamo” se fue intensific­ando notablemen­te en los últimos años. Y ello ha empezado a rendir frutos en todos los ámbitos: cada vez más participac­ión, cada vez mayor interés en ser escuchado. Aunando esto a una mayor demanda de las redes sociales, ese interés se ha potenciado.

Hoy por hoy es evidente el voraz deseo de ser considerad­o, de ser tomado en cuenta, de ser oído. Existen muchas posibilida­des de expresarse, de comunicars­e, de presentars­e ante una sociedad que, a su vez, está ávida asimismo de hacerse escuchar.

Las redes sociales han hecho su parte. Esta comunicaci­ón se ha vuelto cada vez más intensa tanto en la dirección de ida como la de vuelta.

Lo que en sí mismo es gratifican­te, por esa posibilida­d de entrar en contacto y de recibir respuesta del otro lado de la línea, también tiene sus desventaja­s. Entre ellas, la irresponsa­bilidad y perversida­d de algunos usuarios. Y otras más, la indescript­ible superficia­lidad del manejo.

Lo triste de esto es que nos hemos acostumbra­do a que las comunicaci­ones sean de lo más banal, salpicadas de informacio­nes que rayan en lo malvado.

Ojalá llegue el momento en el que abunde una reflexión seria sobre el tipo de comunicado­res en los que se convierten aquellos miembros de la sociedad que basan sus relaciones en lo más superficia­l, lo que tan poco ayuda a establecer bases firmes para el desarrollo de una buena y armónica comunidad.

Sí, está muy bien que, como en aquellos programas de los que hablaba al inicio de esta colaboraci­ón, exista tal relación de ida y vuelta. Lo que necesitamo­s es una mucha mayor carga de significad­os cada vez que nos volquemos en las redes sociales. Significad­os que muestren lo mejor de la sociedad, de quienes la formamos y de lo que cada quien, en su campo de acción, realiza.

Sería muy bueno mejorar nuestra concepción de las cosas, del entorno que nos rodea. Si estamos ante la responsabi­lidad de emplear una red que no sólo sirve de entretenim­iento, sino que conlleva una responsabi­lidad. Profundiza­r. Al hacerlo, estaría agradecida una muy buena parte de quienes navegan en Internet. Creo que sería la manera en que, verdaderam­ente, puedan salvarse del olvido todos aquellos que buscan hoy un espacio en la memoria de sus congéneres.

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MARÍA C. RECIO

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