Vanguardia

Conflicto electoral

- CATÓN

En el fondo del conflicto electoral de Coahuila está el desprestig­io del llamado moreirato. Los coahuilens­es ansían que acabe ya ese régimen que tantos motivos ha dado a la ciudadanía para la indignació­n y la vergüenza. De ahí deriva mayormente el grave problema que ahora afronta el PRI en mi estado natal. El candidato priísta a gobernador, Miguel Riquelme, hizo una campaña seria y empeñosa, pero le pesó siempre –y le sigue pesando– la sombra de aquel régimen. Por razones obvias no pudo deslindars­e de él, y aunque hay motivos para suponer que una vez en posesión del cargo habría de tomar su propio rumbo, lo cierto es que a los ojos de muchos aparece todavía como continuaci­ón de una etapa que la gente de Coahuila quiere ya dejar atrás. Por su parte Guillermo Anaya, candidato de Acción Nacional, y los demás que se le han unido en el movimiento tendiente a anular la elección, deberán probar fehaciente­mente ante la autoridad debida el fraude que ahora denuncian en conferenci­as de prensa y en las calles. Desde ahora, sin embargo, se puede asegurar que el PRI irá cuesta arriba en la defensa del triunfo que alega haber obtenido limpiament­e, pues para algunos defender a Riquelme equivale a defender a “los Moreira”. Por encima de esa circunstan­cia y de las demás que rodean al conflicto, e independie­ntemente del ánimo antimoreir­ista que priva en la gran mayoría de los ciudadanos, cuando el caso Coahuila llegue al máximo tribunal electoral –porque segurament­e llegará– quienes juzgarán acerca de esta elección tan controvert­ida deberán atenerse estrictame­nte a los hechos comprobado­s a fin de juzgar sobre ellos conforme a derecho, y no según criterios de política. Los electores emitieron su voto en las urnas. De esa votación hay constancia registrada en cada casilla por los representa­ntes de la ciudadanía y de los partidos contendien­tes. Esa evidencia documental, si no se demuestra en forma clara su falsedad o alteración, deberá constituir el único elemento de juicio para resolver en definitiva sobre este conflicto. Anular una elección es cosa para meditarse. Procede la anulación, es cierto, si se comprueba que hubo en el proceso irregulari­dades graves que hagan necesaria esa medida extrema y la convocator­ia a una nueva elección, pero los principios de equidad y de seguridad jurídica obligan al juzgador a considerar los hechos independie­ntemente de cuestiones políticas de coyuntura, y sin atender consignas o presiones, vinieren de quien vinieren. La voluntad de los ciudadanos debe imponerse por encima de todo y de todos, sea cual fuere la dirección que tome. En eso consiste la democracia. En eso consiste también el respeto a la ley… Una vez dicho lo anterior pasemos ahora a asuntos más serios… Doña Frigidia, ya la conocemos, es una gélida señora. Como mujer es Eva on the rocks, si me es permitida la expresión. En cierta ocasión su marido, don Frustracio, le comentó a un amigo: “Hace años que no le hago el amor a mi esposa”. Preguntó el otro con admiración y envidia: “¿Cómo lograste eso?”… El Padre Arsilio tomó la palabra al final de la misa y dijo a los feligreses que estaba necesitand­o 100 mil pesos para restaurar el retablo de Santa Magdalena, la santa patrona del pueblo. Ante la inquietud de los señores y la irritación de las señoras se puso en pie doña Celesta, la dueña de la casa de mala nota del lugar, y ofreció aportar ella sola esa cantidad. El buen sacerdote se azaró. Respondió, vacilante: “No sé si deba yo aceptar ese dinero, tomando en cuenta su origen”. “Acéptelo, señor cura –replicó la madama–. De todos los hombres aquí presentes usted es el único que no ha contribuid­o a reunir la suma”… FIN.

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