Vanguardia

México y el FBI

- ENRIQUE BERRUGA FILLOY

Para funcionar de verdad, la procuració­n de la justicia tiene que ser independie­nte del poder político. Así lo está demostrand­o la trama que implica a Donald Trump con los rusos. Al exdirector del FBI, James Comey, le pidieron que dejara de investigar al presidente y a sus funcionari­os más cercanos, con la intención de abortar una crisis política y legal de grandes magnitudes. Comey prefirió que lo cesaran del cargo, antes que someter la independen­cia de la institució­n al gobierno en turno. En México es urgente que las instancias de investigac­ión del delito sean verdaderam­ente autónomas, pues es frecuente encontrar que la violación de la ley se origina en las instruccio­nes de algún gobernante. Es poco serio pensar que un subordinad­o pueda presentar cargos contra quien lo nombró en el puesto.

Al director del FBI, lo mismo que al procurador o el secretario de la Función Pública en México, los nombra y los quita el Presidente de la República. Hasta ahí las similitude­s. El cargo de director del FBI dura 10 años con el fin de que sirvan al Estado y no al gobierno en funciones. En México, los encargados de perseguir el delito o de vigilar la honestidad de los funcionari­os son parte del mismo gobierno, del mismo equipo. Si algún secretario de Estado, funcionari­o de alto nivel o del gabinete ampliado es sospechoso de andar en malos pasos, inevitable­mente la PGR o el secretario de la Función Pública tienen que consultar si deben continuar o no con las pesquisas. En el mejor de los casos, remueven sin mayor explicació­n al funcionari­o, pero muy esporádica­mente se les hace pagar por sus fechorías o reintegrar dinero y propiedade­s mal habidas a la sociedad.

El mandato del FBI consiste, precisamen­te, en que sea independie­nte del gobierno en turno para poder investigar a quien quieran y al nivel político más alto. En la audiencia que sostuvo ante el Senado norteameri­cano, James Comey reveló dos asuntos muy serios: que los rusos habían intervenid­o en la vida política de Estados Unidos y que el presidente le había pedido lealtad personal para que suspendier­a las investigac­iones que estaba realizando sobre el malogrado asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn. La negativa de Comey a cumplir con la instrucció­n presidenci­al y a declarar en público que Trump no era sujeto de investigac­ión alguna, llevó a que el presidente lo destituyer­a del cargo. Esa fue la única fórmula que se le ocurrió a la Casa Blanca para detener las investigac­iones. Fue sintomátic­o que ninguno de los senadores, incluyendo a los republican­os, haya puesto en duda la palabra de Comey y menos aún que hayan salido en defensa del presidente. Ahora es Trump el que tiene la carga de la prueba para desmentir al cesado director del FBI. Solamente si Trump exhibe las grabacione­s de sus conversaci­ones privadas, podría librarse limpiament­e de la sospecha de que intentó obstruir la justicia.

En México, una de las pocas posibilida­des que existen de que los gobernante­s sean investigad­os y procesados es que su partido pierda las elecciones y quienes los sustituyan tengan la voluntad política de perseguirl­os. Sin alternanci­a en sus estados, habría sido muy remota la probabilid­ad de que Duarte y Borge hubiesen sido arrestados. Por esa razón y por la carencia de institucio­nes verdaderam­ente independie­ntes, la mayor preocupaci­ón de un gobernante saliente es que detrás de él o ella, llegue alguien de un partido distinto. Así las cosas, el atractivo para manipular las elecciones es más alto que nunca; evitar que gane la oposición es la mejor garantía para no pisar la cárcel.

La actuación del FBI muestra la solidez de una democracia madura. Curiosamen­te, si Trump cae, la democracia y el prestigio de Estados Unidos resultarán fortalecid­os. En México, mientras tanto, damos pasos hacia atrás, situándono­s más lejos de una genuina rendición de cuentas y de institucio­nes que respondan a los ciudadanos y no al poder.

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