Treinta años después
Para Luis, mi hermano.
El color azul empezó a convertirse poco a poco en una constante. Conforme iban llegando, los antes estudiantes de la Escuela de Ciencias de la Comunicación, egresados hace 30 años, cambiaban su atuendo por el de una playera azul eléctrico que los identificaba como miembros de la cuarta generación. Las tres de la tarde en punto. Agobiante sol, al que había que darle la vuelta resguardándose bajo los árboles. Aquellos mismos que ellos vieron nacer y verían crecer y retoñar en cuatro primaveras. Cuatro años en los que serían para ellos sembradas las semillas que hoy, a tres décadas, también ven florecer.
Fue este sábado anterior y empezaron todos a dirigirse al área de Medios de la ahora Facultad, donde los aguardaba Nadia García, también egresada, pero ella hace 10 años. Uno a uno, sorprendiéndose de los cambios habidos en el edificio, pero también concentrados en los recuerdos, la recorrían amorosamente con la mirada. Fueron aquellos años de la década de los 80, que abrían el camino para todos los que seguirían después.
Esta generación, como las tres anteriores, aún tomó clases en unos salones ubicados en el extremo oriente del terreno del Ateneo Fuente, donde hoy funciona la Escuela de Idiomas, mientras concluían las obras de aquellos dos primeros edificios con que iniciaría la escuela, y fue de las pocas que vivió la transición a su nueva dirección, la emblemática “Carretera a Zacatecas”, campus Concha del Oro, como bromeaban muchos. Esta generación fue de aquellas primeras a las que el camión del Periférico dejaba en la colonia Parques de La Cañada y que debían correr desde ahí para alcanzar la primera hora, las 8:00 de la mañana.
Es también la generación que conoció a don Cipri, el bondadoso y bromista dueño de la cafetería; y a “Charol”, jardinero emblemático por décadas y celoso vigilante de las instalaciones. La que tomó sus primeras clases en el ahora Salón número 5, siendo entonces, y por muchísimos años el número 1.
De vuelta a la escuela, los egresados se encontraron de nuevo con los maestros Nohora Espinosa Ley, Irene Ewald Montaño, Javier Villarreal Lozano y Luis E. Galindo, como antaño lo hicieron, descubriendo entonces teorías y conocimientos. Recordaron autores, repitieron frases (“Allá afuera hay cien millones de mexicanos”); rememoraron los antiguos proyectores de diapositivas y los maravillosos lugares a que eran trasladados gracias a la magia de un halo de luz: aquellas inolvidables estampas de Egipto, Grecia, Italia.
Este sábado pasado el maestro Javier Villarreal ocupaba la misma silla que aún ocupa cada semestre como catedrático decano que es, enamorado de su tarea en el aula. Tomó lista, la lista de asistencia de 51 alumnos, y se escucharon los “Presente” pronunciados con enorme entusiasmo. Hubo un sentido recuerdo a quienes no lo estaban por haber fallecido. Un momento conmovedor que hizo recordar la fragilidad de la vida, y asimismo en su fortaleza, renovada en las palabras de Martha Beatriz Gómez “Chiquis”, una de las exalumnas, ahora profesional asistente al recuerdo de aquel festejo.
La Facultad de Ciencias de la Comunicación encuentra en profesionales como los de este sábado un gran valor. Las bases, repetían, están en la escuela. Muchos caminos han seguido; muchas vicisitudes; grandes logros, muchas alegrías, satisfacciones y también obstáculos; pero en su recuerdo, en su evocación resaltaban la importancia de aquellas paredes, el terreno en el que trabajaron colocando árboles para reforestar la gris zona cubierta de caliche, la enseñanza de sus maestros, el compañerismo o la ausencia de los amigos.
Es el valor de la gratitud una buena medida de la estatura moral de un ser humano. Eso se lo escuché en clase al propio maestro Villarreal, en esas mismas aulas. Hoy retomo estas palabras porque regresar a la escuela que lo formó a uno; agradecer a los maestros que le estimularon y le cultivaron el conocimiento, es un gran acto de gratitud.
Enhorabuena a esta cuarta generación de la entonces Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila, hoy Facultad, que regresó a sus aulas para darle las gracias, para evocar el nacimiento de una semilla que habría de fructificar en todos y cada uno de sus integrantes.