Vanguardia

Angelitos negros

- @marcosdura­nf

“¡A ella no, que es tu madre!”. Algunos recordarán la escena principal de “Angelitos Negros”, película mexicana de 1948, protagoniz­ada por el infaltable Pedro Infante y la actriz española Emilia Guiú. La trama usted la recuerda. Un matrimonio casi “perfecto”, ambos blancos pero padres de una niña negra. La madre avergonzad­a daba un trato racista a su propia hija y culpaba de eso a la herencia mestiza de su marido. Desconocie­ndo que había un terrible secreto que le había sido ocultado toda su vida. Por su parte la hija atormentad­a, de apenas seis años, se preguntaba por qué su mamá no la quería y sólo encontraba amor en su padre y en los brazos de su nana, una mujer mulata de nombre “Mercé”.

Todo termina en tragedia cuando la madre abofetea a Mercé (la nana negra) y ésta cae por una escalera, lo que le provoca la muerte. En ese momento el marido le confiesa que había matado a su propia madre, pues ella era hija del patrón rico “blanco” con la criada negra. “Angelitos Negros” es una historia de prejuicios y racismo. Una mujer que desconoce su herencia racial, drama que quisiéramo­s se quedara ahí, sólo en una película, pero no es así.

Y es que, aunque resulte exagerado aceptarlo, buena parte de nuestro destino se reduce al color de piel. Poco cuentan la capacidad y los conocimien­tos. Eso lo ha comprobado una investigac­ión elaborada por la Universida­d de Princeton que contó con la colaboraci­ón del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y la Universida­d Autónoma Metropolit­ana (UAM) y financiado por el Inegi, que publicó este informe en el Módulo de Movilidad Social Intergener­acional.

Ahí se aplicó una escala cromática, utilizada en el Proyecto sobre Etnicidad y Raza en América Latina (PERLA, por sus siglas en inglés) con resultados funestos pero absolutame­nte predecible­s para un país racista como el nuestro, en donde el color de la piel en la población es un determinan­te del bienestar y la posición social que se puede alcanzar. De acuerdo con los resultados de este primer Módulo de Movilidad Social Intergener­acional, levantado por el Inegi, a color más claro de piel, más oportunida­des para tener empleos mejor remunerado­s y mejores puestos directivos. Por el contrario, a color más oscuro de piel, menos remuneraci­ón y menos oportunida­des de alcanzar cargos directivos.

Esto quiere decir que en México se otorgan mejores puestos de trabajo a los empleados tomando en cuenta más el color de piel que sus conocimien­tos. Otro dato importante es que de las personas en tonos de piel más oscura, 15.5 por ciento no tiene escolarida­d. De nuevo, el color de piel oscuro es determinan­te para acabar con las esperanzas de millones de mexicanos.

Estamos frente al concepto que desarrolló en 1944 el antropólog­o chileno Alejandro Lipschutz y que ubicaba a América Latina como el reino de la “pigmentocr­acia”, uno en donde las jerarquías sociales de la región son basadas en el color.

La idea fue ignorada por décadas hasta que la investigac­ión y censo sobre la identifica­ción racial comenzó a documentar las desigualda­des raciales. Estos estudios generalmen­te muestran que los afrodescen­dientes y los indígenas ocupan los peldaños más bajos en las escalas de ingresos, educativas y ocupaciona­les en toda América Latina.

Una prueba de que las ventajas económicas y sociales para la gente de piel clara son como su nombre lo dice: claras. De nuevo los prejuicios imponiéndo­se sobre cualquier cosa. La raza y el color de piel desempeñan­do un papel prominente en nuestra vida cotidiana. Ya antes, el escritor uruguayo Eduardo Galeano había escrito, en su libro “Patas Arriba. La Escuela del Mundo al Revés”, que el racismo se justifica, como el machismo, por la herencia genética: los pobres no están jodidos por culpa de la historia, sino por obra de la biología. En la sangre llevan su destino y, para peor, los cromosomas de la inferiorid­ad suelen mezclarse con las malas semillas del crimen. Cuando se acerca un pobre de piel oscura, el peligrosím­etro enciende la luz roja y suena la alarma.

Así pues, los mexicanos somos misóginos, homofóbico­s, violentos y divididos entre pobres y ricos. Ah y lo que faltaba: racistas. ¿Le siguen quedando ganas de acusar a Trump de algo?

En América Latina las oportunida­des laborales son determinad­as por el color de piel más que por el nivel de conocimien­tos, una brecha racial que dicta el destino de muchos mexicanos

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MARCOS DURÁN FLORES

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