Vanguardia

CUATRO ESCENAS MARINAS

- CLAUDIA LUNA FUENTES

Escena 1.

Frente al mar una roca, la roca blanca de la Playa de los Muertos. Espléndida se levanta entre la bruma del amanecer. Observo sus aguas guarecida bajo una alta cúpula blanca que recubre su techo con palma. Apunto con acuarela, me atrevo a imitar sus aguas de azul oscuro y unas lenguas de que espuma dicen: blanco sobre blanco que envuelve. En el papel doy forma a la roca central: es blanca porque está cubierta de mierda de pelícano. Eso me da su hermoso color. En este espacio donde entra el oleaje en su sonora presencia, en el jardín hay una piedra grande y redondacom­o un huevo dormido y flácidoque decora su piel con floridos colores. Son notas al paso de los pies descalzos. Una mujer joven se recuesta más delante, se duerme. Tomo más café fresco en una taza geométrica mientras Heven, el gato, relame su pelaje.

Escena 2.

Lo que es entrar a la naturaleza y abrazar sus humedades, sus poblacione­s de mosquitos, sus insectos, en fin, todos sus reinos. De estar en el bullicio, de siempre andar sobre temperatur­as controlada­s y cierta urbanidad: mutar, guardar silencio en un cuarto sencillo al que se lo bebe la sal y el sol. Dejar atrás ropas de finas telas que acá no duran, afectos, bienes. Y apenas que el cuerpo se hace a la idea, apenas que se conquista la tranquilid­ad, viene un azote de agua y viento. El huracán tocó tierra y la encapsuló en una habitación. Tres horas de la fuerza del mundo. Y luego diez horas de agua que cae del cielo. Y nada de señales del exterior. Y el tajo de montaña sobre la carretera. Aislamient­o del pueblo. Comida poca. Que se acomode el pensamient­o. Que se acomoden los miedos: cada uno a sus cajones. Volver a ver el sol. Calzarse las sandalias y armar de nuevo el espacio en sus telas albas y en sus piedras reluciente­s. Así, volver a sentarse frente al mar que viene más sol. Mientras, la sal vuelve a reinar en la atmósfera y el cuerpo de la mujer y el resto de los cuerpos, vuelven a flotar como partículas más grandes en un escenario visto desde un cielo que les atraviesa con minerales, la piel. Cura y cura y cura.

Escena 3.

Esta es la casa nueva. La miro y de cierto modo miro la casa anterior de esta mujer: son parecidas en tonalidade­s y en el orden de los espacios. Reconozco los muebles en ella, la copa donde nos sirve vino. Así siento que ella nunca se fue de la ciudad en donde vivo y que en esta ciudad con mar, hay una caja de espacio y tiempo a donde ingreso a la casa que dejó. Es como en esos sueños: se mira la casa pero no es exactament­e la casa, o sí, pero con otra disposició­n. Sí, siento que ella habita ahora sus sueños.

Por eso dejó aquella ciudad: odiaba el frío que lamía sus huesos en inverno y amaba el mar. Muchos son devorados por el deseo de algo que no llega. Son pocos, los que abren la puerta e ingresan a sus sueños. Y algunos tenemos suerte de estar adentro del sueño, al menos por unos días.

Escena 4 Andrea me enseña a escuchar la espuma entre las manos, a tomarla y a sentir cómo estallan las burbujas. Acerco mi rostro. Minutos antes, dos caballos albos ingresaban al mar. La metáfora cumplida. Sus cuerpos delineados por la espuma. Volúmenes definitivo­s que no arrastraba el oleaje. En esta playa hay destellos. Las marcas de las olas dejan una fina costura de hilados de oro: minerales como líneas, como arcos y curvas que esplenden los ojos.

claudiades­ierto@gmail.com

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