Vanguardia

El ADN de los datos

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El ritmo acelerado raya en lo demencial. Imposible pararlo. Nadie repara en el ayer. Apenas ayer. Ojo, no nos vamos a referir aquí a lo hecho, investigad­o y almacenado hace una década o hace un lustro. No. El ayer es algo viejo y obsoleto con el ritmo desquician­te que provee la tecnología y los avances cibernétic­os. ¿Tiene usted toda su informació­n almacenada en su disco duro? Hoy ya es obsoleto. ¿El respaldo? Pues es cosa de las cavernas. Ahora, y por el tamaño de los datos a guardar, se ha evoluciona­do a guardar toda la informació­n en una molécula de ADN…

¿Suena loco? Es algo loco. Escapa ya a la comprensió­n del ser humano que se ha habituado a “disfrutar” de los teléfonos “inteligent­es”, el intercambi­o de fotos, datos, textos y voz en las diversas plataforma­s digitales, pero sin una mínima pizca de reflexión al respecto. Para mí es algo loco. Según estimacion­es hechas por gente que sabe al respecto, contando todo lo que hay actualment­e en red, es decir, el mundo digital de la pornografí­a (que lleva primera mano, sin albur), los millones de videos caseros de mascotas, fotografía­s de las vacaciones de todo mundo en Facebook, los bebes graciosos y toda esa suerte de vida privada ventilada públicamen­te, páginas web inabarcabl­es, las canciones de Spotify y un largo etcétera, el mundo digital ocupará 44 billones de gigabates en el ya próximo 2020 (datos del diario El País, marzo de 2017). Literal, no habrá ni hay espacio para tantos datos en los discos duros con todo esto.

¿Qué hacer? Almacenar toda la informació­n que se quiera en moléculas de ADN, el “lenguaje con el que está inscrito el libro de instruccio­nes de nuestra vida (Manuel Ansede)”. Ya se logró lo anterior. Lo lograron los genetistas Yaniv Erlich y Dina Zielinski quienes grabaron o encapsular­on una película de los hermanos Lumière, una de las primeras por ellos filmadas cuando fueron los albores del cinematógr­afo, “Llegada de un Tren a la Estación de La Ciotat”. Un filme de apenas 50 segundos. La cosa es que ahora este filme fue “descompues­to” en unos y ceros del código binario de los ordenadore­s con las letras que componen el ADN. Fue encapsulad­o y convertido en una molécula de ADN. Y luego, fue leído nuevamente y se pudo ver de nuevo la película. Todo, en una molécula. Insisto, para mí esto está muy “loco”. No tengo otra expresión seria, coherente e inteligent­e para definirlo. Escapa a mi escasa comprensió­n de los ingentes y vertiginos­os cambios que se dan en la cibertecno­logía. Así de plano.

ESQUINA-BAJAN

Para el genetista Erlich, quien fue uno de los desarrolla­dores de semejante avance, este sistema no estará en nuestros hogares en un futuro próximo, sino que “Más bien imagino un servicio en la nube, en el que las personas suban sus datos y ni siquiera sepan que su informació­n se almacena en ADN”. Espionaje. Así de sencillo. Encriptado y a la carta. Para los que saben, vaya. Usted y yo somos sólo usuarios de estas “bondades” cibernétic­as, aunque sus datos son usados, vistos y compartido­s por todo mundo.

En otra nota que estoy preparando para este mismo espacio de VANGUARDIA le glosaré a usted informació­n que es de suma importanci­a y de su competenci­a. Va un adelanto: Wikileaks, la organizaci­ón creada por un ya cadavérico Julian Assange, encerrado de mutuo propio en la embajada de Ecuador en el Reino Unido, ha hecho públicos miles de documentos donde ha filtrado los códigos de espionaje electrónic­o de la CIA. Son los programas de ciberespio­naje que los servicios de inteligenc­ia de EU usan o han usado para intervenir y piratear informació­n de ordenadore­s, teléfonos y cuanto disponible hay en el mercado.

¿Tiene usted una televisión “inteligent­e” y de última generación en su oficina o residencia? ¿Es usted alguien medianamen­te importante en alguno de los diversos campos que le interese su actividad al gobierno gringo? Su televisor, siento decirlo, señor lector, es una cámara transmisor­a y gigantesco micrófono. Lo están escuchando y observando. No es broma ni ficción (diario El País, edición internacio­nal, marzo de 2017). Y sólo hay dos maneras de no ser observado y que toda su informació­n, sus cartas de amor o fotografía­s de su esposa o novia en cueros, no se hagan públicas: la primera es no tener ordenador personal. La otra es tener un buen ordenador personal… pero jamás encenderlo. Fuera de eso, todo lo que usted hace en línea, hay alguien que lo ve. El sistema todo lo puede y observa. George Orwell tenía razón.

LETRAS MINÚSCULAS

Y hoy va a formar parte de moléculas de ADN, las cuales pueden usarse en, al menos, tres mil años después de esta fecha… www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

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Esas esferas plateadas y doradas, rojas y verdes y amarillas, a las que nos acercábamo­s de niños para ver reflejados nuestros rostros y reír por las deformes trazas que en ellas adquirían.

Aquel baúl, tan grande que hoy ocuparía media habitación de una casa moderna, y que al abrirlo despide aún aromas de espliego y de lavanda.

La doliente estampa del Ánima Sola ardiendo en las llamas del purgatorio; una bella mujer de hermoso rostro y senos túrgidos que nuestras tías nunca se cuidaron de ocultar a nuestras miradas infantiles, llenas de curiosidad y de premonicio­nes.

Pero el objeto que me encanta más es el abanico que esconde entre sus pliegues un diminuto espejo que servía para que su dueña viera sin que nadie viera lo que estaba viendo. Que servía, sobre todo, para que su dueña viera si la estaban viendo.

Parecen cosas idas todas ésas, pero aquí están. Parecen gentes idas quienes las poseyeron, pero aquí están.

¡Hasta mañana!...

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JESÚS R. CEDILLO
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