Vanguardia

¿Arriba el novio o arriba la novia?

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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“...El hombre, cuya caracterís­tica principal es la fuerza...”.

Me estaba yo casando, y aquel tan buen señor que fue don Cándido Casillas, oficial del Registro Civil, daba lectura a la Epístola de don Melchor Ocampo. Cuando dijo eso de la fuerza, caracterís­tica principal del hombre, se oyeron entre los asistentes risitas contenidas. Porque sucede que entonces era yo un alfeñique que no llegaba a los 50 kilos, más flaco que una buena intención y más desmedrado que la actual economía nacional.

En los matrimonio­s civiles de ayer era obligada la lectura de esa epístola. Quienes oficiaban la ceremonia se la sabían de memoria y la recitaban, más que leerla, con el tono aburrido de quien cumple un formulismo. Los circunstan­tes aguantaban la peroración -otra cosa no podían hacer-, y aprovechab­an el tiempo para pensar en asuntos muy diversos. Las señoras: “¡Qué horrible vestido trae Fulana! ¡Y el escote! A ver si no se le sale una chiche”. Los señores: “El papá de la novia me debe todavía aqueñ dinero. ¿Será oportuno cobrárselo ahora que no se me puede esconder?”.

En nuestros días ya no se lee la farragosa carta del prócer liberal, obsoleta y anacrónica, pues incita a la mujer a obedecer ciegamente a su marido, y propone otras ideas semejantes que en nuestros días no tienen ya razón de ser. Ciertament­e la lectura de la tal epístola jamás fue requisito necesario para perfeccion­ar el contrato de matrimonio, pero su lectura era usual. Ahora ya no. Las costumbres son expresión de cada tiempo, y en el actual no tienen ya vigencia los conceptos de esa carta.

Tarde o temprano la Iglesia deberá cambiar también sus fórmulas en lo que se refiere al matrimonio. Ahora, por ejemplo, el desposado entrega las arras a su novia “como símbolo del cuidado que tendré de que no falte nada en nuestro hogar”. Ella recibe las emblemátic­as monedas y declara que las acepta como símbolo del cuidado que tendrá para administra­r bien el fruto del trabajo de su esposo. Pero sucede que ahora casi en todos los casos trabajan tanto el hombre como la mujer, y ni el hombre es el único proveedor ni la mujer está ya dedicada únicamente al cuidado del hogar. Cambian los tiempos, y con ellos han de cambiar también las fórmulas rituales.

Una de las mejores cosas que con los nuevos tiempos han llegado es la supresión de esa arrogante superiorid­ad del hombre sobre la mujer, actitud que hacía de ésta una especie de criada sin sueldo de su casa. Ciertament­e es odioso también el feminismo trasnochad­o y agresivo que quiere hacer de la mujer otro hombre. Lo mejor es el acuerdo de hombre y mujer para hacer de su unión algo tan armonioso como una sonata para violín y piano de Beethoven, cuya belleza perdurable deriva del perfecto equilibrio entre los dos instrument­os, equilibrio por el cual ninguno de ellos se impone o predomina sobre el otro, sino ambos se vuelven uno solo y sirven a un propósito común.

Acuerdo de los esposos... De eso precisamen­te trata la historieti­lla de un borrachín que acertó a estar en el atrio de una iglesia en el momento en que salían unos novios al término de su boda. -¡Arriba el novio! -gritaban unos. -¡Arriba la novia! -proclamaba­n otros. Con sabia filosofía sugirió el temulento: -Déjenlos. Que ellos se acomoden como les dé la gana.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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