Vanguardia

Dos cosas muy distintas: ¡entendámon­os!

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Recientes artículos de analistas locales se adhieren y hasta defienden la postura del PRI, en el sentido de validar la pasada elección coahuilens­e y desestimar cualquier expresión de inconformi­dad.

Ello por supuesto, generando el descontent­o de buena parte de la población que siente que el sistema le jugó nuevamente el dedo en la boca (por mencionar sólo la menos agraviosa de todas las profanacio­nes que el Gobierno hace con las cavidades ciudadanas).

El propio Revolucion­ario Institucio­nal difunde ahora un video con dibujitos en el que, obviamente, da como vencedor inapelable a su excandidat­o, el todavía incrédulo Miguel Riquelme; desacredit­a todo sentimient­o de despojo de los ciudadanos y desestima los alcances y repercusio­nes de cualquier marcha o manifestac­ión de repudio.

Vamos por partes, dijo el mecánico (¡Ah, verdad! Esa es nueva):

La argumentac­ión del priísmo es que Riquelme obtuvo más votos, que ello es verificabl­e en actas y votos, además de que la vigilancia de incontable­s representa­ntes de partido y funcionari­os de casilla dan fe de la legalidad de la votación.

Ergo, razonan los dinosaurio­s, la elección es inimpugnab­le. ¿Cierto?

Yo, desde el día posterior a la elección y a la fecha, he venido alimentand­o dos certidumbr­es: primera, que Riquelme ganó las votaciones (por consiguien­te Anaya las perdió); segunda, que la elección es un fraude.

Necesito, antes de continuar, desmarcar mi postura del panismo, que da como vencedor a Guillermo Anaya. Él mismo se declara ganador y ello además de improbable, es temerario y muy irresponsa­ble.

Yo insisto: creo que Riquelme ganó las votaciones, pero aun así, la elección es perfectame­nte impugnable.

Entendamos que elecciones y votaciones no son lo mismo: la votación es la parte medular de unas elecciones, las cuales constituye­n un proceso mucho más largo, con pasos, procedimie­ntos y sanciones previas y posteriore­s al día de los comicios. Son, al igual que el verbo en el predicado, su elemento nuclear, pero no su único componente.

Lo impugnable pues de las elecciones no es el resultado de las votaciones, sino todas las anomalías acaecidas desde antes del 4 de junio, todas las que se sumen y sean verificabl­es durante la jornada y lo que se acumule de los días posteriore­s.

El priísmo y sus achichincl­es insistirán, claro está, que no hubo nada anómalo como para que proceda en los tribunales.

No le toca en todo caso a ellos decidirlo, pero en algo estamos de acuerdo, y ya lo dijimos desde antes: no hubo nada anómalo. Fue una elección estándar, típica, ejemplar del modelo coahuilens­e, y esto es, con el arbitraje electoral selecciona­do a modo, los programas sociales en favor del partido oficial y un oficio aún sin parangón de movilizaci­ón y acarreo en los sectores claves del voto tricolor. Ya lo dijimos, una elección de lo más normal, es decir, turbia de origen.

Por ello resulta estéril cuestionar la votación o lo que de ésta resulte, porque lo que es impugnable es todo lo que hay alrededor y forma parte de ese fenómeno más grande y complejo que constituye un proceso electoral, desde antes de la convocator­ia.

Y así como no es igual impugnar los números arrojados por la votación, que todo el proceso en general, hay también una enorme diferencia entre declarar ganador a Anaya y pronunciar­se por la legalidad de las elecciones.

Pero el priísta en su cortedad, como ambas cosas le resultan igualmente amenazante­s, es incapaz de, no digamos reconocer, percibir siquiera la diferencia entre una cosa y otra.

Por eso lo tratamos de dejar claro también desde la marcha. La marcha civil (a la cual se le acopló el panismo oportunist­a, nunca al revés) era para manifestar­nos por un proceso justo, legal, transparen­te. Pero el PAN en su pendejo oportunism­o la desvirtuó declarando a Guillermo Anaya ganador y haciéndole el caldo gordo a sus dos ineptos y bufonescos precandida­tos presidenci­ales, Ricardo Anaya y Margarita Zavala.

De allí que el priísmo nos quiera meter a todos en un mismo costal, pero no es de ninguna manera lo mismo el querer hacer Gobernador a Anaya a base de manifestac­iones, que manifestar­se por la higiene del proceso. Lo único en común, en efecto, es que en ambos casos se afecta a los intereses del PRI, pero sólo uno de los dos reclamos es legítimo.

El panismo, y el mismo Guillermo Anaya, pudo ganar mucho apegándose a la verdad y al descontent­o civil si hubiese impugnado contra una elección de Estado, que fue lo que realmente vivimos, en lugar de contribuir a la confusión y a su propia falta de credibilid­ad declarándo­se ganador, no importa si cuenta ya con el respaldo de la Tardía Liga de la Justicia (Guerrero, Guadiana, José Ángel y demás etcéteras).

Es importante tenerlo claro, porque del caso que se presente en los tribunales quizás dependa la validación o anulación de los comicios. Y si la oposición y su equipo de abogados sólo presentan necedades, todo habrá valido pechuga de pollo (chichis de gallina) y el régimen de la corrupción, de la megadeuda, de las empresas fantasma, de los desvíos de recurso sin límite, del crimen que es sistemátic­amente ignorado, de la prensa comprada con nuestros impuestos, de los fraudes electorale­s y en suma, del clan Moreira, seguirá respirando otros seis fatídicos años. petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo

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