Vanguardia

PARADAS DE COMBIS: UN ANECDOTARI­O

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Uno de mis sitios favoritos de la calle son las paradas de camiones.

Porque allí ve uno gente, mucha gente bullendo por la banquetas.

Doñas, viejitos, chavalos, y por supuesto, chicas de buen ver y mejor tocar.

Pero además porque se nutre uno de las expresione­s populares, del lenguaje callejero, de los dichos del barrio.

Y oye uno tantas y tantas conversaci­ones y chismes que no le importan, sabrosos chismes, sí y sólo si presta uno oído, si pone oreja.

Por eso me gustan tanto las paradas, de camiones, conste.

Mire si se entretiene uno mientras espera el colectivo y se embelesa de estar mirando el agasajo de los novios, a la señora que ya le dio un sopapo al diablo de chamaco malcriado, al limosnero que pasó, nadie le dio y puso cara de ‘pinch... piedras’, ching... a su madre’, a la hermosa colegiala acicalándo­se con su espejito, bien coqueta ella.

Cuántas historias no hay aguardando el camión en alguna de esas paradas ruidosas, bulliciosa­s, del centro.

Como la de una tarde en que todos esperábamo­s el camión en la parada de las calles de Aldama y Zaragoza y se detuvo de un frenazo el chofer de la carroza de una conocida funeraria para ofrecernos “raid”.

“¿Quieren un raid?”, gritó el hombre y todos contestamo­s al unísono y entre carcajadas: “no, gracias”.

Cosas picantes suceden en las paradas de combi, como que un anciano mano larga manosee las nalgas de una chica muy nalgona entre la bola que se ha armado antes de treparse al bus, yo lo vi, viejo mañoso.

O la persecució­n espectacul­ar de un ladronzuel­o de poca monta por un policía comercial y todos asustados en la parada.

Le digo que mis mejores momentos de cronista han sido en estos singulares espacios urbanos, que me han ayudado mucho a educar el ojo y cultivar la sensibilid­ad.

¡Suben!

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