Vanguardia

Día de san Juan… Rulfo

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Días como ascuas, como lumbre viva en el infierno de la tierra. Dios nos olvidó. No hay viento fresco, noches templadas y aquel añoso fenómeno meteorológ­ico el cual contemplab­a alelado de joven y adolescent­e: llover. Ver llover. No más. Dios nos olvidó como al desierto coahuilens­e, como a todo el territorio norteño donde un sol preñado de espanto deseca la piel, los huesos y los labios de todo ser vivo. No hay respiro ni aire fresco. Vaya, ni siquiera un aire tibio se huele en el ambiente. Sólo un viento soporífero, salido de las páginas de los textos de Juan Rulfo, lo llena todo. La canícula de Rulfo, el más grande, el mejor entre nosotros.

El sábado, el meritito día de san Juan, el 24 de junio, recibí en mi celular mensajes de dos amigos de armas. Uno, mi editor en “Espacio 4”, Gerardo Hernández, el cual me mandó una bella oración donde se hacía hincapié en el día de nacimiento de san Juan, el Bautista. Sí, aquel el cual tomó al desierto como símbolo de su consagraci­ón a Dios y la espera paciente de la llegada de ese otro más grande a él, el hijo de un Dios, Jesucristo. El segundo mensaje: el recordator­io por parte del aguerrido reportero Sergio Alvizo del nacimiento de san Juan, patrono de libreros, impresores, escritores, editores, herreros y sastres. Alvizo tiene razón: escribir un texto, deletrear bien un artículo, una columna, un poema o una narración; viene precisamen­te de tejer, de “textar”, de hilvanar palabras, comas, puntos y letras para zurcir prendas y papales de orfebrería periodísti­ca y literaria. Día de san Juan: el día más largo del año. La noche más corta. Lo anterior me hizo gracia, digamos. Me cayó a bien la sintonía con el par de amigos por lo siguiente: esa semana me entregué sin prisa y sin pausa a releer los dos libros perfectos de nuestro santo, san Juan Rulfo (1917-1986), de quien se cumplen 100 años de su nacimiento este año. Releí su libro de cuentos “El Llano en Llamas” y su novela “Pedro Páramo”. Así como mucha de la bisutería la cual se ha derramado a su alrededor. Pero si usted lo recuerda, Rulfo fue autor sólo de estos dos breves libros. ¿Qué hizo luego de salir de las prensas su novela en 1955? Enmudeció. Se calló casi para siempre. Algún guión de cine, textos y palabras sueltas por aquí y por allá, discursos, entrevista­s. Nada más. ¿No tenía más palabras por contar, escribir, sin duda, el escritor más grande? Caray, ¿había necesidad de agregar puntos y comas a la perfección? Era escritor, el mejor, y de una vez y por todas, se calló. El ejemplo conventual y monacal de Rulfo no ha servido de mucho en este País de máscaras, ecolalia y fantasmas cebados en el aplauso facilón.

ESQUINA-BAJAN

¿Por qué dejó de escribir san Juan Rulfo? Hay tantas opiniones, historias, testimonio­s, cuentos y anécdotas al respecto, como granos de arena en la mar. Alguna vez le hicieron la siguiente pregunta a un escritor argentino tan insular como extraño, Néstor Sánchez, autor de tres novelas injustamen­te olvidadas; le preguntaro­n ¿por qué ya no escribía? A lo cual, éste sólo contestó y de manera fulminante: “ya escribí”. Juan Rulfo escribió dos libros y su perfección lo tiene en la gloria. Forma parte de esa galería de escritores insulares, insólitos o raros, los cuales tanto han gustado en pluma, recuento y voz del ibérico Enrique Vila-matas. Son los escritores del “No”, escritores los cuales renunciaro­n a escribir. Las razones han sido tan variopinta­s, como extraños somos los seres humanos. Los hay algunos envueltos en viajes a lugares ignotos y abandonan las letras (Arthur Rimbaud en Abisinia y Java), los hay quienes se recluyen para siempre (J.D. Salinger); los hay otros directo al matadero, buscándolo bajo las rocas (Ambrose Bierce en México, del cual no se supo nada más)… la lista es larga. Los hay quienes en el invierno de su vida lo anuncian como si fuesen estrellas de rock en su última gira: Alice Munro, Philip Roth… Los hay como el genial Juan Rulfo o Giuseppe Tomassi di Lampedusa, del cual no sabemos bien a bien el motivo de dejar las letras y para siempre.

En esta temporada infernal de asfixia en Coahuila, ha hecho más sol aquí, a cualquier verso del tabasqueño Carlos Pellicer y ha hecho más calor que en la media luna, la cual rodea a Comala en los textos de Juan Rulfo. Las noches se hicieron ahora para tostarse en la cama, como en un asador a fuego lento. Primero, un lado; luego, sudoroso el flanco, obliga a rodarse para el otro. Y así, en un ritmo sordo, apocalípti­co, eterno. Leí todo Rulfo. Era escritor, el mejor, y de una vez y por todas se calló. ¿Por qué dejó de escribir san Juan Rulfo? Un día espetó en una conferenci­a, encogiéndo­se de hombros, ya no escribía porque se le había muerto su tío Celerino, el cual le contaba las historias…

LETRAS MINÚSCULAS

Día de san Juan: aquí, como en los textos de Rulfo, no llueve. El sudor es una bestia en celo amamantánd­ose en nuestro duelo… www. vanguardia. com.mx/ diario/ opinion > Derrotar a la guerra sucia > El ‘american dream’ > Una solución integral “… Cantando la cigarra pasó el verano entero…”.

¡Qué hermosa era su canción! Para escucharla se sosegaba el viento y el arroyo detenía su curso. En los árboles las aves dejaban de trinar y la zorra ya no perseguía al conejo.

La única que no oía el canto era la hormiga. Estaba demasiado ocupada en llenar sus graneros.

Llegó el invierno y la cigarra no tuvo nada qué comer. El viento helado que congeló el arroyo la atenazó; sintió que iba a morir de hambre. Al verla así el viento se calmó y el arroyo calentó sus aguas. Las aves y la zorra le trajeron alimento.

En sus graneros la hormiga tiritaba de frío, y ni siquiera tenía una canción que le entibiara el alma. La cigarra tuvo compasión de ella y le llevó su canto.

Entonces todos estuvieron felices, menos el fabulista, que se disponía a escribir una linda fábula acerca del sufrimient­o de la cigarra y de su muerte. La verdad es que los moralistas nunca están felices si alguien no sufre.

¡Hasta mañana!...

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JESÚS R. CEDILLO
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