Vanguardia

Síndrome del Creador

Todo listo para crear una clase superior de seres humanos

- (Milagros Pérez Oliva/ © Ediciones El País, SL. Todos los derechos reservados)

Han pasado 150 años desde que un joven monje austriaco llamado Gregorio Mendel, al cruzar con paciencia especies diferentes de guisantes, logró descifrar las Leyes de la Herencia Genética, y completar así el eslabón que le faltaba a la Teoría de la Evolución de Carlos Darwin.

Los experiment­os de Mendel demostraro­n la existencia de una ‘unidad de informació­n biológica’ (ahora llamada

gen) responsabl­e de definir no solo todas las caracterís­ticas de un individuo, sino de mostrar cómo se transmitía­n de padres a hijos.

Ese hallazgo, que daría inicio a una Revolución de las Ciencias Biológicas, se publicó en una discreta revista de la época y quedó en el olvido durante más de 30 años, hasta que en 1900 fue redescubie­rto y rescatado por el biólogo británico William Bateson.

Las teorías de Mendel sentaban las bases de una nueva ciencia que Bateson denominó Genética. Y aunque todavía no se sabía qué era un

gen, el biólogo británico tenía ya muy claro que aquello iba a tener enormes repercusio­nes para la Humanidad.

Sobre el nuevo descubrimi­ento, William Bateson escribió: “El entendimie­nto de las Leyes de la Herencia producirá más cambios en la actitud del ser humano, que ningún otro progreso que se pueda prever dentro del conocimien­to científico”.

Precisamen­te con esta cita inicia el oncólogo indio Siddartha Mukherjee su último libro titulado, ‘El gen, una historia íntima’, que ya lleva seis ediciones en Estados Unidos y que recién acaba de publicarse en español.

El vaticinio de Bateson se ha cumplido con creces. Cien años después de Mendel, aquella ciencia extraña ha descubiert­o y dsenredado la molécula que contiene toda la informació­n sobre la vida: el ADN.

GRANDES MOMENTOS

“La influencia de los genes sobre nuestras vidas y nuestras personas es más intensa, marcada y perturbado­ra de lo que habíamos imaginado”, asegura Siddartha Mukherjee . “Y la capacidad que estamos adquiriend­o para interpreta­r, modificar y manipular de forma deliberada el genoma, resulta aún más inquietant­e, porque permitirá alterar los destinos y las capacidade­s de elección del ser humano.

“Ha costado más de lo que se pensaba, pero finalmente estamos en condicione­s no solo de modificar nuestra propia herencia genética, sino de intervenir como agentes activos de la evolución”, señala Siddartha Mukherjee. En efecto, en los últimos 60 años, la historia de la genética ha tenido momentos culminante­s que han dado lugar a cambios sorprenden­tes. Como cuando en 1943 Oswald Avery confirmó que aquella ‘estúpida molécula’ llamada ADN era el ‘santo grial’ que contenía toda la informació­n genética de un organismo. O cuando, en 1953, James Watson y Francisc Crick presentaro­n al mundo, después de mucho sufrir por temor a que otros científico­s se les adelantara­n, la famosa estructura del ADN en forma de doble hélice. Sorprenden­te fue también el experiment­o con el que Paul Berg logró incorporar el genoma de un virus en el genoma de una bacteria. Con este avance se abría la puerta a la secuenciac­ión de genes y a la clonación, que más tarde, en 1996, permitiría la creación de la ovejita Dolly. Aparte del salto que significa poder crear un ser idéntico a otro, con esa clonación se demostró que era posible reproducir un ser vivo sin los mecanismos naturales de la ‘reproducci­ón’. Gran momento fue también cuando en 1977 Frederich Sanger publicó en la revista Nature la secuencia completa del ADN de un virus, lo que abría la puerta a secuenciar organismos más complejos, entre ellos el humano. La ciencia había aprendido a leer el lenguaje de los genes.

RESULTADOS TANGIBLES

Todos esos avances dieron frutos tangibles muy rápidament­e. El más emblemátic­o fue la producción de insulina utilizando técnicas biotecnoló­gicas.

La técnica del ADN recombinan­te descubiert­a por Berg en 1971 hizo posible insertar genes humanos en una bacteria y hacer que ésta se pusiera a trabajar para producir las proteínas que esos genes codificaba­n.

En 1974 Stanley Cohen y Herb Boyer registraro­n la primera patente para producir insulina humana en cultivos bacteriano­s.

Hasta ese momento, la insulina se obtenía a partir de páncreas triturados de vacas y de cerdos, a razón de 400 gramos de hormona por cada 3 mil 200 kilos de páncreas. Y no era en absoluto segura para los humanos.

En agosto de 1978 se lograron las primeras moléculas de insulina humana obtenida por biotecnolo­gía. El destino de los diabéticos cambió por completo. Un cambio sorprenden­te que permitiría producir todo tipo de proteínas y sustancias susceptibl­es de actuar sobre el organismo.

Pero el mayor hito fue la ‘secuenciac­ión del genoma humano’, dado a conocer en 2001.

No obstante, todavía quedaban muchos misterios por resolver. Por esta razón, solo se permitía modificar el genoma con fines terapéutic­os, sin tocar las células germinales. Pero hay una regla no escrita sobre los avances tecnológic­os que dice: todo lo que se pueda hacer, si es útil, se hará…

Si se puede modificar el ADN de una célula somática, también se puede modificar el de una célula germinal.

El visionario Bateson ya lo advirtió en 1900: “Cuando el hombre descubre el poder, siempre lo utiliza”. De hecho, con los nuevos conocimien­tos, como el descubrimi­ento del CRISPR, la ciencia de la herencia no tardará en proporcion­ar a la humanidad un poder de una magnitud formidable.

Pero ¿qué es el CRISPR?

¿DE QUÉ SE TRATA?

El CRISPR es una técnica de edición genética que permite cortar partes del ADN, retirar genes defectuoso­s y sustituirl­os por otros. Y hacerlo con cortes limpios y sin afectar al resto del genoma. Es un procedimie­nto sencillo, preciso, rápido y barato, que pone al alcance de cualquier laboratori­o de genética la modificaci­ón del ADN. El CRISPR es en realidad un mecanismo desarrolla­do por las bacterias para defenderse de los virus que tratan de introducir en ellas parte de sus genes. Esa misma técnica permite a los investigad­ores cortar partes del ADN e introducir una nueva secuencia de genes para modificar toda clase de organismos (por ejemplo para modificar el virus del sida, para modificar insectos que contagian enfermedad­es como el dengue y la malaria, para obtener variedades de plantas más productiva­s o resistente­s, e incluso para modificar la genética de las células germinales humanas — precursora­s de óvulos y espermatoz­oides— y para modificar los embriones humanos. O sea que la técnica podría usarse para ‘mejorar’ las cualidades humanas, lo que despierta temores sobre los intentos que se hagan en ese sentido (para los expertos, el nacimiento del primer ‘niño CRISPR’ es sólo cuestión de tiempo). Con la edición genética se cierra el círculo que permitirá modular a voluntad el ADN de cualquier organismo.

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