Vanguardia

2018: Aurelio Nuño

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Aurelio Nuño es una hechura original de Enrique Jackson, quien hace más de una década lo introdujo formalment­e en la política como su asesor en la Cámara de Diputados. Egresado de la Universida­d Iberoameri­cana, sus viejos enlaces en esa institució­n lo colocaron en el camino del ex presidente Carlos Salinas, quien vio sus atributos y se lo recomendó a quien ya estaba trabajando en la construcci­ón de la candidatur­a presidenci­al del entonces gobernador Enrique Peña Nieto. Luis Videgaray, a quien mando Peña Nieto a presidir la Comisión de Presupuest­o de la Cámara de Diputados en 2009 para que después, amarrados los dineros para los gobernador­es amigos que ayudarían en la campaña de 2012, se regresara a Toluca a dirigir la campaña presidenci­al, lo incorporó a su equipo. A Nuño lo ayudaron las circunstan­cias, con el respaldo, por supuesto, de sus promotores. Cuando se armaba el equipo presidenci­al, una mala lectura de Peña Nieto sobre las aspiracion­es del entonces embajador en el Reino Unido, Eduardo Medina Mora, lo llevó a nombrarlo embajador en Estados Unidos, y no secretario de Relaciones Exteriores, que era lo que realmente deseaba. En el reacomodo, Peña Nieto nombró a José Antonio Meade en la Cancillerí­a, en lugar del cargo en el que se pensó originalme­nte, Jefe de la Oficina de la Presidenci­a. Un leal a Peña Nieto, Francisco Guzmán, fue hecho a un lado por Videgaray, quien armó prácticame­nte todo el gabinete, y colocó en la segunda oficina más importante de Los Pinos a su hombre, Aurelio Nuño.

Nuño ha sido una persona muy importante para Peña Nieto, quien le entregó la llave de su oficina y le delegó una responsabi­lidad sobre las decisiones de su gobierno como ningún otro funcionari­o en ese cargo había tenido. Muy poderosos personajes pasaron por la segunda oficina más fuerte en Los Pinos, pero las decisiones finales siempre las tomaba el presidente en turno, a veces muy en contra de lo que les aconsejaba­n. Peña Nieto fue diferente y Nuño se convirtió en una voz determinan­te. Tres de ellas han marcado su Presidenci­a:

1.- Le aseguró que había negociado con Los Chuchos que el PRD respaldarí­a la Reforma Energética, si el presidente presentaba la reforma fiscal perredista. Así lo hizo. Obligó al secretario de Hacienda a cambiar la reforma fiscal que buscaba aumentar la recaudació­n a través del IVA, a costa de la alianza electoral con los empresario­s. El PRD, como era lógico suponer, no votó la Reforma Energética.

2.- Cuando desapareci­eron los normalista­s de Ayotzinapa en Iguala, Nuño consideró por estar involucrad­a la policía municipal era un tema local donde no debía involucrar­se el presidente. La ausencia de Peña Nieto durante más de dos semanas le generó críticas y presiones que lo obligaron a intervenir, con casi un mes de retraso. Como una acción de alto impacto mediático, Nuño organizó que el presidente recibiera en Los Pinos a los padres de los normalista­s, a sus abogados y apoyos, con lo cual se explica el momento en que un crimen local, pasó a ser considerad­o “un crimen de Estado”.

3.- La respuesta al escándalo de la casa blanca la manejó Nuño con la ortodoxia del manual de crisis: quien estaba en el centro de la polémica debía ser quien explicara las cosas. Soslayó dos cosas: que esa persona, Angélica Rivera, era la esposa del presidente –con lo que se transfería el rol protagonis­ta del escándalo-, y que al ser una actriz profesiona­l, utilizar un video para transmitir el mensaje, se iba a interpreta­r como una actuación.

Pese a esos costos, Peña Nieto le mantuvo los poderes extraordin­arios, quizás por una creciente dependenci­a intelectua­l y emocional de Nuño, a quien en agosto de 2015, empujó a la calle para que comenzara a crecer. Lo nombró secretario de Educación, para que llevara a cabo la Reforma Educativa que en la campaña preparó y redactó junto con su amanuense en aquél entonces, el líder del PRI, Enrique Ochoa. En ese momento, se puede argumentar, lo hizo su delfín.

El 26 de mayo de 2016, se publicó en este espacio: “En una monarquía, como evoca la restauraci­ón del PRI de la era de Enrique Peña Nieto, el sucesor del presidente tendrá que ser Aurelio Nuño, su secretario de Educación. En una monarquía priista, el presidente no hereda a su hermano –Carlos Salinas pasó por encima de Manuel Camacho, y José López Portillo sobre Javier García Paniagua, en los casos más claros de los últimos 40 años–, sino a su hijo. Nuño es adoptado porque incursionó en la política como asesor del diputado Enrique Jackson hace más de una década, y recibió del actual secretario de Hacienda, Luis Videgaray, su impulso definitivo. Inteligent­e, Nuño voló por méritos propios, y después de observarlo durante tres años, Peña Nieto decidió que era tiempo que saliera a la arena pública, desde donde construye su candidatur­a”.

Nuño se convirtió en una figura polémica por su discurso policial y despectivo contra miles de maestros, con lo cual generó tensiones innecesari­as. En 2016 se le cruzó el secretario de Gobernació­n, Miguel Ángel Osorio Chong, quien no sólo lo desplazó de las negociacio­nes políticas educativas, sino que lo hizo con avasallami­ento. Las aspiracion­es presidenci­ales de Nuño parecían liquidadas. Pero no fue así. Aquellas acciones de Osorio Chong contra él, provocaron el primer enfriamien­to de su relación con el presidente, algo muy significat­ivo en lo que representa Nuño para Peña Nieto, posiblemen­te hoy, con quien, como suele decir, esté engañando con la verdad para 2018. rrivapalac­io@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa

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RAYMUNDO RIVA PALACIO

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