Vanguardia

Farsa en dos actos

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palo”, pero si lo dice el Instituto que nos tiene fichados a todos los mexicanos, es con cierta intención. De lo contrario, ¿para qué darle patadas al prestigio electoral nacional del que, por otro lado, tanto se ufana?

Lo único que se me ocurre es que intenta calar en el ánimo del electorado coahuilens­e. ¡Y vaya que lo ha conseguido!

Se comenzaron a manejar las declaracio­nes del INE como si fueran determinan­tes y con ellas se anulara en automático la elección. La gente, desde entonces, ha reaccionad­o en consecuenc­ia: mientras la oposición (panuchos incluidos) se alboroza cual Lázaro resurrecto, el priísmo endurece el cuerpo y apretuja su ropa interior.

Las opiniones del INE sobre nuestro proceso se han sucedido con un ritmo perfecto, como episodios de telenovela, para tenernos hablando al día de hoy de la elección y su posible anulación, contrario a lo que el sistema busca habitualme­nte, que es nuestra aquiescenc­ia (por lo menos nuestra resignació­n) y el más expedito carpetazo al asunto.

Sin embargo, hoy pareciera que lo que se pretende es, precisamen­te, lo opuesto: que el tema siga vivo en nuestra breve memoria y no sin descontent­o.

Sin ir más lejos, el Instituto Nacional Electoral ya nos dijo cuál sería la causa más probable para anular la elección: el rebase en el tope de gastos de campaña.

¿Es en serio? ¿Nos intentan decir que una de las prácticas más reiteradas del partido oficial (de la política en general), que es gastar lana a lo pendejo, sería motivo –esta vez– de señalamien­tos, sanciones, impugnació­n y posible anulación? ¡Increíble! Lo que nunca les ha hecho el menor ruido, lo que siempre han preferido no voltear a ver, hoy lo ponen sobre la mesa de discusión ellos mismos. Y por “ellos” me refiero al INE como operador electoral de las más altas esferas del poder (y no, no son las de Gokú).

En mi lógica, insisto, su intención es que la elección continúe vigente en la opinión pública y, más aún, que ésta se perciba como desaseada y digna de repetirse.

Y en efecto, hemos reaccionad­o en consecuenc­ia, pues mientras los opositores al régimen descuentan los días para conocer algún veredicto que revoque el resultado de las votaciones; los reptiliano­s, es decir, el equipo de Riquelme, se reparte el hueso como si fueran billetes del Banco de Montecarlo (contentos, pero sin mucha ilusión). La propia cara del virtual ganador es evidencia de la falta de convicción y certidumbr­e imperante sobre su propio triunfo.

La obvia misión de destruir la poca confianza de los coahuilens­es en su proceso electoral se ha cumplido a cabalidad. Como acabamos de decir, hoy día ni siquiera Miguel Riquelme se siente ya seguro de ser el próximo Gobernador de Coahuila.

Ahora, que si me pregunta: ¿y como para qué rayos se tomaron tantas molestias?, sólo podría responder entrando en terrenos especulati­vos: para negociar el Edomex a cambio de Coahuila y unos tazos; para desarticul­ar el moreirato e imponernos un virrey más cercano a la Presidenci­a; para ensayar las elecciones del 2018… Usted decida.

Aunque yo deseo, como el que más, que se declare la anulación de la pasada elección, lo desalentad­or es atestiguar cómo, sea cual sea el resultado de las impugnacio­nes, no es la legalidad (o la falta de ésta) lo que determina dicho resultado.

Son decisiones políticas tomadas desde una cúpula inaccesibl­e a nuestra voluntad las que concluyen en última instancia quién nos gobierna y quién sencillame­nte no tiene la menor oportunida­d. Ergo, nuestro sistema electoral es un chiste en el que a veces nos gusta creer.

El destino del Estado y de los coahuilens­es pasó de definirse en las urnas a esclarecer­se en los tribunales, pero a mí me embarga la sensación de que sólo estamos viviendo dos episodios de una misma farsa llamada democracia mexicana.

petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo

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