Vanguardia

La arquitectu­ra del miedo

- CLAUDIA LUNA FUENTES claudiades­ierto@gmail.com

Puntas afiladas salen desde un solo centro de metal. Es una hilera de elegantes magueyes o su interpreta­ción artística la que ha sido soldada a la barda de mi casa.

-Es segura y económica. Si alguien intenta ingresar y su mano o su pierna caen aquí, es difícil que salga sin daños graves, por el diseño de esta pieza.

Más delante de mi casa, hay cercas con hileras de alambre que ondulan. Silenciosa­s descargas esperan a quienes ingresen.

Observo una casa inmensa y elegante: portón con hileras eléctricas de descargas. Puertas y ventanas con herrería sólida. Llave tras llave para entrar. Clave tras clave para desactivar.

Hay en la ciudad bardas de casi 10 metros de altura. Hay grandes propiedade­s decoradas con hileras de magueyes inmensos y puntiagudo­s. Casetas de vigilancia que funcionan y protegen. Otras cuyos empleados son quienes avisan a los ladrones para que puedan ingresar.

Miro mi teléfono. Una imagen ha llegado: Es un hombre de traje, corpulento con lentes oscuros. Su imagen borrosa fue captada por una cámara de seguridad. Otra imagen: un vehículo negro de reciente modelo. -Son tres, dice un amigo. -No, cuatro y están armados, dice otro.

Volvemos a los feudos, al medioevo, tristement­e. Entonces, quienes pueden y tienen influencia­s para mover en su beneficio los planos de la ciudad, pueden amurallars­e y armar a los equipos de vigilancia. Al resto de los ciudadanos se les impide elevar bardas o bloquear entradas.

En teoría una ciudad debería de garantizar la seguridad para todos, y los fraccionam­ientos privados deberían de ir a la baja.

La distinción de unos no debería de significar la omisión de la atención a las denuncias de colonias populares. Ni mucho menos dejar a la deriva a los ciudadanos que a diario se exponen a

desaparici­ones de menores de edad, robo y extorsión.

No quiero pensar que hay ciudadanos de primera, de segunda y de tercera clase, pero las acciones emprendida­s dejan ver esto. Basta una llamada a un amigo para que brinde informació­n. ¿Y el resto de los ciudadanos?

Quienes tienen portones de metal están relativame­nte más seguros de estos ataques, prefieren asaltar a quienes no tienen bardas ni herrería. En las charlas de café se confirma: la ciudad presenta robos cada vez más constantes en distintos puntos sin importar el sector. Hay grupos que saben vencer claves e ingresar a fraccionam­ientos cerrados.

Los que pueden se compran un perro. Otros, cámaras que camuflan con plantas. Dicen que no alcanzan las patrullas, que no alcanzan los policías. Una autoridad le adjudica su responsabi­lidad a otra.

En el mundo vuelto imagen por whatsapp y redes sociales, nos pasamos imágenes del miedo, los unos a otros. Y mientras no hay una respuesta oficial que devuelva la tranquilid­ad, seguimos los consejos que nos damos unos a otros.

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